A las ocho de la mañana del 24 de julio de 1936, Durruti habló
por radio dirigiéndose a la población obrera de Barcelona para pedirles que
contribuyeran con artículos alimenticios al abastecimiento de la Columna.
«El arma más potente de la
revolución es el entusiasmo. En la revolución se triunfa cuando todo el
mundo está interesado en la victoria, haciendo de ella cada uno su causa
personal. La respuesta a mi llamada nos dará la medida del interés que pone
la ciudad de Barcelona en la revolución y su victoria. Además, esto es una
manera de situar a cada uno frente a su propia responsabilidad, una ocasión
para que todo el mundo tome conciencia de que nuestra lucha es colectiva y
que su triunfo depende del esfuerzo de todos. Este y no otro es el sentido
de nuestra llamada».
A continuación y en nombre del Comité Central de las Milicias
Antifascistas de Cataluña, Buenaventura Durruti dirigió la siguiente alocución:
«Trabajadores de Cataluña
que habéis respondido generosamente a la llamada de la C.N.T., lo mismo que
al de otras organizaciones, sindicatos y partidos políticos de izquierda que
integran el Comité Antifascista, tenéis el deber, hoy más que nunca, de
escuchar a los miembros de este Comité, que os llama, a organizar la defensa
de lo qué habéis conquistado en Cataluña, y además, trabajadores, tenéis el
deber de salir de Cataluña hacia Aragón para caer sobre esa capital que está
en manos del fascismo y aplastarlo de una vez para siempre. En Aragón los
compañeros, los trabajadores, son víctimas de las hordas fascistas, que se
ensañan con el obrero. El proletariado catalán, que siempre está alerta, que
siempre ha vivido a la vanguardia de la libertad de España, hoy más que
nunca debe escucharnos. Pero no creáis que defendemos intereses personales,
porque se trata del proletariado español, trabajadores, que no puede vivir
otra vez «aquello» que todos hemos conocido que nos ha hecho vivir la más
miserable de las vidas.
Tenéis un deber en estos
momentos: concentraros en la calzada del Paseo de Gracia a las diez de la
mañana.
Una advertencia,
trabajadores de Barcelona todos, y en particular los de la Confederación
Nacional del Trabajo. Los puestos que han sido conquistados en Barcelona que
no sean abandonados. La capital no debe ser abandonada.
Tenéis que permanecer en
guardia permanente, ojo avizor, por si tuviésemos que responder a posibles
acontecimientos. Trabajadores de la Confederación Nacional del Trabajo,
todos como un solo hombre debemos ir a ayudar a los camaradas de Aragón».
ARRIBA
Se hizo circular la noticia de que buena parte de los
expedicionarios, debido a la precipitación de la salida, no habían podido
aprovisionarse suficientemente de víveres. Con tal motivo, acudieron al paseo de
Gracia, cruce con la avenida del Catorce de Abril, junto a la plaza de Cataluña,
y a la plaza de España gran número de ciudadanos que llevaron toda clase de
géneros alimenticios para las fuerzas.
Fue una verdadera demostración de entusiasmo y de adhesión a las
fuerzas antifascistas que enardeció al gran gentío que presenció el espontáneo
avituallamiento de la tropa. Se dispuso que cuantos autos circularan por los
indicados lugares cargaran con aquellos víveres y los trasladaran al cuartel de
Pedralbes.
ARRIBA
En medio del entusiasmo general en la mañana del día 24 de julio
de 1936, salía de Barcelona la primera columna de milicianos con destino a
Aragón; se trataba de la Columna Durruti y estaba compuesta por unos tres mil
hombres y por una nutrida representación de mujeres. El técnico militar de la
columna era el comandante Pérez Farràs, militar de profesión, que desde el
primer momento se mostró pesimista acerca de los resultados de una organización
de tal naturaleza. Otro de los militares profesionales que integraron la columna
fue el sargento de artillería José Manzana, que desde hacía tiempo participaba
en los comités antimilitaristas de la CNT. Esto le había permitido asimilar las
ideas libertarias y comprender la psicología del anarquismo, hostil por
naturaleza a todo lo que tenía algo que ver con la obediencia y la autoridad.
La organización de las columnas de milicianos fue llevada a cabo
por los mismos futuros combatientes, estructura que se conservaría hasta la
militarización general de marzo de 1937. El esquema adoptado era sencillo: diez
milicianos constituirían un grupo, que nombraría a un delegado de grupo; diez
grupos formaban una centuria, que debía elegir a su vez un delegado de centuria;
cinco centurias componían una Agrupación, que dispondría de un responsable, que
junto a los delegados de centurias formaría el Comité de Agrupación.
Esta organización de las columnas no agradaba, como es lógico, a
los asesores militares como Pérez Farràs que consideraba indispensable la
disciplina.
Durruti confió a Manzana y al instructor Carreño la tarea de
dotar a la columna de municiones, artillería y ametralladoras, así como la de
organizar un cuerpo sanitario, integrado por enfermeros, médicos y un equipo
quirúrgico de urgencia. Si la colaboración entre Durruti y Manzana fue siempre
de signo positivo, debido a la compenetración de ideas, no ocurrió lo mismo con
Pérez Farràs, el cual, en un momento dado, se mostró en desacuerdo con Durruti
respecto al método organizativo de éste, que el comandante juzgaba demasiado
liberal. Ante tal actitud, Durruti le dijo: «Lo he dicho cien veces, pero lo
repetiré una vez más: durante toda mi vida he sido y he vivido como un
anarquista. El hecho de ser nombrado responsable político de una colectividad
humana no puede hacer que cambien mis convicciones. Por otra parte, ha sido bajo
esta condición como he aceptado desempeñar esta misión que me ha confiado el
Comité Central de Milicias… Considero que la disciplina, la coordinación y la
realización de un plan, cualquiera que éste sea, son cosas indispensables. Pero
también creo que esto no debe seguir concibiéndose según los criterios al uso de
un mundo al que acabamos de destruir en toda Cataluña. Debemos buscar y
encontrar nuevos conceptos: la solidaridad entre los hombres debe despertar la
responsabilidad personal de cada individuo, a fin de que la disciplina pueda ser
asumida, no como un acto de obediencia, sino como un acto de espontánea
autodeterminación».
Como anarquista y revolucionario que era, su intención era
seguir siendo fiel a sí mismo a la hora de asumir la dirección de una columna de
milicianos destinados al frente de Aragón. Las ideas de los combatientes
anarquistas estaban muy definidas, y el propio Durruti lo dejaba muy claro con
estas palabras:
«Se nos impone la guerra, y
la lucha que debe regirla difiere de la táctica con que hemos conducido la
que acabamos de ganar, pero la finalidad de nuestro combate es el triunfo de
la revolución. Esto significa no solamente la victoria sobre el enemigo,
sino que ella debe oponerse por un cambio radical del hombre. Para que ese
cambio se opere es preciso que el hombre aprenda a vivir y conducirse como
un hombre libre, aprendizaje en el que se desarrollan sus facultades de
responsabilidad y de personalidad como dueño de sus propios actos. El obrero
en el trabajo no solamente cambia las formas de la materia, sino que
también, a través de esa tarea, se modifica a sí mismo. El combatiente no es
otra cosa que un obrero utilizando el fusil como instrumento, y sus actos
deben tender al mismo fin que el obrero. En la lucha no se puede comportar
como un soldado que le mandan, sino como un hombre consciente que conoce la
trascendencia de su acto. Ya sé que obtener eso no es fácil, pero también sé
que lo que no se obtiene por el razonamiento no se obtiene tampoco por la
fuerza. Si nuestro aparato militar de la revolución tiene que sostenerse por
el miedo, ocurrirá que no habremos cambiado nada, salvo el color del miedo.
Es solamente liberándose del miedo que la sociedad podrá
edificarse en la libertad».
Para Durruti la toma de Zaragoza se había convertido en una
obsesión “táctica”, pues consideraba que recuperarla de manos del enemigo era
esencial para la buena marcha de la Revolución. |
|
ARRIBA
El
punto de partida de la columna Durruti era el Paseo de
Gracia, y hacia allí se dirigió un inmenso gentío de
barceloneses curiosos, que tal vez esperaban despedir a un
ejército más o menos convencional, pero que se encontraron
con una especie de abigarrada y extraña caravana, donde se
podían ver camiones transportando colchones. El núcleo de
milicianos lo componían unos 3.000 hombres, que se pusieron
en marcha en medio de un delirio de vítores, puños
levantados y cantos revolucionarios.
En cabeza iba un
camión, ocupado por una docena de jóvenes, entre los cuales
destacaba José Hellín, que enarbolaba la bandera-insignia roja y
negra de la columna. Las cinco centurias que desfilaban a
continuación constituían una auténtica fuerza de élite: la
primera estaba formada por los mineros del Alto Llobregat,
convertidos ahora en guerrilleros y dinamiteros; la segunda era
integrada por los marineros del Sindicato del Transporte,
teniendo como delegado a Setonas; en la tercera centuria
figuraba El Padre, un veterano luchador revolucionario
que había combatido con Pancho Villa en la Revolución mejicana;
la cuarta había sido reclutada con hombres de confianza, como el
obrero textil Juan Costa; y la quinta, que tenía como delegado
al joven anarquista de 19 años Muñoz, estaba compuesta
exclusivamente por obreros metalúrgicos. Detrás seguían las
otras cinco «agrupaciones», hasta completar las treinta
centurias que totalizaba la columna.
Entre dos autocares
se deslizaba un «Hispano Suiza», cuyo interior estaba ocupado
por Durruti y el comandante Pérez Farràs.
ARRIBA
Poco antes de
salir la Columna Durruti para Zaragoza vía Lérida, fue
cuando Buenaventura Durruti, que se encontraba discutiendo
con un delegado del Sindicato Metalúrgico sobre una cuestión
de blindaje de camiones, recibió al periodista del
“Toronto Star”, el canadiense Van Passen, que publicaría
un reportaje bajo el título: «Dos millones de anarquistas
luchan por la revolución», que apareció publicado el 18
de agosto de 1936, aunque el periodista simulaba haber hecho
la entrevista en el frente de Aragón («A lo lejos se oye el
estruendo de un cañón», escribía en la entradilla de su
trabajo). En el mismo comienza inmediatamente por poner a
Durruti ante el lector:
“Es un hombre
alto y fuerte, moreno, bien afeitado, de rasgos morunos,
hijo de humildes campesinos. Su voz aguda, casi gutural”.
–“El pueblo
español quiere la Revolución –comenzaría diciéndole
Durruti a Van Passen– y está en trance de hacerla, a lo
cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento
general. En tales condiciones, no hay más que dos
caminos: o la victoria de los trabajadores, es decir, la
libertad, o el triunfo de los facciosos, que significa
la tiranía.”
Van Passen le
preguntó si él consideraba ya aplastados a los militares
rebeldes:
–“No,
todavía no los hemos vencido” contestó francamente. Y
agregó: “Ellos tienen Zaragoza y Pamplona. Ahí es donde
están los arsenales y las fábricas de municiones.
Tenemos que tomar Zaragoza y después saldremos al
encuentro de las tropas compuestas de Legionarios
Extranjeros, que ascienden desde el Sur, mandadas por el
general Franco. Dentro de dos o tres semanas nos
encontraremos entregados en batallas decisivas.”
–“¿Dos o tres
semanas?” preguntó intrigado el periodista.
–“Dos o
tres semanas o quizá un mes” –afirmó Durruti–. “La lucha
se prolongará como mínimo todo el mes de agosto. El
pueblo obrero está armado. En esta contienda el Ejército
no cuenta. Hay dos campos: los hombres que luchan por la
libertad y los que luchan por aplastarla. Todos los
trabajadores de España saben que si triunfa el fascismo
vendrá el hambre y la esclavitud. Pero los fascistas
también saben lo que les espera si pierden. Por eso esta
lucha es implacable. Para nosotros de lo que se trata es
de aplastar al fascismo, de manera que no pueda levantar
jamás la cabeza en España. Estamos decididos a terminar
de una vez por todas con él, y esto a pesar del
Gobierno...”
–“¿Por qué dice
usted a pesar del Gobierno? ¿Acaso no está este Gobierno
luchando contra la rebelión fascista?” preguntó el
periodista sorprendido.
–“Ningún
Gobierno en el mundo pelea contra el fascismo hasta
suprimirlo” –respondió Durruti–. “Cuando la burguesía ve
que el poder se le escapa de las manos, recurre al
fascismo para mantener el poder de sus privilegios. Y
esto es lo que ocurre en España. Si el Gobierno
republicano hubiera deseado terminar con los elementos
fascistas, hace ya mucho tiempo que hubiera podido
hacerlo. Y en lugar de eso, temporizó, transigió y
malgastó su tiempo buscando compromisos y acuerdos con
ellos. Aún en estos momentos, hay miembros del Gobierno
que desean tomar medidas muy moderadas contra los
fascistas. ¡Quién sabe –dijo Durruti, riendo– si aún el
Gobierno espera utilizar las fuerzas rebeldes para
aplastar el movimiento revolucionario desencadenado por
los obreros!”
–“¿Entonces
–preguntó Van Passen– usted ve dificultades aun después que
los rebeldes sean vencidos?”
–“Efectivamente. Habrá resistencia por parte de la
burguesía, que no aceptará someterse a la revolución que
nosotros mantendremos en toda su fuerza, –contestó
Durruti–.”
El periodista
le señaló la contradicción en que se encontraba la
revolución que mantenían los anarquistas:
–“Largo
Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del
Frente Popular es salvar la República y restaurar el orden
burgués. Y usted, Durruti, usted me dice que el pueblo
quiere llevar la revolución lo más lejos posible. ¿Cómo
interpretar esta contradicción?”
–“El
antagonismo es evidente. Como demócratas burgueses, esos
señores no pueden tener otras ideas que las que
profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, está cansado
de que se le engañe. Los trabajadores saben lo que
quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo sino con el
pueblo, es decir, por la revolución dentro de la
revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en esta
lucha estamos solos, y que no podemos contar nada más
que con nosotros mismos. Para nosotros no quiere decir
nada que exista una Unión Soviética en una parte del
mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud
en relación a nuestra revolución. Para la Unión
Soviética lo único que cuenta es su tranquilidad. Para
gozar de esa tranquilidad, Stalin sacrificó a los
trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes
fueron los obreros chinos, que resultaron victimas de
ese abandono. Nosotros estamos aleccionados, y deseamos
llevar nuestra revolución hacia adelante, porque la
queremos para hoy mismo y no, quizá, después de la
próxima guerra europea. Nuestra actitud es un ejemplo de
que estamos dando a Hitler y a Mussolini más quebraderos
de cabeza que el Ejército Rojo, porque temen que sus
pueblos, inspirándose en nosotros, se contagien y
terminen con el fascismo en Alemania y en Italia. Pero
ese temor también lo comparte Stalin, porque el triunfo
de nuestra revolución tiene necesariamente que
repercutir en el pueblo ruso.”
Van Passen
recapitula:
“Este es el
hombre que representa a una organización sindical que cuenta
aproximadamente con dos millones de afiliados y sin cuya
colaboración la República no puede hacer nada, incluso en el
supuesto de una victoria sobre los sublevados. Yo quise
conocer su pensamiento porque para comprender lo que está
sucediendo en España es preciso saber cómo piensan los
trabajadores. Por esa razón he interrogado a Durruti, porque
por su importancia popular es un auténtico y característico
representante de esos trabajadores en armas. De sus
respuestas resulta claramente que Moscú no tiene ninguna
influencia ni autoridad para hablar en nombre de los
trabajadores españoles. Según Durruti, ninguno de los
Estados europeos se siente atraído por el sentimiento
libertario de la revolución española, sino deseosos de
estrangularla.”
–“¿Espera usted
alguna ayuda de Francia o de Inglaterra, ahora que Hitler y
Mussolini han comenzado a ayudar a los militares rebeldes?”
pregunté.
–“Yo no
espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de
ningún gobierno del mundo” respondió Durruti secamente.
Y agregó: –“Puede ser que los intereses en conflictos de
imperialismos diferentes tengan alguna influencia en
nuestra lucha. Eso es posible. El general Franco está
haciendo todo lo posible para arrastrar a Europa a una
guerra, y no dudará un instante en lanzar a Alemania en
contra nuestra. Pero, a fin de cuentas, yo no espero
ayuda de nadie, ni siquiera, en última instancia, de
nuestro Gobierno.”
–“¿Pueden
ustedes ganar solos?” pregunté directamente.
Durruti no
respondió. Se tocó la barbilla, pensativamente. Sus ojos
brillaban. Y Van Passen insistió en la pregunta:
–“Aun cuando
ustedes ganaran, iban a heredar montones de ruinas”, me
aventuré a interrumpir su silencio.
Durruti pareció
salir de una profunda reflexión, y me contestó suavemente,
pero con firmeza:
–“Siempre
hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella
por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los
únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los
obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las
industrias, los que extraemos el carbón y los minerales
de las minas, los que construimos ciudades... ¿Por qué
no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones
para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan
miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que
ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo
en la última fase de su historia. Pero –le repito– a
nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un
mundo nuevo en nuestros corazones”. Y luego agregó: “Ese
mundo está creciendo en este instante”.
ARRIBA
La Columna
Durruti, después de pasar por Lérida, tuvo su primer
enfrentamiento con los alzados en Caspe, a unos cien
kilómetros de Zaragoza, donde un grupo de milicianos, que
habían salido por su cuenta de Barcelona el 23 de julio, ya
luchaban contra ellos. Gracias a la llegada de la Columna se
pudo recuperar Caspe, y continuaron con Fraga, Candasnos,
Peñalba y La Almolda
En los periódicos
de la Ciudad Condal se podía leer:
«La ocupación de
Caspe por las fuerzas leales: A la una de ayer tarde, desde el
micrófono instalado en el Palacio de la Generalidad, se radió la
siguiente nota:
«En este momento se
recibe la noticia de que las fuerzas del regimiento de
infantería número 18 y milicianos de Lérida y la artillería de
Barcelona, ha ocupado, previo pequeño bombardeo, la ciudad de
Caspe al grito de ¡Viva la libertad!
El entusiasmo de
las fuerzas es indescriptible. El pueblo ha recibido a la
columna de la libertad aclamando a la hermana Cataluña.»
Los milicianos de
Durruti no se habían enfrentado aún con ningún núcleo importante
de tropas enemigas, por lo que parecía una especie de marcha
triunfal. A su paso por las poblaciones eran profusamente
aclamados, mientras que Durruti se preocupaba de aconsejar a los
campesinos para que ocuparan las tierras y organizaran sus
colectividades. «Hacedlo –les decía– sin jefes, sin
capataces, sin ninguna clase de parásitos. Si vosotros no hacéis
esto, será inútil que nosotros sigamos adelante. Es necesario
crear un mundo diferente del que hemos comenzado a destruir,
porque en caso contrario no merecería la pena que nuestra
juventud vaya a morir al frente. Pensad que nuestro verdadero
campo de batalla es la Revolución».
ARRIBA
El 27 de julio
llegaron a Bujaraloz, donde se instaló el Comité de Guerra.
Al día siguiente la Columna avanzó en dirección a Pina y
Osera, pero al poco de partir aparecieron tres aviones
enemigos que bombardearon la Columna, haciendo cundir el
pánico entre los milicianos, muchos de los cuales se echaron
a correr. La intervención de algunos de los componentes de
la Columna evitó una desastrosa retirada. Ante este
contratiempo, que se tradujo en veinte muertos, Durruti
decidió volver a Bujaraloz para informarse mejor de las
posiciones del enemigo antes de atacar.
En Bujaraloz reunió
a sus milicianos y les dirigió a ellos, desde el balcón del
Ayuntamiento, la alocución siguiente:
«Amigos,
nadie ha venido a esta Columna forzado. Es cada uno de
vosotros que habéis elegido libremente vuestra suerte, y la
suerte de la primera columna de la CNT y de la FAI es muy
ingrata. García Oliver lo anunció por radio en Barcelona:
salíamos para Aragón a conquistar Zaragoza o dejar la vida
en el intento. Yo repito la misma cosa: antes que
retroceder, hay que morir. Zaragoza está en manos de los
fascistas, y allí se encuentran centenares, miles de obreros
bajo la amenaza de los fusiles, que pueden dispararse a cada
instante ocasionando la muerte de nuestros hermanos. ¿Para
qué hemos salido de Barcelona, sino es para liberarles?
Ellos nos esperan y nosotros, ante el primer ataque enemigo,
echamos a correr. ¡Hermosa manera de mostrar al mundo y a
nuestros compañeros el coraje de los anarquistas que se
llenan de miedo ante tres aviones!
La burguesía
no nos permitirá implantar el comunismo libertario
simplemente porque ése es nuestro deseo. La burguesía
resistirá porque ella defiende sus intereses y sus
privilegios. El único medio que tenemos nosotros para
implantar el comunismo libertario es destruyendo la
burguesía. El camino de nuestro ideal es seguro, pero hay
que seguirlo con coraje. Esos campesinos que hemos dejado
tras nosotros, y que han comenzado a poner en práctica
nuestras teorías, lo han hecho tomando nuestros fusiles como
garantía de su cosecha. Si dejamos el camino libre al
enemigo, eso quiere decir que esas iniciativas tomadas por
los campesinos son inútiles, y lo que es peor aún, los
vencedores les harán pagar su audacia asesinándoles. Es éste
y no otro el sentido de nuestro combate. Lucha ingrata que
no se parece a ninguna de las que hemos librado hasta ahora.
Lo que ha pasado hoy no es nada más que una simple
advertencia. Ahora la lucha va a empezar de verdad. Nos
enviarán toneladas de metralla y tendremos que defendernos
con bombas de mano y hasta con cuchillos. A medida que el
enemigo se sienta cercado nos morderá como una bestia
acorralada. Y morderá duramente. Pero aún no ha llegado a
ese punto, y ahora se bate para no caer bajo el peso de
nuestras armas. Y es más, él cuenta con el apoyo de Alemania
y de Italia, y nosotros contamos nada más que con la fe en
nuestro ideal, pero contra esa fe se han quebrado los
dientes todas las represiones. Y hoy se los tiene que
quebrar también el fascismo.
Nosotros
contamos a nuestro favor la victoria que hemos conseguido en
Barcelona, y debemos aprovechar con rapidez esa ventaja,
porque si no la aprovechamos, el enemigo, abastecido por los
alemanes e italianos, será más fuerte que nosotros y nos
impondrá la dura ley del vencido. Nuestra victoria depende
de la rapidez de nuestra acción. Cuanto más pronto
ataquemos, más posibilidades tenemos de triunfo. Hasta este
momento, la victoria está de nuestro lado, pero no será
consolidada si no tomamos inmediatamente Zaragoza... Mañana
no puede repetirse lo de hoy. En las filas de la CNT y de la
FAI no hay cobardes. No queremos entre nosotros gente que se
asusta ante los primeros disparos...
A los que
han corrido hoy, impidiendo a la Columna avanzar, yo les
pido que tengan el coraje de dejar caer el fusil para que
sea empuñado por otra mano más firme… Los que quedemos
proseguiremos nuestra marcha. Conquistaremos Zaragoza,
libertaremos a los trabajadores de Pamplona, y nos daremos
la mano con nuestros compañeros mineros de Asturias y
venceremos, dando a nuestro país un nuevo mundo. Y a los que
vuelvan, después de estos combates, yo les pido que no digan
a nadie lo que ha ocurrido hoy... porque nos llena de
vergüenza».
Evidentemente las
palabras de Durruti tenían una doble finalidad: disipar el
posible desánimo que el subrepticio ataque aéreo hubiera podido
causar entre sus hombres y, al mismo tiempo, responsabilizar a
éstos haciéndoles comprender que, tal como les habían demostrado
los acontecimientos, su misión y el sentido de su lucha debían
inspirarse preferentemente en un “espíritu revolucionario” más
que en un espíritu simplemente bélico o revanchista.
Todo estaba
preparado para reemprender la marcha hacia Zaragoza. Los hombres
de la columna se hallaban dispuestos a proseguir su camino, pero
las horas pasaban y Durruti no salía del Ayuntamiento de
Bujaraloz. Ello fue debido a una complicada discusión entre
Durruti, los distintos delegados de la Columna, el comandante
Pérez Farràs y el coronel Villalba acerca de la táctica que
debía adoptarse. Los dos últimos intentaban convencer a Durruti
de que atacar Zaragoza sin tener los flancos cubiertos, era poco
menos que una locura. En su opinión, debían esperar la llegada
de las columnas Roja y Negra y Carlos Marx: la
primera podía cubrir el sur del Ebro y la segunda protegería el
asalto a Zaragoza desde el sector de Tardienta y Alcubierre.
Al final, Durruti
cedió a las razones que se le daban, pero la inmovilización de
la Columna –que ya nunca llegaría a Zaragoza– quedaría como uno
de los enigmas más insondables de toda la Guerra Civil española.
Según algunos historiadores y comentaristas, la contraorden de
no avanzar partió del Comité Central de Milicias, ya que en
Barcelona se creía más oportuno dar preferencia a un plan de
desembarco en Mallorca, dejando para más adelante el ataque a
Zaragoza. Esta explicación no resulta demasiado convincente,
siendo más factible pensar que se acumularon varios factores: la
«indecisión» de Durruti, la realidad cambiante de un día para
otro en unos momentos tan cruciales, la escasez de armamento, el
rápido desarrollo de las colectividades y la misma acción, cada
vez más precisa, de las fuerzas nacionales. También tuvo mucha
influencia sobre Durruti las razones técnicas esgrimidas por el
coronel Villalba, militar republicano de cierto prestigio.
A primeros de
agosto de 1936, Durruti aprovechó la interrupción de las
operaciones de avance para reorganizar y estructurar «su»
Columna:
Comité de
Guerra. Durruti, Ricardo Rionda,
Miguel Yoldi, Antonio Carreño y Luis Ruano. Unidad mayor, la
Agrupación, compuesta de 5 Centurias de a cien hombres,
repartidos en cuatro grupos de veinticinco. Cada una de
estas unidades tenía a su frente un delegado nombrado por la
base, y revocable a cada momento. La responsabilidad
representativa no confería privilegio ni jerarquía de mando.
Consejo
Técnico-militar. Estaba
constituido por los militares (oficiales) que había en la
Columna. Su representante era el comandante Pérez Farràs. Y
la misión de este consejo era asesorar al Comité de Guerra.
No disponía de privilegio alguno ni jerarquía de mando.
Grupos
Autónomos. El Grupo Internacional
(franceses, alemanes, italianos, marroquíes, ingleses y
americanos) que llegó a contar con unos 400 hombres. Su
delegado general, enlazando con el Comité de Guerra, era el
capitán de artillería francés Berthomieu, que moriría en
septiembre en una acción de guerra.
Grupos
Guerrilleros. Misión línea
enemiga. Los formaban: “Los Hijos de la Noche”, “La Banda Negra”, “Los Dinamiteros”,
“Los Metalúrgicos” y otros.
Estrategia.
Condicionada la acción de la Columna por la carencia de
armamento y munición, estableció una línea defensiva frente
a Zaragoza de unos 78 kilómetros, que iba desde Velilla de
Ebro hasta Monte Oscuro (Leciñena). Actúa como ofensiva,
valiéndose de los grupos volantes guerrilleros que luchan
por sorpresa y aseguran, con las posiciones tomadas al
enemigo, rectificar progresivamente la línea defensiva de la
Columna. A mediados de agosto contaba con unos seis mil
hombres.
Material
bélico. 16 ametralladoras (la
mayoría de ellas tomadas al enemigo), 9 morteros y 12 piezas
de artillería. Fusiles contaba con tres mil, lo que
significaba que no podía poner en línea todos sus efectivos
humanos.
Modo de vida.
La Columna era la imagen de la sociedad sin clases por la
cual se luchaba. Y alrededor de ella fueron creándose
Colectividades campesinas que abolieron el dinero, el
asalariado y la propiedad privada. Los miembros de la
Columna, que por falta de armas no podían estar en el
frente, mientras esperaban su turno de trinchera colaboraban
en las labores campesinas, combatiéndose de esa manera el
parasitismo que engendra la vida de soldado.
Disciplina.
La disciplina descansaba en el propio carácter del
voluntariado: libremente consentida, apoyándose en la
solidaridad de clase. Las órdenes se daban de compañero a
compañero. La representación delegada no confería privilegio
alguno. El principio era igual, de derechos y deberes. La
coacción moral del medio social suplía el carácter punitivo
de los códigos militares.
Acción
Cultural. Secciones culturales
que aseguraban la enseñanza en general. Una emisora que
difundía textos y conferencias sobre diversas materias y
radiaba llamamientos a los soldados que combatían en las
filas franquistas. Un Boletín impreso sobre un camión con
imprenta ambulante, llamado El Frente, informaba de
la vida de la Columna y servía a la vez como buzón de ideas
y de críticas.
Alrededor del
Comité de Guerra se concentraron diversos servicios; tales
como los administrativos, en los que trabajaban varias personas,
entre ellas Emilienne Morin, compañera de Durruti, que hacía al
mismo tiempo de secretaria e intérprete en su relación con los
periodistas y personalidades extranjeras que, cada día en mayor
número, acudían al frente de Aragón, atraídos por la fama de la
Columna Durruti y por la originalidad del «ambiente»
revolucionario creado a su alrededor.
Una panadería, que
llegó a asegurar el pan de la columna, y que estuvo a cargo de
los hermanos Subirats. Un parque de mecánica y automóviles, que
tuvo como delegado a Antonio Roda. Un excelente servicio
sanitario, con dos cirujanos, los doctores Santamaría y Martínez
Fraile, asistido por un equipo de enfermeras, algunas de ellas
llegadas del extranjero, solidarias de la revolución española.
La estructura u
organización de la Columna fue surgiendo sobre la marcha,
renunciando a aquello que no servía y reemplazándolo por otro
modo que cumplía mejor la función. Fue un proceso experimental,
comenzado ya el 22 de julio, cuando se dieron los primeros
toques entre los voluntarios que acudían a los sindicatos. No se
podía considerar obra de nadie, porque había sido una obra
colectiva, en la que cada uno colaboraba con su iniciativa.
Durruti instaló su
Cuartel General en un edificio abandonado, llamado Venta
Monzona, situado entre Bujaraloz y Pina de Ebro. Alrededor
de él se levantaron almacenes y barracas donde albergar los
distintos servicios, así como un taller mecánico para la
reparación de armas, automóviles y demás pertrechos.
Las dos columnas
que debían colaborar con la de Durruti no llegaban, lo que
retrasaba el ataque a Zaragoza, exasperando a Durruti pues aquel
retraso no sólo permitía al enemigo reforzar sus posiciones,
sino también continuar su represión contra los
anarco-sindicalistas zaragozanos. Esta retención de la columna
originó una situación de impaciencia entre los hombres de
Durruti, y muchos de ellos propusieron al Comité de Guerra
llevar a cabo acciones de comando contra las posiciones clave de
los nacionales, formándose entonces los llamados «grupos
especiales», haciéndose célebres los «dinamiteros» y los
«guerrilleros» de la columna, que en sus ataques conquistaron
las posiciones de Leciñena, Monegrillo, Osera y Farlete. Las
avanzadillas de tales posiciones se encontraban a quince
kilómetros escasos de la capital aragonesa.
ARRIBA
Las
colectivizaciones agrarias tuvieron una gran expansión en
Aragón, uno de los bastiones del anarquismo y donde la
Columna Durruti llevó la inspiración revolucionaria. El 11
de agosto de 1936 en el pueblo aragonés de Bujaraloz, fue
proclamado el siguiente decreto:
«Como las
cosechas son sacrosantas para los intereses del pueblo
trabajador y la casta antifascista, deben ser recogidas sin
la menor pérdida de tiempo.
Todos los
bienes como frutas, animales y medios de transporte, que
pertenezcan a los fascistas, son desde ahora propiedad del
pueblo bajo el control de este Comité.
En el día de
la proclamación de esta proclama queda abolida la propiedad
de la tierra de los grandes terratenientes, las cuales
pasarán a ser propiedad de este pueblo en la forma que
decida este Comité
Todos los
tractores, segadoras, arados, etc. que pertenezcan a los
fascistas, pasan a ser propiedad de este pueblo
Como la
lucha armada de las milicias es la salvaguardia de las vidas
e intereses del pueblo trabajador, los ciudadanos les
proporcionarán todo su apoyo incondicional y entusiasta.
Tanto moral como material».
Respondiendo a las
directrices emitidas en Bujaraloz, en la mayoría de los pueblos
aragoneses y sobre todo los cercanos al frente, se estableció un
régimen de comunismo libertario. En muchos lugares se abolió el
dinero y los suministros eran distribuidos por dos comités: el
Militar y el del Pueblo, a cambio de unos comprobantes.
En las zonas de
Aragón no ocupadas por los rebeldes se formaron cuatrocientas
colectivizaciones que llegaron a involucrar a cerca de medio
millón de personas.
ARRIBA
El periodista
Augustín Souchy, natural de Racibórz (Polonia), que en julio
de 1936 marchó a Barcelona, participando desde los primeros
días en la Guerra Civil española, fue nombrado responsable
de relaciones exteriores (Información de Lengua Extranjera)
y consejero político de la CNT, escribió sobre las
colectivizaciones llevadas a cabo en Calanda.
“...En la
plaza del pueblo, frente a la iglesia, hay una fuente de
granito completamente nueva. Su zócalo lleva grabadas las
iniciales de la C.N.T.–F.A.I. Lo que fue la iglesia es ahora
un almacén de abastos. Todas las secciones no se han
terminado todavía. La carnicería está instalada en una
dependencia de la iglesia, instalación higiénica, bonita,
como el pueblo no había conocido nunca. No se compra nada
con dinero: las mujeres reciben carne a cambio de vales...,
pues pertenecen a las colectividades y esto basta para
obtener carne y otros alimentos”.
“El pueblo
tiene 4.500 habitantes. La C.N.T. domina. Setecientos jefes
de familia están adheridos. La colectividad agrupa 3.500
miembros; los demás son individuales... el pueblo, limpio y
agradable, es rico. En la caja hay 26.000 pesetas, producto
del aceite (anualmente, 750 toneladas), del trigo, de las
patatas y de los frutos... Antes, había algunos grandes
propietarios, el 19 de julio fueron expropiados”.
“Colectivistas e individuales viven pacíficamente lado a
lado. Hay dos cafés en el pueblo: uno para los individuales,
otro para los colectivistas... los tejidos y la ropa no
faltan, pues cambian aceite con una fábrica de tejidos de
Barcelona”.
“El trabajo
es intenso y faltan brazos, pues numerosos jóvenes, todos
ellos miembros de la C.N.T., están en el frente... aquí todo
está colectivizado, con excepción de los pequeños tenderos
que han querido permanecer independientes. La farmacia
pertenece a la colectividad, lo mismo que el médico. Este
último no recibe dinero. Se le mantiene como a los demás
miembros de la colectividad”.
“El mejor
edificio del pueblo, un antiguo convento, es ahora escuela,
que funciona conforme a los métodos de Ferrer Guardia.
Antes, no había más que ocho maestros. La colectividad ha
nombrado a otros diez más”.
“Los
individuales se han beneficiado igualmente con la
colectivización: no pagan ni alquileres, ni electricidad. El
pueblo posee su propia central eléctrica, alimentada por una
caída de agua”.
“Los
colectivistas están contentos. En otro tiempo, los
campesinos padecían hambre en abril, mayo y junio.
Actualmente, esto ha mejorado”. “Antes, existía una sucursal
bancaria. Ahora está cerrada. La municipalidad confiscó
70.000 pesetas que destinó a la compra de productos”.
“Los
campesinos trabajan por grupos de diez. La tierra está
repartida en zonas. Cada grupo, con un delegado a la cabeza
trabaja su zona. Los grupos se forman según las afinidades.
La colectividad es una gran familia que vela por todos”.
ARRIBA
El siguiente
artículo fue publicado en Solidaridad Obrera el 12 de
agosto de 1936.
Cataluña en pie de guerra.
Hemos cruzado
un gran número de poblaciones catalanas. En todas ellas
hemos observado el mismo espectáculo: a la entrada y a la
salida de las villas y de las localidades de mayor
importancia, se hallan barricadas u obstáculos de la más
variada estructura.
Al pie de los
cachivaches, o de los árboles arrancados de cuajo,
permanecen en constante alerta unos cuantos milicianos. Los
trabajadores exigen la documentación de los vehículos y son
escrupulosos en su cometido. Vigilan día y noche para que
los enemigos no se filtren en las poblaciones catalanas.
La impresión
que produce Cataluña es que se encuentra en pie de guerra.
Un aire de renovación recorre el espacioso perímetro de
nuestra tierra. De este soplo revolucionario se han
contagiado la inmensa mayoría de los naturales del país.
A lo largo de
las carreteras se observa constantemente el saludo que se ha
estilizado con las jornadas de Julio. Los campesinos que
están absortos con el trabajo de la cosecha se distraen de
sus labores cotidianas para levantar el puño en el aire y
corresponder de esta manera al veloz vehículo que cruza
raudamente por las calzadas de la campiña catalana. [...]
En
tierras de Aragón.
[...]. Nuestra
emoción es intensa. Dentro de breves instantes nos
hallaremos junto a nuestros camaradas. [...]
El cambio de
paisaje es considerable y contundente. Sabemos que los
límites de Cataluña se han esfumado. Ya no divisamos la
espléndida exuberancia de la campiña catalana. En su lugar
avizoramos un suelo yermo. Los montículos terrosos sin una
sola brizna de hierba producen una impresión deplorable.
[...]
Bujaraloz…
Un sol
abrasador nos acompaña en todo el recorrido del trayecto. Al
fin llegamos a la población aragonesa que cobija el grueso
de la Columna de Durruti. Nos hallamos en Bujaraloz.
Nos apeamos en
la plaza del pueblo. A primera vista, remarcamos que es la
clásica plaza de villorrio. Tres cuerpos de casas, casi
pegadas. En una de las casas más cercanas a la carretera
está instalada una oficina que atiende a un gran número de
servicios que afecta a la concentración de milicianos.
Bujaraloz está
situado entre los pueblos de Peñalba y Pina. Su población es
de 1.500 habitantes. Sus habitantes viven del campo. Hasta
el momento que precedió a la entrada de las milicias obreras
los campesinos de Bujaraloz percibían jornales de 4,50
pesetas diarias y trabajando de punta de día hasta el
anochecer.
Está situado en
un llano y todas las casas son de tipo rústico. Pertenece al
período cuaternario. Cuenta con capas subterráneas de sal y
toda el agua es salada. Para beber, los pobladores han de
aprovechar el agua de lluvia.
Es de la
provincia de Zaragoza y del partido judicial de Pina de
Ebro. Cosecha cereales en gran abundancia si la atmósfera
prodiga la lluvia. Abunda el ganado. Es una población muy
miserable.
La tierra
estaba en manos de dos grandes caciques que nuestros
camaradas ahuyentaron con su presencia. El censo de la
localidad está integrado por obreros, campesinos y pequeña
industria.
El pueblo de
Bujaraloz conoció la bestialidad de los fascistas por
espacio, tan sólo, de unas horas. Se llevaron en rehenes a
tres hijos del pueblo. Pero la rápida aparición de las
milicias limpió de fascistas a Bujaraloz y sus contornos.
[...]
Nueva
estructuración económica.
En la región
aragonesa que controlan las milicias catalanas se ha
terminado la explotación y la rapiña. Ha nacido un nuevo
orden revolucionario. En Bujaraloz los campesinos trabajan
colectivamente. Se reparten de una manera equitativa el
fruto de su labor cotidiana. Y el entusiasmo del campesino
es grandioso. No están dispuestos a que ningún político
burgués trate de arrancarles la indudable mejora que acaban
de conquistar. Funciona un comité de abastos que controla
las necesidades de las milicias y de los pobladores y que
está integrado por una representación de ambas partes.
Los víveres son
distribuidos a las familias de la población de acuerdo con
el número de familiares y de milicianos que cada casa ha de
alojar. Y para los restantes artículos o productos se sigue
una tónica idéntica.
Los camaradas
residen en las casas de los hijos del pueblo. Están
debidamente atendidos y existe una perfecta convivencia.
Las
centurias.
Los milicianos
están organizados en grupos de cien. Al frente de cada
centuria se encuentra un camarada, y como elemento
coordinador de todas las centurias actúa un delegado de las
centurias.
La organización
de las milicias ha ido plasmándose sobre el terreno. Hoy un
detalle y mañana otro, ha posibilitado que al cabo de tres
semanas ya se cuente con una buena organización. No podemos
dar más detalles respecto al número de centurias y al número
de fuerzas y cantidad de material porque podríamos caer en
una indiscreción.
El avance
de la columna.
En el mismo
momento de nuestra llegada se acaba de trasladar el cuartel
general de Bujaraloz a unos kilómetros de distancia. La
Prensa ya ha informado de la ocupación de Pina y Gelsa.
La Columna de
Durruti cuando entra en una población, la primera medida que
toma es la quema del registro de la Propiedad.
Inmediatamente el camarada Durruti arenga al pueblo
congregado en la plaza o en un lugar a propósito para ello.
Durruti procura explicarles lo que significa la entrada de
los milicianos en la población. Expone de una manera
detallada las bases prácticas del comunismo libertario.
Una de las
faenas importantes es la depuración de los enemigos. De esto
se encarga la Legión Negra, que está integrada sobre
todo por los camaradas metalúrgicos, que además de cumplir
con esta misión acuden siempre a los lugares de mayor
peligro.
Nuestros
camaradas no molestan a los vecinos de las poblaciones. Pero
si alguna vez se comete algún exceso el comité procura
sancionarlo.
En el
cuartel general.
Esta instalado
en una casilla de peones camineros. En una casa
destartalada. Se nota una actividad febril. Hay varias
dependencias. Una de ellas, entrando a mano izquierda, ha
sido habilitada para despacho del Comité de la Columna. El
Comité lo integran los camaradas Durruti, Carreño y Miguel
Yoldi.
Estrechamos
emocionados las manos del camarada Durruti y Carreño.
Penetramos en el despacho. Observamos un ir y venir
continuo. El nerviosismo es grande.
Durruti es la
figura más destacada. Es un hombre admirable. No para un
momento. Acude a todas partes. Habla, gesticula. Sus
palabras se hallan reflejadas en sus ojos. Es todo un
guerrillero. Hombre de rasgos faciales duros, pero noble y
generoso. Su aspecto impresiona, pero al minuto da una
sensación de bondad. Durruti tiene un temple de granito,
pero posee un alma de niño. Nos acordaremos siempre del
Durruti de Bujaraloz con su casquete rojinegro.
Otro camarada.
Francisco Carreño tiene una cierta similitud con los
insurrectos del Méjico turbulento. Un sombrero de paja de
anchas alas le da todo el aspecto del guerrillero de
ultramar. Es un muchacho muy simpático. Afable y cariñoso
con todo el mundo. Es un intelectual que sabe empuñar el
fusil.
Miguel Yoldi es
otro de los componentes del Comité de la Columna. Lo tenemos
muy presente por ser compañero de redacción de
Solidaridad Obrera. Es un valor en todos los aspectos.
Habla poco. Es un hombre de acción.
No queremos
terminar esta ligera impresión de una visita realizada al
frente de combate sin recordar a Pablo Ruiz que es uno de
los luchadores que mayor valor y decisión pone en la lucha.
Adiós a
nuestros camaradas.
La premura del
tiempo nos impide que podamos permanecer largas horas con
nuestros camaradas. Además, nuestra misión ya se había
terminado.
Durruti no
quiere turistas. A los camaradas que tratan de distraerse
con un viajecito los incorpora a la columna. Estamos de
acuerdo. Al frente de batalla hay que ir para rendir una
utilidad u otra, pero de ninguna de las maneras hay que
pasearse.
Nos despedimos
de todos los camaradas deseándoles mucha suerte. Nuestro
pensamiento está junto a ellos. Si nuestra salud nos lo
hubiera permitido nos hubiéramos movido del lado de Durruti
y de sus buenos camaradas.
Nos
reintegramos al suelo catalán con el alma dolorida. Sentimos
alejarnos de los bravos camaradas que con tanto tesón luchan
contra el fascismo.
Salud,
camaradas.
Jaime Balius
ARRIBA
La
Columna Durruti tuvo que aguantar en Pina duros bombardeos
de la aviación nacional, pasados los cuales avanzó de nuevo
hasta ocupar Osera. Pronto había de empezar el calvario de
Buenaventura Durruti, cuya Columna se vio difamada a causa
de los asesinatos y robos cometidos por delincuentes comunes
alistados en ella. Procedían éstos de la Cárcel Modelo de
Barcelona, que como es sabido abrió sus puertas a todos los
que cumplían condena allí, a raíz de sofocar y vencer al
alzamiento del 19 de julio de 1936 en la Ciudad Condal.
Cuando la Columna
Durruti salió de Barcelona, arrastró consigo a gran cantidad de
prostitutas, produciendo las enfermedades venéreas estragos en
la Columna. Fueron llamadas las “ametralladoras” porque causaban
más bajas entre los milicianos que las armas de los nacionales.
A principios de
agosto, Durruti procedió a una labor de limpieza en su Columna.
En la novela “Un millón de muertos” de José Mª Gironella, en el
capítulo XV, escribe:
«Durruti
estaba defraudado: los anarquistas, magníficos luchadores en
las barricadas urbanas, en el frente dejaban mucho que
desear. Su asesor militar, Pérez Farràs, le decía que
“libertad y disciplina se dan de bofetadas”. Dispuesto a
poner orden, su médico el Doctor Rosselló, le pasó un
informe en el que le alertaba de la “epidemia homosexual”
que junto a las enfermedades venéreas, amenazaban con
diezmar la columna. Durruti ordenó que todos los
homosexuales calificados y todas las milicianas aquejadas de
enfermedad venérea fuesen desarmados y conducidos a la
estación de Bujaraloz. La centuria del sindicato del
espectáculo, aportó más de la mitad de homosexuales.
La gente
supuso que Duruti iba a enviar a estas personas a la
retaguardia. Una vez homosexuales y milicianas se hallaron
en Bujaraloz, Durruti ordenó que los metiesen en vagones de
carga y se dirigió hacia allí.
Detalles:
los vagones eran de “Tara 3.000 kgs.” pintados de bermellón
sucio y con puertas correderas. Los detenidos sumaban 37 en
total.
Una vez en
el tren, Durruti ordenó a dos milicianos abrir la puerta del
primer vagón, y él personalmente disparó con su fusil
ametrallador. Después repitió la operación en los vagones
vecinos. La operación duró en conjunto unos 5 minutos.
Cuando
acabó, montó en su coche y se volvió al puesto de mando, a
seguir con la fracasada conquista de Zaragoza».
Esta versión dada
por José Mª Gironella, ha sido desmentida, entre otras cosas,
porque en Bujaraloz no había estación de ferrocarriles.
Lo que sí hizo
Durruti fue crear una especie de dispensario antivenéreo en
Bujaraloz y mandar a los homosexuales y prostitutas a Barcelona.
ARRIBA
Durante los
primeros días de agosto hubo poca actividad en la Columna
Durruti, mientras que la Columna Ortiz no conseguía hacerse
con la posición fortificada de Belchite, que recibían
suministros y refuerzos desde Zaragoza y Calatayud. En
Alcubierre tampoco se conseguía avances, ya que los
sublevados sabían muy bien que la pérdida de cualquiera de
estos sectores podía suponer una caída rápida de Zaragoza.
Así que, mientras se desarrollaba la actividad a los flancos
de la capital aragonesa, en el centro del frente, donde
estaba ubicada la Columna Durruti, solo tenía lugar pequeñas
escaramuzas. Además había gran escasez de armamento y
municiones, que favorecía mucho esta situación de quietud.
Entonces se intensificaron las acciones de los grupos
guerrilleros de la columna, entre ellos un ataque al puesto
de mando de Fuentes de Ebro en el que se capturaron más de
medio centenar de prisioneros, entre ellos a varios
oficiales.
Durruti decidió
finalmente ir a Barcelona para estudiar, junto al Comité de
Milicias Antifascistas, la manera de poder salir de esa
situación. En esos momentos la posición más avanzada era
Calabazares Altos, desde donde se podía ver Zaragoza; se había
ocupado Aguilar, Osera de Ebro, Monegrillo, Farlete y se había
cercado Pina; pero la falta de munición no permitía hacer más.
Fue en Barcelona
donde García Oliver le comunicó, muy a pesar suyo, la intención
del capitán Bayo de desembarcar en Mallorca. Se consideraba que
había que postergar el ataque a Zaragoza, ya que las columnas
que operaban aun no habían cumplido sus objetivos, considerados
básicos para afrontar un ataque frontal a la capital y por otro
lado se estaba organizando la expedición a Mallorca, que
consideraban muy importante para obligar a Italia a interesarse
para conservar sus bases lo cual no podía dejar indiferente a
Inglaterra, que se vería obligada a intervenir. Durruti no
estaba de acuerdo con esta estrategia que se intentaba seguir,
ya que consideraba que Inglaterra y los franceses podían llegar
perfectamente a un acuerdo con Italia para evitar que no se
extendiera el conflicto y que además, si la expedición militar
en Mallorca no tenía éxito, se habría perdido un tiempo precioso
en Aragón que aprovecharían los nacionales para reforzarse.
Durruti consideraba vital actuar rápido en ese frente y
conseguir un contacto con la zona republicana Norte, y que si
esto se conseguía la guerra estaría ganada ya que se podrían
concentrar las fuerzas contra el ejército de Franco que
desembarcaba en Andalucía.
Durruti pretendía evitar que la revolución se transformara en
una guerra, ya que entonces la revolución quedaría subordinada a
dicha guerra. Pero esta prisa expresada por Durruti iba más allá
de la estrategia: «Si esta situación se prolonga, terminará
con la revolución, porque el hombre que salga de ella tendrá más
de bestia que de humano... Tenemos que darnos prisa, mucha
prisa, para terminar cuanto antes».
ARRIBA
El Comité de
Guerra de Aragón residía en Sariñena y estaba compuesto por
delegados de columnas (Antonio Ortiz, Buenaventura Durruti,
Cristóbal Aldabaldetrecu, José del Barrio y Jorge Arquer) y
asesores militares (con el coronel Villalba como consejero
mayor, Franco Quinza, comandante Reyes, teniente coronel
Joaquín Blanco y los capitanes Medrano y Menéndez). El
coronel Villalba pretendía crear otro Comité, cosa que al
final haría, en Huesca, dividiendo el frente en dos
sectores. Durruti y Ortiz se oponían a este nuevo Comité,
que dificultaría la realización de ofensivas generales. El
Comité de Guerra de Aragón decidió lanzar un ataque de gran
envergadura en el sector de Huesca, según un plan elaborado
por el Consejo Técnico Militar del Comité, motivo por el
cual tuvo que regresar Durruti de Barcelona. Para dicho
ataque se solicitó la ayuda de la Columna Durruti, dada la
poca actividad que desarrollaba en esos momentos. Fue por
entonces cuando se produjo la visita de Mijail Koltsov
(corresponsal soviético de Pravda y asesor político
enviado por Stalin) mientras Durruti preparaba a sus
milicianos para la ofensiva sobre Huesca. Durruti comentó a
Koltsov que era importante concentrarse en Zaragoza, pero
que el frente se desplazaba en otras direcciones, también le
dijo que la inmovilidad en la que se encontraban respondía a
una estrategia de los técnicos militares, que consideraban
que había que afianzar las posiciones a norte y sur antes de
atacar Zaragoza, y que un ataque que pensaban llevar a cabo
contra Fuentes de Ebro debía reforzar estas posiciones.
ARRIBA
Villalba
solicitó la ayuda de la Columna Durruti para la toma de
Siétamo (Huesca), así que varias centurias de la Agrupación
de José Mira ocuparon Siétamo tras tres días de combates.
Una vez ocupada Siétamo, los milicianos de la Columna
Durruti la dejaron en poder de los hombres de la columna de
Villalba para su defensa, dada su importancia en un futuro
ataque contra Huesca. Pero esto también lo sabían los
nacionales, que efectuaron un contraataque y derrotaron a
los hombres de Villalba a mediados de agosto. Así pues, en
septiembre se tuvo que atacar otra vez la posición, y esta
vez los nacionales se habían fortificado mejor con seis
ametralladoras ubicadas en una posición alta y una batería
de artillería. Villalba volvió a pedir ayuda a la Columna
Durruti y tornaron a enviarse varias centurias de la
Agrupación de José Mira y tras duros combates, bajo el
bombardeo incesante de la aviación alemana, volvieron a
ocupar Siétamo, haciendo que los nacionales se retiraran el
día 12 de septiembre de 1936 hacia Estrecho Quinto. La lucha
continuó reforzada por varias centurias de la columna del
POUM. Se intentó flanquear la fortificada Estrecho Quinto
por el norte, donde se encontró una gran resistencia los
días 15 y 18 de septiembre. El día 30 del mismo mes de
septiembre se ocupaba las poblaciones de Loporzano y
Fornillos, mientras que se atacaba la posición de Tierz y se
avanzaba contra Estrecho Quinto, no quedando más remedio a
los nacionales que evacuar esta población junto con todas
las situaciones que cubrían la ciudad de Huesca por el este.
Así pues se ocuparon las posiciones de Siétamo, Loporzano,
Monte Aragón y Estrecho Quinto, donde se capturó abundante
material militar al enemigo.
ARRIBA
Cuando Durruti
volvió a Bujaraloz, de unos viajes que le habían llevado a
Barcelona y Madrid para unos importantes asuntos, se
encontró con que la CNT había convocado una Asamblea
Regional en Bujaraloz para el 6 de octubre en las que
participarían delegados de las columnas confederales; en tal
Asamblea se pretendía crear el Consejo de Defensa de Aragón
y la Confederación de Comunidades libertarias de esa región
siguiendo los acuerdos tomados en dos Plenos Nacionales de
la CNT anteriores en los que se propuso la creación de un
Consejo Nacional de Defensa y Comités Regionales de Defensa.
Con tal medida se pretendía frenar la influencia que ciertos
militares que se oponían al avance de la revolución. Se
intentaba de esta manera acabar con la existencia de dos
Comités de Guerra autónomos, el de Sariñena y el Norte
Aragón, creado por el coronel Villalba y al que se unió Del
Barrio. En vez de ocuparse de Huesca el coronel Villalba y
Del Barrio se dedicaban a disolver las colectividades
libertarias.
Como es de suponer,
la noticia de esta Asamblea no hizo mucha gracia en el Norte
Aragón ni tampoco agradó mucho a la Generalidad, siendo atacado
por la prensa del PSUC. Incluso el propio Comité Nacional de la
CNT tampoco estuvo de acuerdo, ya que como el gobierno se negaba
a la creación del Consejo Nacional de Defensa, estaban
negociando la entrada de la CNT en el gobierno de la República.
ARRIBA
Coincidiendo
con la Asamblea de Bujaraloz, se produjo un ataque de los
nacionales en el frente de Perdiguera-Leciñena. Una columna
móvil a cargo del teniente coronel Urrutia formada por el
batallón n.º 19 de Infantería, el “Tercio del Pilar”, tres
compañías de carros, tres de ametralladoras del Regimiento
de Gerona, ametralladoras de la bandera “Palafox”, cinco
compañías de la Falange, dos escuadrones y dos baterías.
Eran unos 4.000 hombres en total y contaban con el apoyo de
la aviación. Atacaron las posiciones de la Columna Durruti
en Calabazares-La Puntaza con el objetivo de cortar la
carretera entre Osera y Monegrillo y ocupar dichos pueblos.
A pesar de la actuación de su aviación, su progresión pudo
ser contenida y rechazada. Pero dos días después volvieron
al ataque con más efectivos que progresaron por la carretera
Villamayor-Farlete, llegando a las proximidades de esta
última población, y un segundo ataque con caballería se
llevaba a cabo por el flanco derecho en el camino
Perdiguera-Farlete, lugar del primer ataque. Debido a la
superioridad, los milicianos tuvieron que ceder terreno,
pero rápidamente se formó una Columna con fuerzas de los
demás sectores que dejó a los milicianos de los tramos
tranquilos del frente con tan solo 10 cartuchos, tal era la
carencia de municiones.
La Columna formada
llegó a la zona de la acción cuando los nacionales distaban tan
solo un kilómetro de Farlete y su caballería iniciaba un
movimiento envolvente por el sur. La caballería fue parada por
la artillería y fue obligada a replegarse perseguidos por los
camiones blindados. Frenado el movimiento envolvente, la
vanguardia del ataque nacional detuvo su avance, momento en el
que se inició un contraataque que coincidió con la aparición de
aviones de bombardeo republicanos. Los nacionales iniciaron la
retirada hacia Perdiguera, en la que abandonaron numeroso
material militar.
El día 12 de
octubre los nacionales volvieron a atacar, esta vez contra las
posiciones del POUM en Leciñena, que ocuparon al parecer debido
a la escasez de municiones de los milicianos. El peligroso
avance pudo ser detenido en las proximidades de Alcubierre por
los refuerzos que acudieron a la zona.
El día 14 la
Columna Durruti preparó una ofensiva para descongestionar el
frente y amenazar la carretera de Villamayor-Perdiguera-Leciñena,
durante este ataque el Grupo Internacional de la Columna avanzó
demasiado perdiendo el contacto con el resto y entrando en
Perdiguera, ocupándola; pero desde Zaragoza acudieron refuerzos
muy superiores en número que cercaron dicho pueblo e
imposibilitaron que la Columna pudiera ir en su auxilio. Tan
solo una parte del Grupo Internacional pudo romper el cerco, el
resto se parapetaron en las casas del pueblo donde lucharon
hasta el fin.
Finalmente quedó establecido el frente que se prolongaba hacia
el norte incluyendo el Monte Oscuro, máxima altura de la Sierra
de Alcubierre, estableciéndose contacto con la Columna del POUM,
que contraatacaba por Alcubierre.
Fue después de esta
ofensiva cuando la Columna recibió la noticia de la promulgación
por parte del gobierno de Largo Caballero del Decreto de
militarización.
ARRIBA
«Al Consejo de
la Generalidad de Cataluña.
El Comité de
Guerra de la Columna Durruti, ante la publicación del
Decreto de militarización de las milicias y recogiendo el
sentir de la totalidad de los individuos enrolados en ella,
expone lo siguiente:
La
provocación militar-fascista del 19 de Julio dio origen a un
movimiento auténtica e indiscutiblemente popular por el que
se condenó definitivamente, entre otras cosas, la
organización jerárquica militar y el Código de Justicia a
que se refiere el artículo 2º del Decreto referido.
Esta
Columna, formada espontáneamente al calor de esa protesta en
las calles barcelonesas y engrosada posteriormente por todos
los que se han sentido hermanados con nuestro ideal, tiene
unidad en su conjunto y finalidades, y sus individuos se
disciplinan a cuanto tienda a conseguir su objetivo de batir
al fascismo. Si la disciplina tiende a buscar un mayor
rendimiento en los individuos, esta Columna puede dar buena
prueba de su efectividad: el trabajo realizado en el frente
por nuestros milicianos y el avance constante de nuestras
posiciones son nuestro exponente mejor en favor de la
auto-disciplina.
Los
milicianos de esta Columna tienen confianza en si mismos y
en los que la dirigimos, por su expresa delegación, sin
reservas. Por tanto creen, y nos identificamos con ellos,
que el Decreto de militarización no puede mejorar nuestras
posibilidades de lucha, viniendo a crear en cambio
suspicacias, reservas y repulsiones que ya han apuntado y
concretarían un verdadero estado de desorganización.
La razón que
se aduce de que el enemigo luche “aprovisionado de material
en grandes proporciones” no tiene, evidentemente solución
con la militarización de las milicias.
Por todo lo
expuesto, este Comité, haciéndose eco del clamor de protesta
levantado en la Columna por el Decreto referido, se ve
precisado a no admitirlo.
Al dar
cuenta de esta determinación formal y concreta y estimando
que la lucha emprendida no debe entorpecerse por esto,
recabamos de ese Consejo, libertad de organización y le
rogamos una respuesta precisa que venga, a la mayor
brevedad, a poner fin al estado de inquietud que se ha
creado».
Por el
Comité de Guerra,
Firmado:
Durruti
Frente de
Osera, 1º de Noviembre de 1936
ARRIBA
Esta
promulgación fue coincidente con la salida para el puerto
ruso de Odesa de las reservas de oro del Banco de España, en
uno de los capítulos más vergonzosos de la Guerra Civil
española. Fue el primer triunfo de los estalinistas y a
partir de entonces empezaron los ataques serios contra
anarquistas y trotsquistas, pretendían acabar con el POUM y
someter a la CNT-FAI. En Barcelona, la “Lluís Companys”
pactaba con Esquerra Republicana para zafarse del dominio de
la CNT, aliándose a su vez con el PSUC con la condición que
Andreu Nin (dirigente del POUM) fuera destituido de su
puesto como consejero de Justicia en la Generalidad, a lo
que accedieron. (El Comité Central de Milicias Antifascistas
fue disuelto el 26 de septiembre de 1936 y sus militantes
entraron a formar parte de la Generalidad como consejeros).
La Columna Durruti,
considerando tan malo para la revolución el dejar de combatir
como el someterse al decreto, decidió no darse por enterada y no
obstante aplicaron algunas de de las disposiciones que
consideraron positivas para evitar acusaciones de indisciplina.
Intentaban de esta manera armonizar la actitud anarquista con
los decretos gubernamentales.
El siguiente paso
fue la nacionalización de la industria de guerra y de otros
centros de producción, lo que significaba la pérdida del control
de la CNT. Y la cosa no paró ahí, se prohibieron las
expropiaciones de todos aquellos que no se pudiera demostrar que
eran fascistas, hiriendo de muerte las colectivizaciones
agrarias.
ARRIBA
En una reunión
de la CNT del Centro celebrada el 9 de noviembre de 1936,
ante la situación angustiante en la que se encontraba la
capital, se pidió que Durruti fuera a Madrid para que
contribuyera a la resistencia levantando la moral de los
combatientes. El gobierno, ya en Valencia, aprobaba la idea
y la ministra de la CNT Federica Montseny se comprometió a
llegar a un acuerdo con Durruti.
En una conferencia
efectuada el 12 de noviembre en la que acudieron todos los
delegados de Columna de Aragón se propuso el traslado de unos
12.000 hombres a Madrid, decidiéndose que fuera Durruti su
delegado. Aunque Durruti no quería dejar el frente aragonés
acabó accediendo, viendo que era imposible un ataque a Zaragoza.
Se prepararon para ir a Madrid la I Agrupación de José Mira y la
VIII de Liberto Ros, junto a las Centurias internacionales 44,
48 y 52. Eran milicianos ya curtidos en los combates en Aragón y
había entre ellos muchos mineros hábiles con la dinamita. El
total de hombres ascendía a unos 1.400 hombres y su Comité de
Guerra estaba formado por Miguel Yoldi, Ricardo Rionda, José
Manzana y Mora. Los rusos se comprometieron a armar la columna,
lo que hicieron con material comprado a suizos y mejicanos que
no era más que pura chatarra (Winchester, fusiles máuser de
calibre diferente al español y de mala calidad, fusiles suizos
del 1886...). Durruti tuvo que pedir a Barcelona que les
proporcionara cinco mil bombas de mano del tipo “FAI”.
Durruti llegó junto
con García Oliver a Madrid el día 14 de noviembre de 1936 para
preparar la llegada de su Columna. La Columna llegó en el día 15
y sin descansar, y en la madrugada del día 16 ya estaban
dispuestos para intervenir en la contraofensiva contra la Ciudad
Universitaria, donde habían llegado los nacionales. Al amanecer
del día 16, los hombres de Liberto se desplegaron por el Parque
del Oeste y avanzaron encontrando gran resistencia hasta ocupar
el Instituto Rubio. Mientras tanto José Mira se desplegaba por
el flanco izquierdo, y debían avanzar, por el Asilo de Santa
Cristina, la Casa Velázquez y la facultad de Filosofía y Letras,
donde debían contactar con los milicianos de Liberto y la XI
Brigada Internacional, pero se encontraron con las tropas
nacionales. A las siete de la mañana se consiguió ocupar el
Hospital Clínico que quedó al cargo de la Centuria 44 y su
delegado Mayo Farrán. A las once de la mañana, los milicianos
del Clínico fueron relevados por tropas del V Regimiento de
Kléber, que llegaban tarde. Durante la noche del 16 al 17 se
estuvo luchando para ocupar la Casa Velázquez y Filosofía y
Letras, mientras que en el Clínico casi no había lucha. Al
parecer las tropas que ocupaban el Hospital Clínico fueron
evacuadas o abandonadas a las 23:00 de esa noche. Los hombres de
Mira pudieron contactar finalmente con los internacionales e
iniciar el asalto a la facultad de Filosofía y Letras.
El día 17 las
tropas nacionales de Carlos Asensio Cabanillas iniciaron un
ataque en tres direcciones: Fernando Barrón Ortiz atacaría sobre
la Residencia de Estudiantes y dos columnas de Serrano
acometerían el Asilo de Santa Cristina y el Hospital Clínico. En
el Asilo de Santa Cristina se encontraba parte de las fuerzas de
la Columna Durruti que se batieron contra los asaltantes, paso
necesario antes de atacar el Hospital Clínico. Durante estos
combates parte de las tropas huyeron, sobretodo las que habían
quedado en el Hospital Clínico después de la evacuación de la
noche anterior. Los que huían, muchos de los cuales no
pertenecían a la Columna Durruti, fueron detenidos por un grupo
organizado por Miguel Yoldi. Los milicianos de la Columna
ocuparon posiciones frente al Hospital Clínico.
En la noche del día
17 se procedió a la reagrupación de los restos de la Columna
Durruti sin abandonar las posiciones que ocupaban, apenas
quedaban 700 hombres en malas condiciones, de los 1.700 hombres
que iniciaron el ataque. Esa noche continuaron los ataques. La
Columna Durruti era la única que no alternaba a sus fuerzas,
estando todas en combate; Durruti intentó que reemplazaran a sus
hombres y acudió al Ministerio de la Guerra, donde informó que
no le quedaban más de 400 hombres. Allí le prometieron que
intentarían reemplazarlos el día 19 y que hasta entonces tenían
que aguantar. Pensaban acertadamente que si los nacionales no
conseguían pasar en 24 horas se dedicarían a mantener las
posiciones para futuros ataques. Madrid resistía, las Brigadas
Internacionales, los aviones y tanques rusos habían hecho su
aparición y la propaganda comunista sacaba mucho provecho de
ello.
ARRIBA
El
día 19 de noviembre de 1936 amaneció Madrid bajo una lluvia
torrencial y con una fría temperatura. Durruti dio las
órdenes pertinentes a Miguel Yoldi, que sería quien
dirigiría los movimientos de la columna. Las fuerzas
designadas para atacar el Hospital Clínico estaban formadas
por cuatro compañías, que actuaban bajo el mando de
oficiales profesionales.
El ataque se inició
bien, pero después no se siguieron las órdenes de Durruti,
referentes a ocupar los sótanos del edificio, y los asaltantes
de los diferentes pisos perdieron el contacto. Con el apoyo de
las Brigadas Internacionales hacia el mediodía, quedó
restablecido el contacto, bloqueando los subterráneos, quedando
los defensores del bando nacional aislados en la parte alta del
edificio.
Conseguido esto,
Durruti se dirigió al cuartel de la calle Miguel Ángel donde
comió algo y se ocupó de dictarle a Mora la orden de relevo que
debía ser firmada por el general José Miaja Menant. Cuando
Durruti se disponía a salir del despacho llegó Antonio Bonilla,
enviado desde la Ciudad Universitaria por Liberto Roig para
comunicarle que las gentes que habían ocupado los bajos del
Hospital Clínico querían abandonar el edificio. Durruti ordenó a
su chofer Julio Grave, que preparara el coche para dirigirse
inmediatamente hacia el Hospital Clínico. Durruti se sentó al
lado del chofer, ocupando el asiento de atrás José Manzana,
Antonio Bonilla y Miguel Yoldi
Según el testimonio
de Julio Graves, los hechos se desarrollaron de la siguiente
manera:
«Llegamos
hasta la Glorieta de Cuatro Caminos, y desde allí
descendimos por la avenida de Pablo Iglesias a toda
velocidad. Pasamos un bloque de pequeños hoteles, situados
al final de la avenida, y después nos dirigimos hacia la
derecha. Al llegar a la altura de una calle ancha, vimos a
un grupo de milicianos que venían en nuestra dirección.
Durruti creyó que se podía tratar de muchachos que se
alejaban del frente. El lugar estaba continuamente cubierto
por los disparos procedentes del Hospital Clínico, tomado
desde hacía días por los moros y desde el que se dominaban
los alrededores. Durruti me hizo detener el coche, que yo
situé en la esquina de uno de los hotelitos como medida de
precaución. Él se apeó del coche y se dirigió a los
milicianos, preguntándoles adónde se dirigían. Como ellos no
supieron muy bien lo que responder. Durruti les ordenó que
regresaran al frente… Los milicianos obedecieron y Durruti
volvió hacia el coche. Desde la gigantesca masa roja del
Hospital Clínico, los moros y la Guardia Civil disparaban de
una forma encarnizada. Cuando Durruti llegaba ya a la
portezuela del vehículo, le vimos desplomarse, herido en el
pecho. Manzana y yo descendimos por detrás del coche y lo
trasladamos sin pérdida de tiempo al interior. Hice dar la
vuelta al coche y, maniobrando lo más rápidamente posible,
me dirigí a toda velocidad hacia el hospital de las milicias
catalanas en Madrid».
Según el chofer,
tardaron alrededor de veinte minutos en llegar al hospital, que
se hallaba instalado en el hotel Ritz. Durruti fue llevado a un
quirófano, donde estuvo hasta las cinco de la tarde, momento en
que fue trasladado a una habitación del primer piso. Los
doctores Martínez Fraile, Manuel Bastos, Monje y Santamaría,
tras examinar concienzudamente la herida, determinaron que ésta
era mortal de necesidad y que toda intervención quirúrgica era
inútil. El diagnóstico final fue de “muerte causada por una
hemorragia pleural”. El proyectil se encontraba alojado en la
región del corazón. Los médicos redactaron un informe en el que
se especificaba el carácter de la herida y la trayectoria de la
bala, pero no el calibre de ésta, puesto que no se había
procedido a la extracción ni hubo tampoco autopsia.
Durruti perdió el
conocimiento alrededor de la medianoche. Después cayó en estado
comatoso, prolongándose su agonía hasta las seis de la
madrugada. Durruti había muerto. Era el 20 de noviembre de 1936,
la misma fecha y casi la misma hora, en que José Antonio Primo
de Rivera era fusilado en Alicante.
ARRIBA
Todavía al día
de hoy, no se ha esclarecido del todo el misterio de su
muerte. El 23 de noviembre de 1936 el periódico ruso
Izvestia propagó la sospecha de que Durruti hubiese sido
asesinado. Proliferaron en seguida distintas versiones de
los hechos y la CNT se vio obligada a publicar una “versión
oficial”, que en lo fundamental coincidía con el testimonio
personal del chofer Julio Grave. Como es lógico, todas las
hipótesis incluían una motivación política: para unos, los
autores del crimen habían sido los franquistas; para otros
los estalinistas; y los había también que aventuraban la
teoría de una traición cenetista, dada la intransigente
postura de la víctima.
Hay quien dice que
fue un fatal accidente producido al disparársele a Durruti su
propio “naranjero” cuando estaba en el estribo del coche. Otros
opinan que fue una bala perdida. Una de las últimas versiones
fue la declaración de Antonio Bonilla, amigo y acompañante de
Durruti hasta su muerte. Según esta versión, Durruti fue muerto
por el sargento de artillería José Manzana. El tal Manzana, que
había sido campeón olímpico de tiro con pistola, salió del
cuartel de Atarazanas en pleno tiroteo el 19 de julio de 1936, y
se unió a los milicianos de Durruti. Desde el primer momento fue
su consejero militar y hombre de confianza. Llevaba siempre
consigo un “naranjero”. También queda en el aire la duda de si
el arma de Manzana se disparó por accidente o fue un disparo
intencionado.
ARRIBA
Desde el
hospital fue llevado a la sede del Comité Nacional de la CNT
en Madrid, ubicado en la calle Serrano, donde un grupo de
milicianos de la Columna velaron armas alrededor del
cadáver. A medida que se supo la noticia, un gran gentío fue
pasando por el lugar. Cuando se reunieron los efectos
personales de Durruti, para remitírselos a su compañera,
Emilienne Morin, se descubrió que todo se limitaba a una
pequeña maleta bastante usada y medio vacía. En su interior
no había más que una muda de ropa interior, los útiles para
el afeitado, dos pistolas, unas gafas de sol y unos
prismáticos, aparte de una libreta de anotaciones, en la que
podía leerse un solo apunte: «15 de noviembre: he pedido al
Subcomité de la CNT un préstamo de 100 pesetas para gastos
personales».
El 21 de noviembre
de 1936, una caravana de automóviles partió de Madrid, con
dirección a Barcelona, siguiendo al coche fúnebre. El gentío se
agolpaba a lo largo de los pueblos y ciudades por los que pasaba
la caravana. En Valencia se produjo un desbordamiento general
del pueblo. La fecha del entierro en Barcelona ya había sido
fijada para el domingo 22 de noviembre.
ARRIBA
Su entierro en
Barcelona fue multitudinario. Hans Erich Kaminski lo
describe así:
«El
cadáver llegó a Barcelona tarde por la noche. Había llovido
todo el día, y los coches que
escoltaban el féretro estaban llenos de barro. La bandera
rojinegra que cubría el coche fúnebre estaba sucia. En la
casa de los anarquistas, que antes de la revolución había
sido la sede de la Cámara de Industria y Comercio, los
preparativos ya habían comenzado el día anterior. El
vestíbulo había sido transformado en capilla ardiente. Como
por milagro, todo se había hecho a tiempo. La ornamentación
era simple, sin pompa ni detalles artísticos. De las paredes
colgaban paños rojos y negros, un baldaquín del mismo color,
algunos candelabros, flores y coronas: eso era todo. Sobre
las dos puertas laterales, por donde debía pasar la multitud
en duelo, se había colocado, a la usanza española, grandes
letreros donde se leía: «Durruti os dice que entréis» y
«Durruti os dice que salgáis».
Unos
milicianos vigilaban el féretro, con los fusiles en posición
de descanso. Después, los hombres que habían venido con el
ataúd desde Madrid, lo condujeron a la casa. A nadie se le
había ocurrido abrir los grandes batientes del portal, y los
portadores del féretro tuvieron que estrecharse al pasar por
una pequeña puerta lateral. Les había costado abrirse paso a
través de la multitud que se agolpaba ante la casa. Desde
las galerías del vestíbulo, que no habían sido decoradas,
miraban unos curiosos. El ambiente era de expectativa, como
en un teatro. La gente fumaba. Algunos se quitaban la gorra,
a otros no se les ocurría hacerlo. Había mucho ruido.
Algunos milicianos, que venían del frente, eran saludados
por sus amigos. Los centinelas trataban de hacer retroceder
a los presentes. También esto causaba ruido. El hombre
encargado de la ceremonia daba indicaciones. Alguien tropezó
y cayó sobre una corona. Uno de los que llevaban el ataúd
encendió cuidadosamente su pipa, mientras que la tapa del
féretro era levantada. El rostro de Durruti yacía sobre seda
blanca, bajo un vidrio. Tenía la cabeza envuelta en una
bufanda blanca que le daba aspecto de árabe.
Era una
escena trágica y grotesca a la vez. Parecía un aguafuerte de
Goya. La describo tal como la vi, para que se pueda entrever
lo que conmueve a los españoles. La muerte, en España, es
como un amigo, un compañero, un obrero que se conoce en el
campo o el taller. Nadie se alborota cuando viene. Se quiere
a los amigos, pero no se les importuna. Se los deja ir y
venir como quieran. Quizá sea el viejo fatalismo de los
moros que reaparece aquí, después de encubrirse durante
siglos bajo los rituales de la Iglesia católica.
Durruti era
un amigo. Tenía muchos amigos. Se había convertido en el
ídolo de todo un pueblo. Era muy querido, y de corazón.
Todos los allí presentes en esa hora lamentaban su pérdida y
le ofrendaban su afecto. Y sin embargo, aparte de su
compañera, una francesa, sólo vi llorar a una persona:
una vieja criada que había trabajado en esa casa cuando
todavía iban y venían por allí los industriales, y que
probablemente nunca lo había conocido personalmente. Los
demás sentían su muerte como una pérdida atroz e
irreparable, pero expresaban sus sentimientos con sencillez.
Callarse, quitarse la gorra y apagar los cigarrillos, era
para ellos tan extraordinario como santiguarse o echar agua
bendita.
Miles de
personas desfilaron ante el ataúd de Durruti durante la
noche. Esperaron bajo la lluvia, en largas filas. Su amigo y
su líder había muerto. No me atrevería a decir hasta qué
punto era dolor y hasta qué punto curiosidad. Pero estoy
seguro de que un sentimiento les era completamente ajeno: el
respeto ante la muerte.
El entierro
se llevó a cabo al día siguiente por la mañana. Desde el
principio fue evidente que la bala que había matado a
Durruti había alcanzado también el corazón de Barcelona. Se
calcula que uno de cada cuatro habitantes de la ciudad había
acompañado su féretro, sin contar las masas que flanqueaban
las calles, miraban por las ventanas y ocupaban los tejados
e incluso los árboles de las Ramblas. Todos los partidos y
organizaciones sindicales sin distinción habían convocado a
sus miembros. Al lado de las banderas de los anarquistas
flameaban sobre la multitud los colores de todos los grupos
antifascistas de España. Era un espectáculo grandioso,
imponente y extravagante; nadie había guiado, organizado ni
ordenado a esas masas. Nada salía de acuerdo a lo planeado.
Reinaba un caos inaudito. El comienzo del funeral había sido
fijado para las diez. Ya una hora antes era imposible
acercarse a la casa del Comité Regional Anarquista. Nadie
había pensado en bloquear el camino que el cortejo fúnebre
recorría. Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se
habían congregado, se entreveraban y se impedían mutuamente
el paso. El escuadrón de caballería y la escolta motorizada
que debían haber encabezado el cortejo fúnebre, se hallaban
totalmente bloqueados, estrujados por la muchedumbre de
trabajadores. Por todas partes se veían coches cubiertos de
coronas, atascados e imposibilitados de avanzar o
retroceder. Con un esfuerzo mayúsculo se logró allanar el
camino para que los ministros pudieran llegar hasta el
féretro.
A las diez y
media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera
rojinegra, salió de la casa de los anarquistas llevado en
hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron
el último saludo con el puño en alto. Entonaron el himno
anarquista “Hijos del pueblo”. Se despertó una gran emoción.
Por alguna razón, o por error, se había hecho venir a dos
orquestas: una tocaba muy bajo, y la otra muy alto. Las
motocicletas rugían, los coches tocaban la bocina, los
oficiales de las milicias hacían señales con sus silbatos, y
los portadores del féretro no podían avanzar. Era imposible
organizar el paso de una comitiva en medio de ese tumulto.
Ambas orquestas volvieron a ejecutar la misma canción una y
otra vez. Ya habían renunciado a mantener el mismo ritmo. Se
escuchaban los tonos, pero la melodía era irreconocible. Los
puños seguían en alto. Por último cesó la música,
descendieron los puños y se volvió a escuchar el estruendo
de la muchedumbre en cuyo seno, sobre los hombros de sus
compañeros, reposaba Durruti.
Pasó por lo
menos media hora antes que se despejara la calle para que la
comitiva pudiera iniciar su marcha. Transcurrieron varias
horas hasta que llegó a la plaza Cataluña, situada sólo a
unos centenares de metros de allí. Los jinetes del escuadrón
se abrieron paso, cada uno por su lado. Los músicos,
dispersados entre la multitud, trataron de volver a
reunirse. Los coches cargados de coronas dieron un rodeo por
las calles laterales para incorporarse por cualquier parte
al cortejo fúnebre. Todos gritaban a más no poder.
No, no eran
las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el
pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente.
Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral
anarquista, y allí residía su majestad. Tenía aspectos
extravagantes, pero nunca perdía su grandeza extraña y
lúgubre.
Los
discursos fúnebres se pronunciaron al pie de la columna de
Colón, no muy lejos del sitio donde una vez había luchado y
caído a su lado el mejor amigo de Durruti.
García
Oliver, el único sobreviviente de los tres compañeros, habló
como amigo, como anarquista y como ministro de Justicia de
la República española.
Después tomó
la palabra el cónsul ruso. Concluyó su discurso, que había
pronunciado en catalán, con el lema: «¡Muerte al fascismo!».
El presidente de la Generalitat, Companys, habló al final:
«¡Compañeros!», comenzó, y terminó con la consigna:
«¡Adelante!».
Se había
dispuesto que la comitiva fúnebre se disolviera después de
los discursos. Sólo algunos amigos de Durruti debían
acompañar el coche fúnebre al cementerio. Pero este programa
no pudo cumplirse. Las masas no se movieron de su sitio; ya
habían ocupado el cementerio, y el camino hacia la tumba
estaba bloqueado. Era difícil avanzar, pues, para colmo,
miles de coronas habían vuelto intransitables las alamedas
del cementerio.
Caía la
noche. Comenzó a llover otra vez. Pronto la lluvia se hizo
torrencial y el cementerio se convirtió en un pantano donde
se ahogaban las coronas. En el último momento se decidió
postergar el sepelio. Los portadores del féretro regresaron
de la tumba y condujeron su carga a la capilla ardiente.
Durruti fue
enterrado al día siguiente».
ARRIBA
Las
consecuencias más inmediatas de la muerte de Durruti fue la
retirada de la mayoría de los milicianos de su Columna de la
defensa de Madrid para volver al Frente de Aragón. La
Columna permaneció en tierras aragonesas hasta que fue
militarizada ya en 1937 y adoptó el nombre de 26ª División.
La militarización de la Columna Durruti no fue aceptada sin
resistencia. Hubo un gran número de milicianos que
abandonaron la 26ª División y se marcharon a Barcelona.
Muchos fueron detenidos y encarcelados acusados de
“deserción” por quienes ni siquiera habían pisado el frente.
Los que quedaron en libertad entraron en contacto con las
fuertemente radicalizadas Juventudes Libertarias y
mantuvieron una lucha feroz contra su propia dirección que
no hacía nada para parar el avance de la contrarrevolución.
La Columna, ya
militarizada, participó en la Batalla del Ebro y continuó en
combate hasta que a principios de 1939 fue de los últimos
batallones en huir hacia Francia. Una vez en el país vecino
muchos de ellos iniciaron un periplo que empezó con el
alistamiento forzoso en el Ejército francés, que les llevaría en
la II Guerra Mundial a África para reconquistar el Chad, colonia
francesa que se unió el 26 de agosto de 1940 a los aliados.
Otros acabaron en el campo de concentración nazi de Mathausen
(Austria) a unos 20 km. de Linz, de los cuales casi ninguno
sobrevivió. Hubo también un grupo que formó parte de la
Resistencia Francesa, participando en la liberación de Toulouse
y al acabar entraron de nuevo a España para integrarse en los
maquis que operaban en Asturias y los Pirineos.
En cuanto al legado
político de Durruti, los estalinistas, los burgueses de ERC y el
Comité Nacional de la CNT se encargaron de desdibujarlo, ocultar
su inquebrantable compromiso con la independencia de la clase
obrera y de paso todas las críticas que había hecho a sus
propios compañeros por entrar en gobiernos de concentración
nacional (de colaboración de clases) en Valencia y en Barcelona.
Para alimentar el mito y hacer olvidar el contenido real de su
mensaje, se rebautizó la barcelonesa Via Layetana como Avenida
Durruti.
Aunque algo tarde,
hubo un grupo de militantes cenetistas proveniente de las
Juventudes Libertarias y excombatientes de la Columna
Durruti que se opusieron a la deriva conciliadora de la
dirección de la CNT y retomaron el auténtico mensaje del
revolucionario leonés. Este grupo fue de los pocos que en las
jornadas de Mayo de 1937 de Barcelona hicieron el último
esfuerzo por salvar la Revolución española. No en vano se
hicieron llamar “Los Amigos de Durruti”.
ARRIBA
|