En el año 1930 la población activa femenina en España era del
24% sobre el total. El 80% de estas mujeres eran solteras y viudas. Cuando el
marido moría la mujer se veía obligada a trabajar para sacar adelante a sus
familias, porque no existía ningún tipo de pensión de viudedad. Por otra parte
las mujeres casadas se encontraban con más dificultades: había leyes que
dificultaban su acceso al trabajo, necesitaban tener permiso del marido para
poder trabajar, no podían disponer libremente de su salario, y si el marido se
oponía a que la mujer cobrase el salario, lo podía cobrar él directamente, e
incluso si se separaban judicialmente el marido seguía teniendo el derecho a
cobrar el salario de la mujer. Dos tercios de las mujeres asalariadas eran
trabajadoras temporales, o estaban en el servicio doméstico (que carecía de todo
tipo de derechos laborales), y el otro tercio restante eran obreras
cualificadas, fundamentalmente en el sector del textil y vestido (82%). En
cuanto a derechos laborales, la legislación existente en ese momento concedía
muy pocos derechos a las mujeres.
La llegada de la II República en 1931 trajo enormes esperanzas
para los trabajadores y campesinos de este país, y de hecho en el terreno social
se dieron pasos adelante, especialmente para las mujeres. En la Constitución de
1931 se reconoció el derecho al voto de la mujer y el derecho a ser elegidas
para cualquier cargo público. En 1932 se aprueban la Ley de Matrimonio Civil y
la Ley del Divorcio, en ese momento la más progresista de Europa, ya que
reconocía el divorcio por mutuo acuerdo y el derecho de la mujer a tener la
patria potestad de los hijos.
En 1936 el Gobierno de la Generalitat de Catalunya despenalizó y
legalizó el aborto, mediante un decreto firmado por Josep Tarradellas i Juan. En
el terreno laboral se dieron algunos pasos adelante para todos los trabajadores,
pero a pesar de todo, las condiciones laborales siguieron siendo duras para los
trabajadores, y para la inmensa mayoría de las mujeres trabajadoras no supuso
una gran mejora.
El tercio que trabajaba en el sector doméstico quedó excluido de
la jornada de 8 horas, no tenía derecho a las prestaciones de los seguros
sociales, no tenía subsidio de paro, ni de maternidad, ni eran beneficiarias de
la Ley de Accidentes de Trabajo.
Otro problema constante era la discriminación salarial que
sufrían las mujeres ya que en ningún caso, el salario máximo de una trabajadora
alcanzaba el mínimo de lo que cobraba un trabajador por el mismo trabajo. A
pesar de todo, sí que se consiguieron derechos importantes para las trabajadoras
con hijos, por ejemplo la Ley de Maternidad, que regulaba por primera vez el
período de lactancia, el tiempo de baja por maternidad, etc.
A pesar de sus derechos políticos fueron muy pocas las mujeres
que se incorporaron de lleno al mundo de la política. La concesión del voto
impulsó un cierto reajuste ideológico respecto al papel político de la mujer y
éste condujo al reconocimiento social de su intervención en la política.
Fue
aumentando la participación femenina en los sindicatos y partidos obreros. Hasta
1930 su afiliación estaba centrada en los sindicatos católicos, pero poco a poco
los sindicatos obreros comenzaron a comprender la necesidad de incorporar a la
mujer a sus filas de manera que se promovieron numerosas secciones femeninas de
partidos políticos pero que siempre estaban subordinadas a las estructuras del
partido. Durante la guerra civil se produce la mayor afiliación femenina a las
organizaciones obreras.
ARRIBA
Mujeres Libres
era una organización de la CNT-FAI. Surgió al principio como
portavoz de un pequeño grupo de militantes anarquistas, con
el único propósito de sacar un periódico y distribuirlo
dentro del movimiento ácrata. En mayo de 1936 contaba sólo
con 500 afiliadas, pero según iba avanzando la guerra y la
revolución fueron creciendo rápidamente y se convirtieron en
una de las organizaciones más importantes, llegando a contar
con 30.000 afiliadas en 1938. Sus objetivos eran facilitar a
la mujer los medios prácticos para que ésta pudiese
incorporarse a la producción, creando para ello guarderías,
comedores... que facilitaban las tareas de las mujeres, al
mismo tiempo que proporcionaban formación técnica y
profesional.
La organización femenina más importante en estos años fue la
“Unión de Mujeres Antifascistas”. Surgió en 1933 como sección española de
“Mujeres contra la Guerra y el Fascismo”, creada por la Internacional Comunista
tras el triunfo de Hitler en Alemania. Comenzaron a tener fuerza en 1934, y tras
los acontecimientos de Octubre fue prohibida, aunque siguió existiendo con el
nombre de “Pro Infancia Obrera”, dedicada a ayudar a las mujeres e hijos de los
mineros muertos o encarcelados en Asturias tras la insurrección. En 1936 pasó a
denominarse UMA, y se fortalece notablemente cuando el gobierno republicano
declara la “Comisión de Auxilio Femenino”, organización subsidiaria de la UMA,
organismo encargado de la organización del trabajo de la mujer en la
retaguardia, dependiendo directamente del Ministerio de Guerra.
Aunque su militancia era heterogénea, un 80% eran militantes de
la UGT, un 16% del PCE y un 4% de la CNT, su política estuvo dirigida en todo
momento por el PCE y las Juventudes Socialistas Unificadas, que controlaban el
35% de los comités. En este período su presidenta fue Dolores Ibárruri.
En julio de 1936 tenían ya 50.000 afiliadas, pero en vez de
incorporar a las mujeres a la revolución que estaba en marcha, y concienciarlas
de que su emancipación sólo se podría llevar adelante liberando al conjunto de
la clase obrera en lucha por la transformación de la sociedad, basaron su
política en limitar la acción de la mujer a un respaldo constante a las
decisiones del gobierno del Frente Popular. Esto se tradujo en la aceptación de
la desaparición de la incorporación de la mujer como combatiente.
La UMA y el PCE se opusieron a que la mujer luchase en el
frente, defendiendo que el papel de la mujer en la lucha contra el fascismo se
limitase a las tareas de la retaguardia, haciendo labores de cocina, lavandería,
enfermería, producción. La postura del POUM era distinta: incorporar a las
mujeres al frente, no sólo en labores de enfermería a través del Socorro Rojo,
sino como soldados para lo cual daban cursillos de entrenamiento militar, además
de otras tareas dedicadas al abastecimiento en tiempo de guerra.
Cuando Largo Caballero, Ministro de Guerra en el gobierno del
Frente Popular, apoyado por el PCE, y más tarde por los anarquistas, decretó la
prohibición de que las mujeres luchasen en el frente y que su labor se limitase
a realizar las tareas domésticas dentro de los batallones, produjo una enorme
decepción y frustración entre miles de ellas, que iban al frente reivindicando
la igualdad. Los trabajadores se opusieron a esto y tuvieron que intervenir las
direcciones de los sindicatos para poner fin a la situación de descontento que
se estaba creando en el frente. |
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ARRIBA
El
fracasado alzamiento de julio de 1936 catapultó a las
mujeres de la España republicana hacia nuevas actividades en
el mundo político y social. Si bien las reformas emprendidas
tras la proclamación de la República eliminaron parte de las
trabas que el colectivo femenino debía superar para obtener
igualdad de derechos, fue la guerra civil la que le otorgó
un nuevo papel dentro de la sociedad, actuando de
catalizador de la movilización femenina.
En el verano de
1936 la figura heroica de la miliciana se convirtió rápidamente
en el símbolo de la movilización del pueblo contra el fascismo.
En los carteles de guerra predominaban las imágenes de heroínas
combatientes enfundadas en sus monos azules como representación
del sentir obrero de un pueblo enfrascado en una lucha por la
libertad. Evidentemente estas imágenes rompían con la
tradicional subordinación de la mujer y les reivindicaba
portadoras del derecho a la igualdad de condición.
Durante las
primeras semanas de guerra, aunque la mayoría de mujeres
coincidieron en canalizar su energía al esfuerzo bélico en la
retaguardia, otras se unieron a sus compañeros varones y se
enrolaron en la milicia, dirigiéndose a los frentes de Aragón,
Guadalajara, País Vasco, de la sierra madrileña etc. Su decisión
de participar en el combate armado venía motivada por el deseo
de defender los derechos políticos y sociales que habían
adquirido durante la Segunda República y a demostrar su repulsa
al fascismo. Lo cual supuso que las milicias obreras fuera el
segundo ejército del mundo que incorporó a la mujer, tras
haberlo hecho el ruso por primera vez en 1917.
Las primeras
mujeres que se incorporaron al combate fueron las militantes
anarquistas, las de UGT y las del POUM que se unieron de manera
espontánea durante los primeros días de la guerra.
Fue el momento de
famosas milicianas como Lina Odena, Rosario Sánchez “La
Dinamitera”, la vasca Casilda Méndez, Concha Pérez Collado,
María Martínez Sorroche, Libertad Ródenas, Julia Manzanal Pérez
“Comandante chico”, Margarita Fuente y muchas más. No obstante,
incluso en los frentes, existía un marcado grado de división
sexual del trabajo, ya que normalmente las mujeres realizaban
las labores de cocina, de lavandería, sanitarias, correo, de
enlace etc., si bien es cierto que muchas lucharon como soldados
emprendiendo a menudo acciones de combate.
Pero también las
diferentes fuerzas políticas lanzaron constantemente llamadas de
cara a su movilización; así oradoras como Dolores Ibárruri “La
Pasionaria” (PCE), Federica Montseny (CNT-FAI) o las jóvenes
Teresa Pàmies y Aurora Arnáiz (JSU) se dirigieron a las mujeres
para que se incorporaran a la lucha antifascista.
Las milicianas se
convirtieron en un referente para las organizaciones de
izquierdas de muchos países europeos antes del inicio de la
Segunda Guerra Mundial y aunque las mujeres no permanecieron en
los frentes de combate más que unos meses, fueron un gran paso a
favor de la lucha de género en España y en el resto del mundo:
la imagen y la representación de las mujeres adquirieron
dimensiones nuevas.
Por un lado, el
bando republicano presentó la imagen innovadora de la miliciana
guapa y joven, que, vestida de mono y cargando un fusil,
marchaba con paso decidido hacia los frentes de guerra. Junto a
esta imagen también se representaba a la mujer victima del
fascismo, la madre, defensora de sus hijos que reclama
desconsolada por la pérdida de los suyos instando a la
participación en la lucha.
Gran parte de las
mujeres que entraron en las milicias eran jóvenes de alrededor
de dieciséis años de edad, reclutadas en muchos casos por
organizaciones comunistas y anarquistas.
Las motivaciones
que las llevaron a combatir fueron diversas: por convicciones
propias, o bien por vengar la muerte de algún familiar. Fueron
al frente acompañadas de sus amigos, maridos o novios. Se han
llegado a documentar casos incluso de madres que llegaron a
acompañar a sus hijos a los frentes de batalla.
Hubo milicianas
entre las fuerzas que hicieron frente a las tropas nacionales
que atacaron Madrid en noviembre de 1936, en el frente de
Segovia, en Cataluña, y en agosto de 1936 se creó un batallón
femenino, el cual fue enviado junto a otras tropas para defender
Mallorca. También en Asturias existió un pequeño grupo de
milicianas.
En los primeros
meses de la guerra también se produjo una espectacular
movilización de miles de mujeres que participaron en la
fortificación de barricadas, en el cuidado de los heridos, en la
organización de asistencia en la retaguardia, en la realización
de servicios auxiliares de la guerra, en la formación cultural y
profesional, en la organización de talleres de costura, como
también en el trabajo en los transportes o en las fabricas de
municiones.
Así pues, la
contribución clave de las mujeres a la lucha antifascista se
realizó en la retaguardia, la consigna acatada por las
organizaciones femeninas fue “Hombres al frente. Mujeres al
trabajo”. La retórica utilizada incluso fue militarizada y se
habló de la incorporación de las mujeres a las “trincheras de
producción”, en “brigadas de trabajo” para constituir la
“vanguardia de la producción”. Por tanto las mujeres
representaron una reserva de mano de obra que permitió el
mantenimiento de la producción.
Hubo frecuentes
quejas por parte de las mujeres antifascistas así como de las
mujeres anarquistas, por la falta de colaboración y la
hostilidad masculina con que los hombres recibieron su
incorporación a oficios calificados y a puestos de trabajo
asalariado desempeñados hasta entonces por hombres. Así que
aunque muchas milicianas quisieron romper con las tradicionales
asignaciones de tareas domésticas, las diferencias de género
estuvieron presentes.
La figura de la
miliciana fue uno de los símbolos de la lucha contra los
militares sublevados durante los primeros meses del conflicto.
Pero a partir de octubre de 1936 el panorama comenzó a cambiar.
Largo Caballero
llevó a cabo una serie de disposiciones militares para retirar a
las mujeres del frente y trasladarlas a la retaguardia. Se
produjo un cambio radical, se pasó de glorificar a las mujeres
combatientes a ridiculizarlas y desacreditarlas. Los sindicatos,
los partidos políticos, e incluso las organizaciones femeninas
coincidieron en la necesidad de obligar a las mujeres a
trasladarse a la retaguardia.
En diciembre de
1936 los voluntarios extranjeros fueron avisados de que no se
admitirían a las mujeres en las milicias. Sólo unas pocas
milicianas continuaron combatiendo hasta bien entrado 1937
Para justificar la
retirada de las milicianas del frente, se utilizaron diversos
argumentos como la falta de preparación de las mujeres, su
efectividad en la retaguardia en el desempeño de otras tareas.
Pero quizás, uno de
los argumentos más importantes que se utilizaron para retirar a
las milicianas fue la vinculación de su figura con la de la
prostituta. Esta opinión se comenzó a extender desde el otoño de
1936 y se generalizó desde el otoño de 1937. Se extendió la
opinión popular de que estas mujeres provocaban enfermedades
venéreas entre los soldados.
En 1937 los
comunistas logran crear un ejército regular, esto conllevó la
progresiva eliminación de las milicias y con ella la presencia
de las mujeres que todavía permanecían en el frente. La
militarización de las tropas del bando republicano no contempló
en ningún momento la presencia de mujeres.
La figura de la
miliciana pasó por dos etapas fundamentales. Primero la de
mitificación, llevada a cabo principalmente por los dirigentes
de la República y después la de desprestigio.
ARRIBA
Las milicianas
fueron un gran referente para las distintas organizaciones
izquierdistas de toda Europa justo antes de la Segunda
Guerra Mundial. Las milicias no tenían un orden concreto y
jerárquico como el del ejército y no respondían a líderes.
Por ello era más fácil la entrada de mujeres, que fueron
reclutadas por distintas organizaciones de comunistas o
anarquistas cuando aún eran jóvenes. La España republicana
utilizó a las milicianas inicialmente como un instrumento de
propaganda calificándolas como “Heroínas de la patria” y
representándolas en diversos carteles. El objetivo era
convencer a los hombres para que combatieran imitando el
patrón de sus compatriotas mujeres.
ARRIBA
En
el momento en que se dejó de considerar a las milicianas
como un arma necesaria empezaron a desmitificarlas y a
dejarlas apartadas en la retaguardia, con frases como
“Hombres al frente, mujeres a la retaguardia”. Inicialmente
este traspaso del frente a la retaguardia mantuvo el
concepto de “heroína”, pero que ahora trabajaba en segundo
plano, aunque con el mismo fin. Más tarde este concepto de
heroína desapareció y empezó la desmitificación. Para poder
argumentar que las milicianas se retiraran del frente se
expusieron motivos como que estaban poco preparadas o que
eran muy efectivas en la retaguardia, curando heridos,
llevando comida, etc. Pero especialmente, el motivo que
desprestigió a las milicianas fue su vinculación a la
representación de la prostituta. Se promulgó el rumor de que
transmitían enfermedades venéreas entre los combatientes del
frente. Es cierto que algunas mujeres que combatían fueron
anteriormente prostitutas pero la generalización fue
excesiva ya que también hubo mujeres que fueron importantes
combatientes y la desmitificación de las mismas fue
demasiado repentina.
ARRIBA
Paulina Odena
García, conocida como Lina Odena, nació en Barcelona el 22
de enero de 1911. Los padres, José María y María Dolores
regentaban una sastrería en el Pasaje Luis Pellicer en el
barrio barcelonés del Ensanche. Desde muy joven, ayudó a sus
padres en el negocio, y se sintió atraída por las ideas
comunistas, ingresando en el PCE. Esto la llevó a conflictos
con su familia y pronto se independizó.
En julio de 1931
formó parte de una delegación de jóvenes catalanes que fueron a
la URSS y estuvieron allí algo más de un año estudiando en la
Escuela Marxista-Leninista de Moscú, obteniendo la formación
necesaria para desempeñar futuros cargos.
Al regresar a
España, pasó a formar parte de las Juventudes Comunistas de
Cataluña del recién creado Partido Comunista de Cataluña (PCC).
Su gran capacidad e inteligencia le permitieron ser nombrada en
febrero de 1933 secretaria general de las Juventudes Comunistas
de Cataluña, y ese mismo año fue candidata al Parlamento de la
República.
Al estallar en
Cataluña la Revolución de octubre de 1934, tomó las armas y
participó activamente en combates que tuvieron lugar en la
carretera de la Rabassada, en San Cugat y otras localidades. Al
fracasar la sublevación pasó a la clandestinidad y entró a
formar parte del Socorro Rojo Internacional. La policía la
detuvo en agosto de 1935, aunque fue pronto liberada.
Ese mismo año formó
parte de la delegación española que acudió al IV Congreso de la
Internacional Juvenil Comunista (IJC) que tuvo lugar en
Copenhague, Dinamarca. Este Congreso tuvo gran importancia pues
en él se decidió que las juventudes comunistas debían unificarse
con las juventudes de otros partidos revolucionarios, para ganar
fuerza.
Posteriormente, y
en unos meses especialmente convulsos en la historia de España,
Lina fue reclamada a Madrid por la dirección del PCE. Las
elecciones convocadas para febrero de 1936 movilizaron por
primera vez a toda la izquierda, unida en un frente común contra
los sectores reaccionarios y eclesiales: el Frente Popular.
Durante la campaña Lina acompañó a Dolores Ibárruri “La
Pasionaria” en los mítines que esta dio por toda la geografía
española. Después de las elecciones que dieron el triunfo al
Frente Popular, Lina participó en las conversaciones que
terminaron de unificar a las juventudes marxistas de Cataluña,
dando lugar en abril a la Unió de Juventuts Socialistas de
Catalunya (UJSC)
Al iniciarse la
Guerra Civil Española en julio de 1936, Lina estaba por
casualidad en Almería donde tenía lugar un Congreso Provincial.
Sin pensárselo dos veces, Lina tomó las armas y participó de
nuevo en varios combates. En esos combates jugaron un papel
decisivo a favor de la República dos compañías de aviación
huidas de Granada, y estas nombraron a Lina su representante en
el Comité Local. Como símbolo de este cargo Lina lució sobre su
mono de miliciana, las alas de la aviación, y las llevó hasta su
muerte.
La columna de la
que Lina formaba parte constituida por milicianos junto con
antiguos soldados de aviación procedentes de Almería, fue
asignada a la toma de Guadix, y más tarde de Motril. En este
tiempo también realizó breves viajes a Madrid y Barcelona para
reunir armas, regresando inmediatamente al frente. El 15 de
agosto, en Motril, en el Camino de las Cañas, vació el cargador
de su pistola sobre la cabeza del cura Manuel Vázquez Alfaya.
El 14 de septiembre de 1936, junto al Pantano de Cubillas, cerca
de Granada, el chofer que conducía el coche en el que iba Lina
se equivocó en un cruce y fue a dar directamente a un control de
los falangistas. Viéndose rodeada, Lina sin dudarlo dos veces
sacó su revólver y se suicidó. En 1937 el gobierno comunista de
Villena (Alicante) cambió el nombre de la Colonia de Santa
Eulalia por el de Colonia de Lina Odena, aunque el cambio fue
revertido en 1940 por el ayuntamiento franquista.
ARRIBA
Concha Pérez
nació en Barcelona el 17 de octubre de 1915, en el barrio
Les Corts. Fue la tercera de seis hermanos, hijos de dos
madres diferentes. Su padre, Juan Pérez Güell, enviudó de su
primera mujer por una tuberculosis, cuando Concha tenía
apenas 2 años, y se volvió a casar con la hermana de su ex
mujer, Librada Collado.
Concha vive una
infancia feliz. No asiste muy a menudo al colegio por las
dificultades económicas de su familia, incapaz de hacer frente a
la continuidad de gastos para la educación de los hijos, y a
causa de su escaso empeño en los estudios.
Su padre es
anarquista. Ni su primera ni su segunda mujer participan
activamente en el movimiento libertario, pero hacen grandes
sacrificios para sacar adelante a la familia en las épocas en
las que Juan Pérez paga el precio de su militancia política en
la prisión. Concha sobre todo recuerda los días con Librada,
divididos en dos tiempos: el que pasaba en la fábrica, en un
taller donde se trabajaba el vidrio, y entre las paredes del
hogar. No se puede decir lo mismo sobre el padre y el hermano de
Concha. Ellos también trabajaban como obreros, pero disponían
del tiempo para militar políticamente y dedicarse a la lectura.
Con 16 años, Concha
Pérez comienza su militancia en el movimiento libertario,
cuando, recién proclamada la República, sin titubeos abandona el
taller en el que estaba trabajando entonces, como operaria en la
producción de sobres de papel y se suma a la masa de
manifestantes.
A partir de este
momento participará activamente en las actividades del Ateneo
Libertario Faros hasta 1935, cuando entra en el Ateneo
Agrupación Humanidad, en el que se queda hasta el inicio de la
guerra civil en 1936.
La formación de
Concha se debe a los ateneos, donde lee y debate con los
compañeros los escritos de los grandes pensadores del movimiento
anarquista y participa en varias actividades recreativas y
culturales.
En 1931 trabaja
como operaria en un taller de artes gráficas e ingresa como
delegada en el comité de su sector dentro de la Confederación
Nacional del Trabajo (CNT). Sus mismos compañeros la eligen como
sindicalista y es la única mujer que participa asiduamente en
las reuniones. En 1932 entra en la Federación Anarquista Ibérica
(FAI).
Los grupos
libertarios son mayoritariamente masculinos: Concha se
acostumbra desde el principio de su militancia a compartir los
ideales y el tiempo libre con hombres.
El movimiento
anarquista discute y critica el modelo patriarcal de relación
entre hombres y mujeres, y propone como alternativa el amor
libre.
En 1933 es detenida
por llevar una pistola. La lleva escondida en el pecho para
ayudar a un compañero de la FAI, propietario del arma, y que se
encontraba junto a ella en un piquete delante de una fábrica.
Pasa cinco meses en la Cárcel Modelo de Barcelona.
En 1935, abandona
la casa materna por divergencias con sus familiares, a quienes
reclama una distribución más justa del trabajo doméstico entre
los miembros del núcleo. Por eso decide trasladarse a un piso
cercano a la escuela racionalista “Eliseo Reclus”, gestionada
por Félix Carrasquer y por sus hermanos.
De 1935 a 1936 el
grupo de la FAI en el que participa, bajo la influencia del
pensamiento de Juan García Oliver, advierte la inminencia y la
necesidad de la revolución. Por eso Concha forma parte de unas
acciones promovidas por el mismo García Oliver, con el objetivo
de recibir adiestramiento militar en vista del levantamiento
popular.
En marzo de 1936
Concha cambia de trabajo y encuentra empleo como operaria en una
carpintería de madera.
Pocos día antes del
Alzamiento, Concha entra en el Comité Revolucionario del barrio
de Les Corts. El Comité prepara en el bar “Los Federales” una
especie de cuartel general y de enfermería: se construyen
también las primeras barricadas y se equipan los camiones que se
utilizarán para llegar a los campos de batalla.
En los primeros
días de la guerra Concha participa en el asalto al Cuartel de
Pedralbes y en la toma de un convento de monjas. A principios de
agosto de 1936 se constituye un grupo armado con el nombre
“Los Aguiluchos de Les Corts”. De los cien soldados
voluntarios que lo componen, sólo siete son mujeres.
El grupo se dirige
hacia Caspe (Zaragoza, capital de la comarca del Bajo
Aragón-Caspe) y en un segundo momento hacia La Zaida (Zaragoza,
en la comarca de la Ribera Baja del Ebro); aquí, después de
algunos días haciendo turnos de vigilancia, llega la orden de
atacar Belchite. Concha participa en una expedición de
reconocimiento sin mucho éxito: no se identifica la posición del
enemigo y además los milicianos se quedan expuestos a los
tiroteos de los nacionales.
Se queda otros
meses en el frente, hasta recibir su primer permiso, que
aprovecha para alistarse como trabajadora voluntaria en el
Hospital de Maternidad de Barcelona. Seguidamente, regresa al
frente de Almudévar (Huesca), donde le encomiendan mantener
turnos de guardia.
Consciente de la
necesidad de mano de obra en las fábricas de Barcelona, decide
volver a la ciudad, donde encuentra trabajo como obrera en una
fábrica de producción de armamentos.
El 3 de mayo de
1937, en los tristemente famosos “Hechos de Mayo” se ofrece
voluntaria para dar una ronda de reconocimiento en la zona de la
Plaza de Cataluña. Le acompañan dos compañeros de la fábrica. En
el intento de acercarse a la Plaza de Cataluña, Concha acaba
levemente herida.
Después de los
“Hechos de Mayo”, el entusiasmo por la revolución se va
esfumando y los conflictos entre los partidos y los movimientos
debilitan la resistencia antifascista. Concha, cansada por los
ritmos frenéticos del trabajo en la fábrica de armamentos y la
continua participación en las reuniones del Comité
Revolucionario, decide pasar un breve período de reposo fuera de
la ciudad, en casa de unos conocidos. Vuelve a Barcelona, en una
noche quema los documentos que habrían comprobado su militancia
en el movimiento libertario, y en vista que la derrota de los
suyos estaba a punto de consumarse, el 26 de diciembre de 1938
abandona la ciudad y se dirige con otros compañeros hacia el
Norte. Cruzada la frontera, las autoridades franceses suben a
los prófugos en un tren que los llevará hasta Liévin, comuna
francesa en el departamento de Paso de Calais; nueve meses más
tarde, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial,
los refugiados son trasladados al campo de concentración de
Argelès-sur-Mer, en el departamento de Pirineos Orientales.
Rosario, compañera
y vieja amiga de Concha, es designada como responsable de las
prófugas del campo, que llegará a acoger a 3.000 mujeres. Concha
será su ayudante. Sus tareas estarán relacionadas con el reparto
de víveres y bienes de primera necesidad. Los refugiados no
pueden abandonar el campo y están vigilados por soldados
senegaleses. Una noche, mientras Rosario entretiene a los
soldados dándoles conversación, entra en el campo el compañero
de Concha, Robles.
Después de haber
vivido una relación nacida de la militancia en el movimiento
libertario y llevada adelante durante algunos años, la pareja
opta por separarse. Concha aspira a una relación igualitaria,
pero siente que con Robles debe ser ella la que cargue con el
peso de las decisiones.
Pasan otros nueve
meses y Concha abandona el campo gracias a una amiga de
Marsella, Fifí. Por una temporada encuentra amparo en su casa,
pero pronto decide pasar a vivir a un castillo equipado por la
Embajada mexicana para la acogida de los refugiados. Aquí
trabaja como enfermera voluntaria y conoce al médico del campo,
un joven de Madrid, Isidoro Alonso, que será su nueva pareja.
Cuando los campos
de refugiados son cerrados, ambos se dirigen hacia los Alpes
franceses, donde Isidoro encuentra un empleo en una fábrica. En
estos meses Concha queda embarazada y, al mismo tiempo,
comprende que la relación no tendrá futuro y decide volver a
España. Una de las causas de la separación de Isidoro es la
diferencia ideológica: ella es anarquista y él socialista.
Se queda por un
tiempo en Marsella en una casa-familia para refugiados y allí
nacerá su único hijo, Ramón. Gracias a la ayuda de algunos
amigos consigue cruzar la frontera de forma legal junto a su
hijo, haciéndose pasar por una madre enferma. Concha vuelve a
Barcelona en septiembre de 1942. Los primeros tiempos son
difíciles: su familia ha perdido la casa en la que había vivido
siempre. Su madre, sus hermanas y el pequeño Ramón viven en una
sola habitación; su padre se quedará exiliado en Francia hasta
el final del Régimen de Franco.
El hambre aprieta a
la familia. Concha toma la terrible, y necesaria, decisión de
dejar a su hijo en acogida en el orfanato al no tener medios
económicos suficientes para sustentar al niño. Después de un año
de sacrificios, consigue alquilar una habitación y se separa de
su madre y de sus hermanas. Una familia de origen judío para la
que trabajaba como empleada doméstica le ayuda a demostrar ante
las instituciones oficiales que cobra una renta adecuada para el
sustento de su hijo, aunque en realidad no contaba con los
ingresos necesarios. Pero de esta forma recupera la custodia de
Ramón.
Concha abandona su
empleo con la familia judía y vuelve a trabajar en una fábrica,
esta vez de cosméticos. Un día por casualidad vuelve a
encontrarse con un antiguo compañero del Ateneo Faros, Maurici
Palau, que había pasado cuatro años en prisión por combatir en
el bando republicano durante la guerra. Al salir de la cárcel
había encontrado un empleo en una fábrica metalúrgica. Después
de este afortunado reencuentro, Concha y Maurici empiezan una
relación que durará 30 años. Ambos estaban cansados del trabajo
por cuenta ajena y deciden comprar un puesto en el mercado de
San Antonio, en el barrio homónimo, y por algunos años se
dedican a vender calzoncillos que hacían ellos mismos.
Seguidamente venderán bisutería producida por unos amigos
artesanos. En los años del régimen franquista el puesto sirve
como lugar de encuentro entre compañeros anarquistas. Por unos
años Concha y Maurici comparten un piso muy grande en el barrio
del Raval junto con otras familias, antes de quedarse como
únicos arrendatarios del piso.
Después de la
muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, al mes siguiente
surgen las primeras asociaciones de vecinos y Concha participa
en el comité organizativo de las actividades culturales del
barrio del Raval. En 1976 se celebra una gran asamblea para
volver a fundar los sindicatos de la CNT. Concha, junto con
otros compañeros, constituye el sindicato de Comercio, que
empezará sus actividades con 10 afiliados y que luego se
aproximaría al centenar.
En 1997 forma parte
de las fundadoras de la asociación “Mujeres del 36”. Patrocinada
por el Ayuntamiento de Barcelona, reúne algunas mujeres que a lo
largo de la Guerra Civil habían tomado parte en la ciudad en
movimientos políticos y sociales de izquierdas. La asociación
tiene como objetivo difundir las experiencias de estas
militantes. “Mujeres del 36” organiza conferencias y clases,
sobre todo en los institutos, en las que las testigos de la
Guerra Civil cuentan lo que ha sido su lucha para combatir el
fascismo.
Concha a sus 95
años de edad, vive en la Residencia Bertrán Oriola que la
Generalitat tiene en la Barceloneta de la Ciudad Condal.
ARRIBA
Rosario
Sánchez Mora, conocida como “La Dinamitera” nació en
Villarejo de Salvanés (Madrid) el 21 de abril de 1919. Su
padre, Andrés Sánchez, tenía un taller donde se fabricaban
carros, galeras y aperos de labranza y su madre murió años
antes del estallido de la guerra civil.
Rosario vivió en
Villarejo de Salvanés hasta los 16 años en que se fue a Madrid,
a casa de unos amigos que la habían cuidado cuando murió su
madre.
A su llegada a
Madrid se hizo militante comunista y trabajaba como aprendiz de
corte y confección en un Círculo Cultural de las Juventudes
Socialistas Unificadas en la capital madrileña, cuando estalló
la contienda nacional.
Con diecisiete años
se incorporó a las Milicias Obreras del Quinto Regimiento,
denominado “El Campesino” y liderado por Valentín González, que
partieron el 19 de julio de 1936 hacia Somosierra para intentar
detener a las tropas del general Mola. Rosario, como cualquier
chica de su edad, no conocía nada de instrucción militar ni de
artillería. Con las milicianas republicanas, entre ellas
Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina
Odena, participaron por primera vez en el frente y armadas,
lejos de las tareas clásicas de auxiliares y enfermeras de la
mujer en la guerra. Tras dos semanas de enfrentamientos, en las
que lograron contener a los nacionales, la guerra en la sierra
dejó de ser una batalla abierta para convertirse en una batalla
de posiciones y fue destinada a la sección de dinamiteros,
fabricando bombas de mano caseras. Allí, manipulando dinamita,
perdió la mano derecha al estallarle un cartucho, acto cantado
por Miguel Hernández en el poema Rosario, dinamitera.
Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la
Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.
Tras su salida del
hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la
centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de
Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández,
Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio, poetas al servicio de la
causa republicana.
Había transcurrido
un año de guerra cuando se le presentó la ocasión de volver al
frente. La 10ª Brigada Mixta de “El Campesino” se había
convertido en la 46ª División, con más de doce mil hombres a sus
órdenes y que en el verano de 1937 intervino en una ofensiva
hacia Brunete para intentar atrapar en una bolsa a las fuerzas
nacionales que sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque fue
de tal magnitud que el pueblo claudicó en apenas unas horas,
aunque las pequeñas guarniciones de Quijorna y Villanueva del
Pardillo resistieron la acometida. Rosario fue elegida para
convertirse en jefa de cartería de su división, con la categoría
de sargento, encargada de ser el nexo de unión con el Estado
Mayor en la capital y de llevar la correspondencia de los
soldados.
Desempeñó esta
labor hasta el fin de la batalla de Brunete el 25 de julio de
1937, que con la derrota del lado republicano, las tropas del
“Regimiento Campesino” huyeron a Alcalá de Henares. Allí, el 12
de septiembre de 1937, contrajo matrimonio civil con Francisco
Burcet Lucini, sargento de la Sección de Muleros del Regimiento,
quedándose embarazada poco después. El 21 de enero de 1938, su
marido partió rumbo a Teruel con los hombres de la 46ª División
para relevar a los de la 11ª, que habían participado en la toma
de la ciudad, la primera capital de provincia que las tropas
republicanas conseguían conquistar desde el inicio de la guerra.
Rosario mientras tanto comenzó a trabajar en la oficina que
Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, había organizado en el nº 5 de
la calle de Zurbano de Madrid, para reclutar mujeres que
cubrieran los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres
cuando marchaban al frente. Trabajó allí hasta que dio a luz a
su hija Elena.
Tras la batalla del
Ebro, que supuso el desequilibrio de la balanza entre tropas
frentepopulistas y nacionales, dejó de recibir correspondencia
de su marido, y Rosario no supo si éste había muerto, había
logrado escapar a Francia o era uno de los miles de prisioneros
que hicieron los nacionales en su avance.
Al finalizar la
guerra civil Rosario intentó escapar por Alicante con su padre,
dejando a su hija con la segunda mujer de éste. Allí fueron
capturados, con otros 15.000 republicanos que esperaban
exiliarse a bordo de barcos de la Sociedad de Naciones que nunca
llegaron a puerto. Fueron conducidos al campo de los Almendros,
donde fusilaron a Andrés Sánchez. Rosario fue liberada y
trasladada semanas después a Madrid, donde fue detenida de nuevo
por vecinos falangistas de su pueblo, que la encarcelaron en la
prisión de Villarejo y después en la de Getafe, mientras se le
incoaba un procedimiento sumarísimo de urgencia. La petición
fiscal de muerte fue conmutada por 30 años de reclusión por un
delito de adhesión a la rebelión.
Fue trasladada a la
prisión de Ventas y siguió un periplo carcelario por las
prisiones de Durango, Orúe y, finalmente, la de Saturrarán. El
28 de marzo de 1942, tras sufrir tres años de encierro y todo
tipo de calamidades, fue puesta en libertad gracias a los
beneficios penitenciarios que el régimen franquista decretaba
periódicamente. Precisamente ese mismo día en que fue liberada
moría Miguel Hernández en la prisión de Alicante.
Fue condenada a
permanecer desterrada a más de 200 kilómetros de su pueblo y se
instaló en El Bierzo, con una compañera de prisión ya liberada,
pero la necesidad de ver a su hija la hizo regresar a Madrid,
pese a la prohibición de hacerlo. Su hija estaba al cuidado de
su suegra y desde allí comenzaron la búsqueda de su marido, sin
noticias desde el fin de la guerra. Por informaciones de
familiares supo que su marido había rehecho su vida en Oviedo,
una vez que el régimen franquista anuló todos los matrimonios
civiles de la República. Rosario volvió a casarse y tuvo otra
hija, pero se separó al cabo de dos años. Para ganarse la vida
comenzó a vender tabaco americano de contrabando en la plaza de
Cibeles. Posteriormente montó un estanco en Madrid.
Rosario falleció el 17 de abril de 2008. Durante el sepelio
estuvo acompañada de la bandera tricolor y personalidades
destacadas de la política como Gaspar Llamazares y Paco Frutos,
secretario general del PCE.
ARRIBA
Fue
escrito por Miguel Hernández alrededor de 1937 y está basado
en la experiencia de Rosario Sánchez en el frente:
Rosario,
dinamitera
Rosario,
dinamitera,
sobre tu mano
bonita
celaba la dinamita
sus atributos de
fiera.
Nadie al mirarla
creyera
que había en su
corazón
una desesperación,
de cristales, de
metralla
ansiosa de una
batalla,
sedienta de una
explosión.
Era tu mano
derecha,
capaz de fundir
leones,
la flor de las
municiones
y el anhelo de la
mecha.
Rosario, buena
cosecha,
alta como un
campanario
sembrabas al
adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una
rosa
enfurecida,
Rosario.
Buitrago ha sido
testigo
de la condición de
rayo
de las hazañas que
callo
y de la mano que
digo.
¡Bien conoció el
enemigo
la mano de esta
doncella,
que hoy no es mano
porque de ella,
que ni un solo dedo
agita,
se prendó la
dinamita
y la convirtió en
estrella!
Rosario,
dinamitera,
puedes ser varón y
eres
la nata de las
mujeres,
la espuma de la
trinchera.
Digna como una
bandera
de triunfos y
resplandores,
dinamiteros
pastores,
vedla agitando su
aliento
y dad las bombas al
viento
del alma de los
traidores.
ARRIBA
Huérfana
a los cuatro años de su padre Juan Martínez Cano, nació el 9
de octubre de 1914 en Las Menas, una aldea minera del pueblo
de Serón en la provincia de Almería. Pasó allí toda su
infancia.
En 1924, las
circunstancias hicieron que su madre Ángeles Sorroche Pozo, le
llevara a la abuela “la Mamachón” y a sus cuatro hermanos y
hermanas a un primer exilio a la periferia de Lyon en
Villeurbanne y Vaulx en Velin.
A los diez años
empezó a trabajar en una gran fábrica de seda artificial en esta
última ciudad. Tenía que subir sobre una bobina para alcanzar
los mandos de su máquina. Allí aprendió la lengua francesa.
A los doce años,
fue la vuelta a Cataluña donde la familia se instaló, en el
barrio de Sants en Barcelona.
Hasta 1932
trabajaba en la fábrica “La Seda de Barcelona” en Prat de
Llobregat, cuando estalló una dura huelga. Participó en el
comité de huelga, y la huelga la llevó al sindicato CNT y a las
ideas libertarias, las ideas a la revolución social porque la
guerra civil ya estaba en marcha. El 19 de julio de 1936
participó en la toma del cuartel de Pedralbes ocupado por los
soldados rebeldes.
En agosto de 1936
se fue como miliciana y voluntaria al frente de Aragón en la
columna “Los Aguiluchos” y participó en los combates del
cementerio de Huesca contra los nacionales.
Cuando se organizó
un grupo en La Torrassa (Hospitalet de Llobregat), se unió a
ellos. Sus compañeros de las Juventudes Libertarias se habían
marchado en la columna Durruti hacia Aragón.
Salió María de La
Torrassa en un camión, con los compañeros que conocía, entre
ellos “El Zaragata” Diego Navarro, un compañero que era uno de
los más destacados del barrio.
El destino era
Vicien, a 9 Km. al sur de Huesca, donde llegaron al amanecer y
allí se concentró toda la columna. En Vicien el día pasó sin que
nadie informara de nada, sin saber dónde estaban los frentes, ni
comida, ni bebida y la gente empezó a protestar seriamente.
La situación
empeoró y todo era pretexto para discutir, hasta tal punto que
Juan García Oliver, que estaba al mando de la columna “Los
Aguiluchos”, se subió encima de un camión y empezó a hablar:
“¿Sois vosotros los revolucionarios, los que queréis luchar por
la libertad, y no podéis comprender que se necesita paciencia y
organización para poder llegar a la meta que nos hemos fijado?”
Cuando terminó de
hablar, todos estaban dispuestos a ir al fin del mundo, sin
comer, ni beber y sin armas.
Las armas no
abundaban. Habían fusiles provenientes del cuartel de Pedralbes,
pistolas y algunas carabinas Winchester.
En Vicien la gente
no durmió se agrupó en los camiones recibiendo pan, queso y
algunas latas de sardinas.
Al día siguiente
empezaron a desplazarse monte arriba entre piedras, hoyos y
chaparros, con destino al cementerio de Huesca. Poco antes de
llegar a la carretera, empezaron a oír los disparos de una
ametralladora. Cuando salieron del monte, vieron una vivienda en
la que se encontraban un grupo de jóvenes que habían ido a
Barcelona para celebrar los Juegos Olímpicos de los
Trabajadores. Éstos eran los que tenían una ametralladora en la
ventana y dominaban el cementerio, impidiendo salir a los
nacionales.
Una vez allí, les
comunicaron que había una chica joven que manejaba un mortero y
un grupo de jóvenes con ella. El mortero provenía del cuartel de
San Andrés de Barcelona. Si los rebeldes no salieron del
cementerio fue por la valentía de esa mujer, que no solamente
luchó sino que además daba ánimos a los hombres.
El grupo de
extranjeros estaba compuesto por alemanes, italianos, búlgaros y
algunos periodistas. En aquellas primeras escaramuzas no había
una orden de combate. Desde luego, lo que impulsaba era el afán
de luchar, pero sin mandos y sin experiencia.
El primer día fue
bastante tranquilo, con algún que otro tiroteo. Se vigilaba y se
esperaba armas y que la gente que organizara.
Pero esto duró
poco, al día siguiente empezó el verdadero combate y aumentaron
sustancialmente los heridos. Había un enfermero del Hospital
Clínico de Barcelona al que ayudó María para socorrer a los
heridos leves, brazos, piernas y curas para evitar hemorragias.
La chica del mortero y María eran las únicas mujeres en aquel
frente.
Al amanecer,
siguieron fuertes combates, siendo la situación espantosa.
Según cuenta María:
“Seguimos curando, más bien consolando a todos los que nos
traían, pero por desgracia había heridos graves a los que una
simple cura les servía de poco, sólo para evitar alguna
hemorragia grave”. “Me sentía impotente de hacer frente a tanto
sufrimiento”.
»Hubo combates
fuertes y llegaron heridos de Almudévar: llevaban un coche
blindado con lo que se podía en aquel entonces (hojas de
metal, de latas). Una bomba les cayó dentro y los hirió
gravemente. Nosotros no sabíamos que hacer. Eran quemaduras
graves. Cubrimos las más importantes con las pocas gasas que
nos quedaban. Entrada la mañana, llegaron camiones y
camilleros enfermeros y se evacuó a los heridos. Los
primeros fueron los quemados de Almudévar y nos felicitaron
por nuestra buena iniciativa.
»Era el tercer
día de mi estancia en el frente, dos días terribles con los
heridos. Los combates seguían y llegaron por fin refuerzos y
una organización más adecuada. El cementerio seguía siendo
el punto más delicado, se cogió, o mejor dicho se llegó a
entrar, pero hubo que dejarlo, porque ya empezó la aviación
facciosa a bombardear. Pero a pesar de nuestra poca
experiencia y de nuestro poco armamento, de Huesca no
salieron ni los fascistas ni el ejército rebelde.
»Más tarde,
nuestras fuerzas las mandaba el coronel Villalba que se
quedó fiel a la República.
»Federico
Martínez Pérez, el que luego fue mi compañero y padre de mis
hijos, estaba con la columna Durrutti muy cerca, a pocos
kilómetros. Casi el mismo día fue herido en un muslo en la
toma de Siétamo (Huesca) antes de ser elegido centurión y
algunos meses después en la otra pierna en el carrascal
d’Igriès, a 10 Km. de Huesca, cuando lo nombraron comandante
de su batallón.
»Regresé a
Barcelona con el propósito de hacer unos cursillos de
enfermera, porque me sentía capaz de curar y de reconfortar
en esos momentos tan críticos. Pero nada sucede como lo
piensas, muchas veces sintiéndolo. Me tenían preparada otra
actividad.
»Lo primero fue
cuando consulté a Luis Cano Pérez, y me dijo: ‘Eso no
debe preocuparte, ya hay quien se ocupa de los heridos, eso
que tu acabas de vivir ya se está superando, ya se dispone
de equipos, de médicos cirujanos y de ambulancias, incluso
se ha puesto en marcha el servicio de recogida de sangre de
la Generalitat de Cataluña. Ahora aquí serás más necesaria,
porque no debemos olvidar la retaguardia. Necesitamos a
compañeras y compañeros de confianza para todas las
colectividades, planificar la economía, organizar
centros para los niños’. Luis Cano Pérez era miembro del
comité regional de la CNT y consejero municipal de defensa
de Hospitalet, responsable de las Patrullas de Control, una
de las figuras del movimiento obrero de Cataluña.
»En muy poco
tiempo en Cataluña, el ejército, la policía, el estado se
habían derrumbado y el pueblo dominado por las ideas
anarcosindicalistas tenía las armas.
»Los compañeros
de la CNT, de la FAI y de las Juventudes Libertarias y del
POUM –pequeño partido comunista antiestalinista– organizaron
las Patrullas de Control armadas para mantener el orden
revolucionario.
ARRIBA
»Inventaron
diferentes fórmulas de intercambios libres de productos
entre diferentes colectividades, la moneda fue abolida en
algunos lugares. La racionalización de la producción
permitió a dos regiones sobrevivir en tiempos de guerra. Los
obreros y empleados de Cataluña hicieron funcionar las
fábricas, formaron comités y socializaron muchas industrias
como la textil, la construcción, la metalurgia, convirtiendo
algunas con urgencia en industrias de guerra. De la noche a
la mañana se abrió un período en el que la revolución
social, libre y auto gestionada, llegó a un nivel nunca
alcanzado en la historia del mundo.
»Además de la
expropiación de algunas industrias y su socialización según
fórmulas diferentes, hubo las de los servicios, de los
transportes, del agua y de la luz pero también de los
espectáculos, peluquerías, panaderías, alimentación, etc. La
salud y la medicina fueron también socializadas, lo que
permitió por fin a toda la población el acceso a ellas y
particularmente a los más desprovistos.
»En aquellos
días se reorganizó la distribución de la ración de pan y
había asambleas y discusiones. Finalmente, en una asamblea
en el teatro Olimpia, se formó con los compañeros de la UGT
el Comité Económico de la Industria del Pan, y fui elegida
miembro de este organismo, puesto que ocupé mientras duró la
guerra.
»Creo que mi
breve estancia en el frente fue benéfica para todos. Mucho
más tarde, en el 37, durante un permiso de Federico –mi
compañero que luchaba en el frente de Aragón, en Los
Monegros–, paseábamos por las Ramblas en Barcelona cuando
unos jóvenes nos pararon y me dijeron: “¿No te acuerdas de
nosotros? Pues nosotros sí que te recordamos, tú eres la
chica que nos curó en la casilla de los peones camineros del
cementerio de Huesca, y no te extrañes de no recordarnos,
porque fuimos muchos a los que reconfortaste con tus
cuidados, y suerte tuvimos que acompañaras al enfermero y le
ayudaras.”
»Es con cierto
orgullo que siento el honor de haber participado en esta
página de la historia trágica de España”.
»Después de la
pérdida de Barcelona a finales de enero 1939 huimos pasando
la frontera francesa por los Pirineos. Los hombres fueron
internados en los campos de concentración de las playas
francesas y las mujeres, los niños y los ancianos nos
pusieron en vagones cerrados y enviados sin saber el
destino.
María Martínez
Sorroche, la miliciana de los Aguiluchos, murió el 10 de
noviembre de 2010 a los 96 años de edad.
ARRIBA
Libertad
Ródenas nació en Chera, Valencia, en 1892. Su padre Custodio
Ródenas, después de vivir en París y conocer los escritos de
Voltaire, quedó ganado para el librepensamiento. Volvió a
Valencia y se unió a Emeteria Domínguez y tuvo tres hijos:
Volney, Progreso y Libertad. Durante el resto de su vida fue
un firme propagandista de las ideas liberales.
Libertad ingresó
con cinco años en una escuela laica, a la que asistió por poco
tiempo. Era aquella una época de agitación política y social
contra el régimen monárquico y contra el primer ministro Cánovas
del Castillo. Libertad, ya con más años, comenzó a frecuentar
los mítines y reuniones políticas y pronto participó en las
controversias que se suscitaban adquiriendo una capacidad
oratoria y expositiva muy importantes. Pronto habría de
decantarse hacia la defensa de la idea anarquista y a partir de
entonces multiplica su presencia en actos públicos y en los
conflictos que se planteaban entre el capital y los obreros.
En 1918 se traslada
con su familia a Barcelona y puede intervenir en el Congreso de
la Confederación Regional de la CNT que tiene lugar en Sants.
Posteriormente participa en giras de propaganda organizadas para
exponer y explicar los acuerdos del Congreso y también para
ayudar en la constitución de sindicatos en las localidades donde
no existieran.
Durante una de
estas giras conocerá a quien luego será su compañero, José
Viadiu, militante confederal.
Su casa en
Barcelona se convirtió en centro de reunión y de refugio de los
perseguidos por parte de las autoridades. A nadie faltó cobijo.
También sirvió como depósito de armas que habrían de usar como
defensa ante los ataques del Estado y de sus mercenarios que por
entonces y sobre todo en Barcelona proliferaban, donde no había
día que militantes obreros no fueran encarcelados, deportados o
asesinados. Martínez Anido, Arlegui y el llamado Barón Koenig y
sus pistoleros hacían de la ley y de la justicia una sucesión de
violencias y crímenes.
La familia Ródenas
no quedó indemne; Volney y un primo llamado Armando fueron
detenidos y una noche les fue aplicada la “ley de fugas”,
quedando Armando tan malherido que habría de fallecer en breve;
afortunadamente Volney pudo escapar ileso y ocultarse. En otro
tiroteo también fue herido su otro hermano Progreso.
El 13 de diciembre
de 1920, tras el atentado y muerte del policía Espejo, Libertad
fue detenida y llevada a presencia de Arlegui en la jefatura de
policía. Allí rechazó las insinuaciones de soborno para que
abandonara su militancia. Esto le costó pasar tres meses en
prisión.
Una vez liberada y
en unión de Rosario Dulcet viaja a Madrid para dar una charla en
el Ateneo denunciando el terror gubernamental que asola
Barcelona y toda Cataluña.
Continuó con las
giras propagandísticas por toda España, lo que le acarreaba
arrestos y detenciones, como cuando fue recluida en Guadalajara
por unas charlas que dio en compañía de Juan Peiró.
Libertad actuó en
el grupo “Brisas Libertarias” de Sants con Rosario Segarra y
luego con Rosario Dulcet, Miralles, García y otros. También
habrá de participar en los comités pro-presos barceloneses.
Con el compañero
Viadiu tuvo tres hijos y su militancia quedó suspendida por un
tiempo.
En julio de 1936
salió con la Columna Durruti hacia Aragón, y en el frente
participó como una miliciana más, igual al resto de sus
compañeros. Se ocupó de la evacuación hacia Barcelona de los
niños aragoneses sacados de los frentes de guerra.
Colaboró también en
las actividades de Mujeres Libres y en su órgano de propaganda.
Al final de la
guerra cruzó la frontera francesa, pudiendo más tarde
establecerse en México, donde falleció en enero de 1970.
ARRIBA
En aquel verano
de 1936 –escribe Helena Andrés Granel en “Transgrediendo las
fronteras del género. Milicianas en la Guerra Civil
española”– con la presencia de mujeres armadas en las calles
y en un contexto de subversión del orden establecido, se
forjaba el mito de la miliciana, símbolo de la resistencia
antifascista. Ataviada con atuendos hasta entonces
masculinos al “trocar sus vestiduras femeninas por el mono
de la fábrica” y partiendo para las líneas de fuego, la
miliciana desestabilizaba la identidad de género femenina,
incorporando los “arrestos varoniles” en la acción bélica.
La imagen de la
miliciana, que pobló durante los primeros momentos de la guerra
los carteles de la propaganda republicana, fue más bien un
símbolo de llamamiento a los hombres hacia la lucha que un
verdadero prototipo femenino.
Todas las
organizaciones sociales repitieron la consigna de que las
mujeres tenían su puesto de lucha en la retaguardia, marcando
una clara división de espacios de actuación en función del
género.
Y fue efectivamente
en la retaguardia donde las mujeres efectuaron su principal
contribución al esfuerzo de guerra, incorporándose a la
producción al ocupar los puestos de trabajo que los hombres
dejaban vacantes en su desplazamiento al frente, así como en la
realización de tareas de auxilio al combatiente, movilización
femenina que fue canalizada principalmente a través de
organizaciones de mujeres, entre las que destacaron la
Agrupación de Mujeres Antifascistas, dependiente del Partido
Comunista, o la anarquista.
La AMA, que tenía
su origen ya en 1933, cuando nació bajo el nombre de Mujeres
contra la Guerra y el Fascismo, pretendía movilizar a la
población femenina en contra del fascismo aglutinando a mujeres
de diversas tendencias ideológicas. Sus reivindicaciones
estuvieron siempre enmarcadas en una política antifascista y de
carácter popular, y si bien incluían en su programa la
reivindicación de derechos para las mujeres, sus discursos en el
periodo de guerra se basaron en los tradicionales papeles de
género. Su presidenta, Dolores Ibárruri, ensalzaba el heroísmo
maternal de las mujeres que, entendidas de un modo relacional,
eran llamadas a la movilización política por un futuro mejor
para sus maridos e hijos.
Pero incluso las
anarquistas, agrupadas en torno a la Federación Mujeres Libres,
que se habían caracterizado por su lucha específicamente
feminista, abogando por una nueva concepción de la mujer como
individuo autónomo y luchando por su emancipación en el seno de
la revolución, aceptaron que “la verdadera mujer”, debía oponer
a la violencia guerrera, “la delicada suavidad de su psicología
femenina”, prodigando “cuidados maternales” a los soldados.
No todas acataron
este mandato y muchas se alistaron voluntariamente en las
milicias obreras creadas espontáneamente por partidos de
izquierda y sindicatos. Sus motivaciones eran diversas desde la
conciencia política hasta el deseo de acompañar a sus
familiares. Pero incluso en el seno de la milicia, pervivió la
división de roles de género.
Aquellas que
combatieron “como hombres” constituyeron efectivamente una
minoría, dedicándose las más de ellas al desempeño de tareas
tradicionalmente femeninas tales como la cocina o la limpieza.
El 25 de julio de
1936, “Juventud”, órgano de las Juventudes Socialistas
Unificadas, daba noticia de la formación de un batallón femenino
en que las mujeres aprendían el manejo de las armas: “no quieren
ser solo auxiliares, quieren ser una fuerza de choque […]. Todas
me dicen que quieren ir al frente, que no quieren que se las
emplee solo para la Cruz Roja ni cosas semejantes, que quieren
combatir”. Mas si bien inicialmente la prensa había puesto como
ejemplo a seguir a las mujeres que luchaban en la vanguardia con
“arrestos varoniles”, elogiando sin reservas a aquellas que
morían combatiendo al fascismo fusil en mano, muy pronto
comenzarían a circular otro tipo de discursos. Ya a finales de
agosto de 1936, este mismo periódico insistía en que “en estos
momentos el papel de la mujer es ayudar al hombre, no
suplantarle”, y propugnaba para las mujeres tareas, como la
enfermería, más acordes a su supuesta naturaleza femenina,
caracterizada por la sensibilidad.
Las mujeres habían
tenido así su lugar durante un tiempo en la milicia
revolucionaria, aquella milicia sin jerarquías ni disciplina
militar, mas no lo tendrían ya en el ejército regular
republicano. Los decretos del jefe del Gobierno republicano, el
socialista Largo Caballero, de militarización de las milicias
fueron acompañados de una orden de retirar a las mujeres de los
frentes. Esta política fue además reforzada mediante discursos
que las descalificaban arrebatándoles su condición de sujetos
políticos y devolviéndolas al lugar que les correspondía en el
orden patriarcal, al identificarlas con prostitutas que ponían
en peligro la vida de los soldados propiciando la transmisión de
enfermedades venéreas y que les restaban, en un inconveniente
desgaste de energía sexual, energías para la batalla. Así lo
sostenía, por ejemplo, Félix Martí Ibáñez que, al tiempo que
elogiaba a una minoría de “obreritas” que combatían “sin perder
su feminidad”, clamaba por la vuelta a retaguardia de “las
románticas” y las que “deliberadamente aprovecharon tal
oportunidad para mercantilizar su cuerpo” puesto que “la
castidad masculina” es “la fuente de magníficas reservas
energéticas” y la guerra, en definitiva, “una cosa de hombres”.
La anarquista
Concha Pérez, quien también fuera miliciana, recuerda: “me
pareció muy mal, porque el mismo derecho tenían ellas de estar
en el frente que los hombres. […] La excusa que daban, porque yo
luego he tenido amistad con Ortiz, y le decía: “bueno es que
esto es el colmo, ¡que parta esto precisamente de libertarios!”
Él dijo que tenía más bajas de enfermedades venéreas que de
tiros […]. Ya seguidamente de esto, hubo las escuelas de guerra,
entonces si alguna mujer entraba ya era con más dificultad,
algunas ingresaron pero ya con muchas dificultades”. Parece ser
que en las columnas anarquistas se dio, no obstante, una mayor
tolerancia con respecto a la permanencia de las mujeres.
Algunas se
resistieron a abandonar las trincheras, mas la mayoría
regresaron a retaguardia. Se imponía así el discurso hegemónico
de género que, en función de los significados de “varón” y
“mujer”, entendidos en forma dicotómica y excluyente, les
asignaba distintas aptitudes y espacios de actuación.
ARRIBA
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