El 14 de marzo de 1902 nace Mika Feldman en la colonia judía
Moisés Ville, en la provincia de Santa Fe, Argentina. Sus padres eran rusos
judíos que huyeron de los pogromos y el terror zarista, años antes de su
nacimiento. Su progenitor enseña idish en la colonia que había contribuido a
formar el Barón Hirsh. Años más tarde la familia se traslada a Rosario,
instalando un pequeño restaurante.
Mika crece en la ciudad de Rosario, donde escucha relatos de los
revolucionarios fugados de Siberia o de las cárceles rusas. A los catorce años,
mientras cursaba el secundario en el Colegio Nacional, conoce a un grupo
anarquista. Más tarde junto a Eva Vivé, Juana Pauna y otras militantes
libertarias, integra la Agrupación Femenina Luisa Michel.
En 1920 llega a Buenos Aires donde estudia la carrera de
Odontología. Se une al Grupo Universitario Insurrexit que edita
una revista que, aunque informa y fija posición ante los conflictos
estudiantiles, tiene como principal objetivo la lucha por la “unidad
obrero-estudiantil”. La revista Insurrexit, fiel a su programa no tiene
director, advirtiendo que “se responsabilizan absolutamente de ella a cada uno y
todos los del grupo”.
Allí conoce a Hipólito Etchebéhère, su compañero de vida y de
militancia durante su juventud. Este grupo comienza siendo anarquista; pero,
bajo la influencia de la Revolución Rusa, va girando hacia el marxismo. En el
número cuatro de la revista, Mika polemiza con las sufragistas porque no
comprenden que sin revolución social no habrá emancipación de la mujer y que los
derechos políticos, el voto y el parlamento no conducen a la libertad anunciada.
Al poco tiempo ingresan en el Partido Comunista Argentino (PCA). Ella forma
grupos de mujeres comunistas, colaborando en la organización de los trabajadores
agrícolas, y se destaca como oradora en las puertas de fábricas o en la calle,
durante las campañas electorales.
Luego del VIIº Congreso del Partido Comunista, en diciembre de
1925, un grupo es expulsado por cuestionar la política de la Internacional
Comunista: Mika está entre ellos. A principios de 1926, fundan el Partido
Comunista Obrero, siendo Mika encargada de la Comisión de Propaganda entre las
mujeres. Editan el periódico La Chispa.
ARRIBA
Según
testimonio de Mika a un corresponsal argentino, conocemos la
biografía de Hipólito Etchebéhère.
“Estamos en septiembre de 1920. Dos rosarinos como yo, Francisco
Rinesi y Francisco Piñero, que conocen mis ideas por haberlas yo manifestado
siendo estudiante en el Colegio Nacional, vienen a verme para informarme de la
fundación de Insurrexit y pedir mi adhesión. Por ser ambos hijos de
familias burguesas, no di crédito inmediato a la seriedad de la empresa,
reservando mi respuesta hasta saber mejor las finalidades del grupo. Al cabo de
una semana volvieron los dos jóvenes en compañía de Hipólito Etchebéhère, cuya
imagen, ese día, nunca se me borró de la memoria. Alto, delgado, de tez muy
clara, ojos de un raro color gris azulado que le iluminaban extrañamente el
rostro, llevaba un chamberguito de alas redondeadas vueltas hacia arriba,
plantado en mitad de la cabeza como una aureola. Habló largo rato, sin énfasis,
exponiendo sus ideas con una claridad ejemplar, una fuerza –y una convicción que
hacían difícil– no creer en lo que él creía. Jamás he vuelto a ver en la vida un
ser tan luminoso. Y no me ciega el amor que nos unió durante dieciséis años,
hasta la hora de su muerte. Todos aquellos que lo conocieron dicen como yo”.
Mika relata la biografía de Hipólito.
“Hipólito Etchebéhère –su nombre era Luis Hipólito Ernesto–
nació el 8 de marzo de 1900 en Sa Pereira, Provincia de Santa Fe, de padre vasco
y madre oriunda de Burdeos. El padre vino a la Argentina en calidad de técnico y
se ocupó de la instalación del teléfono en la provincia de Tucumán. Familia de
clase media, los dos hermanos mayores de Hipólito se ocuparon de cine en los
albores de este arte en la Argentina... Hipólito siguió estudios en la Escuela
Industrial de la Nación logrando el título de Técnico Mecánico. Su paso por
algunas fábricas lo puso en contacto con la condición obrera y así nacieron los
primeros elementos de una opción que habría de marcar para siempre su
existencia.
“Llega así el año 1919 con su ‘Semana Trágica’ del mes de enero.
La huelga de la importante empresa Pedro Vasena e Hijos Ltda., de 2.500 obreros,
paraliza la metalurgia. La revolución rusa exaspera el antisemitismo de los
reaccionarios. Por entonces todavía se llamaba rusos a los judíos. Entre Paso y
Junín, de Corrientes a Tucumán, vive ‘la rusada’. La gentuza responsable de los
disturbios obreros, causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena en una
huelga que por su magnitud y firmeza hace temblar a la burguesía y desata el
frenesí argentinista de la Liga Patriótica de Carlés. Detrás de los niños bien
que forman la tropa de la Liga Patriótica, entra al barrio de los rusos el
Escuadrón de Seguridad. Para escarmiento de esos bolcheviques subversivos que
venden arenques salados y pepinos, son sastres o carpinteros, los jinetes del
Escuadrón arrastran entre sus caballos, atados por la barba a los viejos,
uncidos a las monturas de los jóvenes. Las calles se manchan de sangre. Teníamos
entonces de presidente a Hipólito Irigoyen.
“Hipólito Etchebéhère vive con su familia en un gran edificio
que creo existe aún en la esquina de Corrientes y Pueyrredón. Desde el balcón ve
pasar a los ‘cosacos’ haciendo marchar a sablazos a los crucificantes... En esa
‘semana trágica’ de enero que quedó en los anales de la represión argentina como
un hito sangriento, Hipólito Etchebéhère entró en la revolución como otros
entran en una orden religiosa: por siempre, hasta el último latido de su
corazón, con un odio lúcido y razonado, alerta siempre, afilado cada día, tenso
como la cuerda de un arco listo para disparar contra ese orden social absurdo,
rapaz y asesino.
“Sus primeros pasos de militante fueron anarquistas. En los días
que siguieron a la ‘semana trágica’ escribió afiebradamente un folleto dedicado
a los vigilantes, que tenía por título ‘Escucha la verdad’ y lo fue
repartiendo a los policías que hacían guardia en las calles. Pocas horas después
estaba en la cárcel por delito contra la seguridad del Estado. Por ser hijo de
una familia bien considerada, tuvo el honor de escuchar los consejos del jefe de
policía y la suerte de no ser mandado al presidio de Usuhaia.
“Cuando salió en libertad abandonó la casa familiar para no
comprometer más a los suyos. Comienza entonces para él una vida difícil. Dura
poco en los talleres donde entra a trabajar, a causa de la propaganda
revolucionaria que difunde entre los obreros. Vive en altillos prestados, come
algunas veces en casa de su madre, otras veces no come. Consigue dos o tres
lecciones particulares que ni siquiera sabe hacerse pagar, pasa largas horas en
la biblioteca del Partido Socialista leyendo a Kropotkine, Proudhon, la Historia
de la Comuna de París por Lissagaray, con el afán de adquirir los elementos
teóricos que habrán de cimentar su fe de revolucionario, buscando al mismo
tiempo voluntarios para iniciar una acción colectiva”
El grupo se reúne en asamblea todos los sábados por la noche en
el local de la Federación de Empleados de Comercio, Suipacha 74 de la Capital.
En las reuniones se debaten cuestiones políticas, se organizan charlas y cursos
para dictar en ateneos y sindicatos. Las principales demandas provienen de los
anarquistas. Sin embargo, recuerda Mika: “La revolución rusa, catalizadora de
rebeldías, nos planteaba la necesidad de abordar el marxismo”. Es así que los
domingos un grupo de lectura vuelve a reunirse en Suipacha 74, ahora para leer
colectivamente El origen de la familia de F. Engels.
Hipólito en el año 1923 tuvo que pasar varios meses en el campo
para reponerse de una tuberculosis incipiente cogida en ese período de vida
azarosa. Esta temporada de reposo la aprovechó para intensificar sus estudios
marxistas y militares.
Para conquistar una independencia económica, Hipólito aprendió
prótesis dental.
Monta junto con Mika un consultorio ambulante y con lo que
ganaron en una temporada de intenso trabajo, marcharon a Europa en busca de los
movimientos obreros que tenían una larga tradición de organización y lucha.
Mika e Hipólito llegan a Madrid en el mes de junio de 1931.
Según explica Mika: “Desembarcamos en España dos meses después de declarada la
República. Nos calentamos el corazón al fuego de aquellas manifestaciones
tumultuosas que reclamaban la separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos
que la Guardia de Asalto republicana ya sabía dar palos como cualquier policía
veterana, aprendimos a querer el pueblo español y emprendimos viaje a Francia”.
En París pasaron la mayor parte de tiempo en la biblioteca
Sainte Geneviève, leyendo las obras indispensables para su formación de
militantes revolucionarios.
Al año de estar en la capital francesa surgió la revolución de
Asturias de octubre de 1934. Mika e Hipólito no lo dudan: “Cuando estalló la
lucha de los mineros asturianos, preparamos nuestros pasaportes, decididos a
marchar a España. La represión sangrienta del movimiento cortó nuestro impulso,
regresando a París”.
En el año 1935 la salud de Hipólito se agravó, por lo que tuvo
que pasar seis meses en el sanatorio Labrouyére Liancort, en las afueras de la
ciudad (Oise). Mientras Mika ganaba unos francos en París enseñando español.
Deciden trasladarse a Madrid pues el clima era mejor para
Hipólito que el de París y también porque en España estaba subiendo la marea de
la lucha proletaria. A comienzos de mayo de 1936 Etchebéhère llegó a Madrid.
Mika se reunió con Hipólito el 12 de julio. |
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ARRIBA
“En la tarde
del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de
alistamiento, de un sindicato de la UGT a otro de la CNT,
entre grupos de jóvenes casi niños y hombres casi ancianos,
entre rumores y discursos, entre canciones y consignas,
mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y se
echaba sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las
manos ansiosas de un arma. Nadie preguntaba a nadie a qué
partido pertenecía. La voluntad de luchar había roto las
barreras que todavía ayer separaban a los trabajadores. Los
que aún marchábamos con las manos vacías mirábamos con ojos
de mendigo a quienes ya llevaban un fusil, una escopeta, una
pistola, un cinturón de cartuchos.
“–Dicen que hay
armas en la Calle de la Flor, o en Cuatro Caminos, o en los
locales de la JSU, o en la UGT...
“Con los pies
hinchados de tanto caminar, los ojos enrojecidos de no dormir,
el corazón apretado de tanto ansiar, vimos disolverse en la
noche de ese 18 de julio y nacer el alba del 19. El 20 ya
teníamos destino entre los compañeros del POUM, la organización
política que estaba más cerca de nuestro grupo de oposición. Ya
pertenecíamos a una formación de combate: la columna motorizada
del POUM. Hipólito Etchebéhère era su jefe.
“A su mando salimos
el 21 de julio, montados en tres coches de turismo y dos
camiones, armados con treinta fusiles y una ametralladora sin
trípode que quedaba muy bonita en lo alto de un camión... Al día
siguiente, incorporados a la columna que mandaba un capitán de
carrera llamado Martínez Vicente, leal a la República, tomamos
un tren que resultó ir solamente a Guadalajara y no a Zaragoza
como creían los milicianos. Durante el largo viaje se nos
sumaron algunos hombres de otras organizaciones, atraídos por la
convicción tranquila y la autoridad que emanaba de Etchebéhère.
“De Guadalajara
pasamos a Sigüenza. La columna del POUM ya había ganado laureles
de guerra por haber vencido a las tropas fascistas que se
disponían a atacar Sigüenza. El ascendiente de Etchebéhère sobre
sus hombres y sobre muchos otros de los que componían la
guarnición de la zona crecía rápidamente.
“La hora del gran
combate había llegado. La revolución estaba por fin al alcance
de sus manos ávidas. Ya no se trataba más de lecturas, de tesis
teóricas, ahora tocaba luchar con las armas por lo que había
elegido a la edad de 19 años. Y luchó 29 días dichosos, alegre
de exponer su vida a cada rato, burlón o serio cuando yo le
pedía que no se hiciese matar antes de lo necesario.
“–Aquí el que manda
no debe agacharse cuando silban las balas, me respondía. Ya
sabes que el valor físico es la cualidad máxima en España. Para
que los demás avancen, el jefe debe marchar el primero, aunque
sepa que puede morir.
“Tenía como un
poder mágico que aglutinaba a la gente a su alrededor. Promovió
la formación de un tribunal revolucionario para juzgar a los
fascistas que caían en manos de los milicianos o sobre los
cuales pesaban denuncias de la población civil. Resistido al
comienzo, poco a poco su prestigio fue ganando a las otras
formaciones, mucho más importantes que nuestra pequeña columna
de unos 150 hombres.
“Le vi por última
vez ese amanecer que era casi noche todavía, del 16 de agosto de
1936, cuando nos acercábamos a Atienza. Cumpliendo sus órdenes,
yo no iba con él sino con el médico, para organizar en la
retaguardia un puesto de primeros auxilios. La larga capa negra
de guardia civil que había ganado en un combate le caía hasta la
media pierna. Llevaba la cabeza ceñida por su inseparable boina
vasca. El áspero frío de la alborada alcarreña le había helado
las manos, que apoyó en mis mejillas mientras me besaba.
“–¿Por qué no están
contigo las muchachas? –me preguntó. No quiero mujeres en la
línea de fuego. Ordené que se quedasen con el médico.
“Le contesté
sonriendo que nuestras milicianas, menos disciplinadas que yo,
estaban de seguro en alguno de los caminos que marchaban al
frente de la columna. Nos abrazamos en silencio.
“Las primeras luces
del día nos trajeron hasta los ojos el peñón bravío de ese
castillo de Atienza que había que tomar a toda costa, a golpes
de granadas que habrían de lanzar los guerrilleros del POUM,
cuidadosamente adiestrados por Hipólito Etchebéhère. Él los
guiaba entre las ráfagas de ametralladora que volaban de las
torres. Una bala lo quebró como se quiebra un árbol herido por
el rayo”.
ARRIBA
Muerto su
compañero de vida, Mika decide continuar su lucha
revolucionaria. De ocupar un lugar secundario en la milicia,
comienza a dirigir la columna. Empuña un fusil, dirige la
construcción de los refugios, distribuye las fuerzas, se
ocupa de que sus compañeros tengan ropa de abrigo, una
comida caliente al día y hasta les da jarabe para la tos
todas las noches. Mantiene la moral de la tropa a toda costa
y ejecuta las órdenes del mando, aún cuando no está de
acuerdo con todas. La revolución española pone en cuestión
el lugar de las mujeres en las milicias. La columna del POUM
se destaca por su valentía y por la igualdad de tareas para
los varones y mujeres y así lo testimonia Mika en palabras
de uno de sus camaradas: “–Si no te quitas las botas y los
calcetines, tú también pillarás una gorda– dice Ernesto
tendiéndome un par de calcetines entibiados frente al fuego.
Te los he lavado todos. Había un montón. Te los cambias, eso
sí, pero un alma caritativa debe ocuparse de lavarlos y
hasta remendarlos. Como el viejo Saturnino tiene con qué
coser, es él quien ha hecho el trabajo. Una mujer manda la
compañía y los milicianos le lavan los calcetines.
Se confía el mando
de la compañía a Mika Etchebéhère, a la que se confiere el grado
de capitán. La trinchera que ocupa esta unidad está en la
Moncloa, a dos pasos del Hospital Clínico y de la fábrica Gal,
en donde los milicianos se proveen de jabón en abundancia.
A fines de 1936, el
de Madrid no es precisamente un frente de reposo. Los hombres
que manda la capitana Etchebéhère resisten con tenacidad
bombardeos y ataques repetidos. Llega un momento en que es
forzoso relevarlos. Tras un breve descanso van a relevar, a su
vez, a las fuerzas que ocupan las trincheras de la Pineda de
Húmera. Más tarde, nombrada adjunto al comandante del batallón,
la compañía que hasta entonces había mandado Mika es escogida,
con otras unidades, para realizar una operación difícil:
desalojar al enemigo del Cerro del Águila. En este ataque
sucumben muchos de los hombres del POUM.
Los militares
profesionales que mandan las grandes unidades aprecian la
disciplina, la resistencia, el valor, de los hombres del POUM
que combaten a las órdenes de Mika Etchebéhère y la valía de
ésta. Cuando, con dos delegados del POUM, va a pedir que se
releve a sus hombres, tras no pocos días de resistencia en la
trinchera de la Moncloa, es recibida por el teniente coronel
Ortega. “La acogida es calurosa –escribe Mika–. Se le había
hablado muy bien de la columna del POUM, pero nuestro
comportamiento supera sus esperanzas. Me encarga que felicitemos
a los milicianos en su nombre, y espera poder hacerlo
personalmente cuando dejemos nuestros puestos...”. “Que vuestros
milicianos se detengan un momento aquí antes de entrar en la
ciudad: quiero decirles cuánto he apreciado su valor”.
Este teniente
coronel Ortega fue, pocos meses después, el director general de
Seguridad que presidió en unos casos y encubrió en otros la
represión contra el POUM. Él fue quien ordenó la detención del
comité ejecutivo de este partido, el asalto al local del POUM de
Valencia, el encarcelamiento de cuantos en él se hallaban y la
detención del comandante de la XXIX División, José Rovira, a
quien hubo de poner en libertad ante la tajante orden de
Indalecio Prieto.
ARRIBA
El jefe del
sector al cual pertenece la Pineda de Húmera es el teniente
coronel Perea, uno de los mejores jefes del ejército
frentepopulista y al que jamás pudieron conquistar los
comunistas. Perea tiene de los milicianos del POUM y de Mika
Etchebéhère, personalmente, inmejorable opinión. “Veo una
vez más –le dice a Mika–, como lo ha dicho el general Kléber,
que usted es el mejor oficial del sector y que logra
mantener en su compañía una moral ejemplar. Nos ha
impresionado, tanto al general KIéber como a mí, ver que,
incluso enfermos, sus hombres no quieren abandonar el
frente”.
Y esa elevada moral
la consigue Mika Etchebéhère a pesar de que cree que las
estrellas –todavía no se habían sustituido en las milicias por
las barras– le vienen anchas por múltiples razones: “La primera
–escribe– por mi falta de conocimientos militares y por mi
escaso deseo de adquirirlos. Y después, por mi preocupación
excesiva por la salud de mis hombres, por la responsabilidad que
me abruma ante los heridos y los muertos y por esa necesidad
enfermiza que experimento de sentirme aprobada en toda
circunstancia”. No trata de ocultar, ni de disimular siquiera,
su ignorancia del arte militar. “Ante el mapa del Estado Mayor,
vuelvo a experimentar el viejo espanto ante mi ignorancia de las
cosas militares. Si al general Kléber se le ocurre sondear mis
conocimientos, quedará aterrado. Para no tener que enrojecer y
para que no crean que me importan demasiado mis galones de
capitán, les tomo la delantera: Que no vayan a pedirme detalles
de táctica o de estrategia, porque no sé prácticamente nada. No
sé tampoco mandar; mejor dicho, tampoco lo necesito, porque los
hombres tienen confianza en mí. Cuando llega una orden la
comunico a la compañía y la ejecutamos todos juntos. Hago todo
lo posible para que no pasen hambre, y cuando no tienen nada que
comer se aguantan, sin protestar, porque conocen mi monomanía
por alimentarlos”.
Mika y sus hombres
comparten las penalidades de las trincheras y los riesgos del
combate en estrecha camaradería. “Los protejo y me protegen
–escribe–. Son mis hijos y al mismo tiempo son mi padre. Les
preocupa lo poco que como y lo poco que duermo y, a la vez,
encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los
rigores de la guerra”.
Vive Mika pendiente
de sus hombres. Lucha con tesón por conseguir que, al menos una
vez al día, se les sirva una comida caliente. Reclama con
insistencia para ellos ropas de abrigo. Cuando su compañía se
halla en un sector relativamente tranquilo organiza una
biblioteca: recorre 188 librerías de Madrid pidiendo libros, que
los libreros ceden generosamente. Crea una escuela. Las bajas
temperaturas de aquel primer invierno de guerra y el hielo de
las trincheras, hacen estragos entre los combatientes: muchos
sufren catarros y bronquitis. Mika se esfuerza en aliviar sus
molestos efectos. “Frasco de jarabe y cuchara en la mano. Me
acerco a cuatro patas a los hombres que tosen. Echan un poco la
cabeza hacia atrás, abren la boca Y cuando han ingerido el
jarabe, reímos un momento ante esta faceta bastante cómica de la
guerra”. Pero, a su vez, cuando en el curso de un feroz
bombardeo enemigo un proyectil derriba parte de la trinchera y
queda Mika sepultada bajo un montón de tierra del que sólo queda
al descubierto el talón de una de sus botas, todos los hombres
corren a desenterrarla.
No hay en ella la
menor vanidad. Cuando algunos de sus hombres, que se sienten
orgullosos de estar bajo sus órdenes, la cubren de elogios,
responde simplemente: “Lo que pasa es que soy mujer y que aquí,
en España, llama la atención que una mujer pueda conducirse como
un hombre en situaciones que son generalmente situaciones de
hombres”.
ARRIBA
El 28 de marzo de 1939 las tropas nacionales entran en
Madrid. Mika debe esconderse, pero continúa resistiendo.
Detenida por una patrulla del ejército de Franco, se asila
durante seis meses en un Liceo francés, pues poseía
pasaporte de ese país por ser viuda de Etchebéhère. A causa
de los reclamos interpuestos desde París por sus camaradas
ante el Ministerio de Asuntos Extranjeros, un auto del
Consulado francés en Madrid la deja, una vez traspuestos los
Pirineos, en el puesto fronterizo de Irún y poco tiempo
después logra llegar a París.
ARRIBA
En 1940 Mika
vuelve a Buenos Aires. Se reencuentra con sus amigos
insurrexistas y trotkistas. Escribe en un semanario
antifascista llamado Argentina Libre. Pero a pesar de
ser profundamente anti-peronista cuestiona la alianza de
sectores de izquierda con sectores liberal-conservadores. En
los años del antifascismo, sin renunciar a sus convicciones,
Mika colabora con la revista Sur de Victoria Ocampo.
Allí adelanta un fragmento de su libro Mi guerra de
España.
En 1946 regresa al
París devastado por la guerra y se vuelve a encontrar con
algunos de sus amigos que también combatieron en la revolución
española y con algunos oposicionistas. En el Mayo de 1968, a sus
sesenta y seis años, ayuda a los estudiantes a levantar
barricadas con adoquines en las calles de París. Pero una
patrulla policial la detiene. En 1978 participa en una marcha
contra la dictadura militar argentina que se realizó en París.
ARRIBA
Mika Feldman de
Etchebéhère falleció en París el 7 de julio de 1992. En el
diario Le Monde del 11 de julio, sus amigos íntimos
la despedían así: “Mika fue la fidelidad, el coraje, la
amistad, el rigor. Amaba París, los pájaros, los gatos y las
peonías.” Sus cenizas fueron arrojadas al Sena...
ARRIBA
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