Nacido Samuíl Ginsberg Gérshevich en el año 1899 en
Podwoloczyska (Polonia), entonces parte del Imperio ruso, adoptó el nombre
Krivitski (retorcido) como nombre de guerra revolucionario cuando entró en la
Inteligencia Militar Soviética, en torno a 1917. Actuó como ilegal (agente con
nombre y documentación falsa) en Alemania, Austria, Italia y Hungría y escaló
puestos hasta convertirse en oficial de control. Robó planos de submarinos y
aviones, interceptó correspondencia nazi-japonesa y reclutó a numerosos agentes,
incluyendo a Madame Lupescu y Noel Field.
El General Krivitsky, destacada personalidad superviviente de la
gran depuración efectuada en el Ejército Rojo, prestó sus servicios en el
Departamento del Military Intelligence soviético cerca de quince años, hasta
mayo de 1933. Iba con frecuencia al extranjero en misión confidencial de la
mayor importancia. Después fue nombrado Director del Instituto Soviético de
Industrias de Guerra, cargo que desempeñó durante 1933 y 1934. Al año siguiente
se le confió el de Jefe Military Service Intelligence para el oeste de Europa y
como tal estuvo encargado de las actividades soviéticas en el extranjero desde
1935 al 1937, llevadas a cabo en el mayor secreto.
En mayo de 1937, cuando el GRU (Directorio Principal de
Inteligencia) quedó bajo control de la NKVD (futuro KGB), Krivitsky fue enviado
a La Haya para operar como oficial de vigilancia regional. Bajo la tapadera de
anticuario coordinó una serie de operaciones de inteligencia por toda Europa
Occidental.
Krivitsky rompió sus relaciones con Stalin a últimos de
noviembre de 1937, después de los fusilamientos al por mayor de los generales de
más rango del Ejército Rojo, con los que estuvo relacionado durante dieciocho
años. Los agentes de la GPU en Francia le hicieron objeto de dos atentados.
Huyendo de la venganza de Stalin, Krivitsky fue a los Estados Unidos en calidad
de refugiado y decidido a dar fin a toda actividad política, si bien continuó
siendo fiel creyente del verdadero comunismo de Lenin.
El 10 de febrero de 1941 fue eliminado en una habitación del
Hotel Bellavue a una manzana de la Union Station en Washington, con tres notas
de “suicidio” en su cama. Lo ‘sospechoso’ es que el ‘suicida’ habría tomado la
decisión de poner fin a sus días mientras se descalzaba, ya que fue hallado
tendido en la cama con sólo un zapato calzado.
En el ABC correspondiente al 12 de febrero de 1941, bajo
el título “¿Depuración?” se podía leer lo siguiente:
«En un hotel de Washington ha aparecido muerto el general ruso
Walter Krivitsky, antiguo jefe de la Policía secreta soviética en Europa
occidental. El drama tiene los perfiles tenebrosos del comunismo. ¿Se ha
suicidado, efectivamente, Krivitsky, como asegura un raro papel encontrado en su
habitación, o ha sido asesinado?
La vida de Krivitsky parece un capítulo alucinante. La quiebra
de su vida, por lo visto, ha sido su enemistad con Stalin, surgida en los
primeros días del año 1939, porque antes gozaba de tal modo de la confianza del
dictador georgiano, que fue encargado por éste de misiones especialísimas, entre
ellas, la de organizar la revolución soviética en la Península Ibérica.
Desde su tiendecita de Ámsterdam, donde Krivitsky aparentaba ser
un pacífico anticuario en relaciones comerciales con España y Portugal, tendía
sus lazos para que los agitadores comunistas fueran apretando el cerco a las
masas de ambos países. Gran parte del impulso revolucionario de aquella
tristísima época de España anterior al 18 de julio de 1936, se debió a este
agitador profesional, dueño de los grandes secretos del Soviet.
Meses antes de las elecciones del 16 de febrero de 1936
estableció una oficina en Hendaya y pasó a Portugal, donde instaló, asimismo, un
Centro de propaganda comunista. Amigo de Marcel Rosenberg, protector de Kleber,
a quien designó como general de las Brigadas Internacionales, utilizó sus
conocimientos militares –había sido miembro del Estado Mayor de Stalin– para dar
cierta apariencia de unidad estratégica al Ejército rojo.
Las depuraciones de Stalin del año 1938, sobre todo contra
quienes conocían el secreto de la salida del oro español, le hicieron temer por
su vida y se refugió en el Canadá. Allí empezó a escribir sus “Memorias”,
de enorme interés, porque ponían al descubierto la trama de muchos hechos cuyas
causas aparecían en el misterio. “La mano de Stalin en España” es
un libro impresionante. La organización de las “checas” en España, los planes de
la GPU, los contactos con el partido comunista francés, la simulación de compra
de barcos españoles para el transporte de material y tropas para la España roja,
las intrigas para derribar a Largo Caballero, sustituyéndole por Negrín,
entregado por completo a las directrices soviéticas; los perfiles de la tremenda
represión contra el Partido Obrero de Unificación Marxista, en Barcelona, en
aquella explosión de odios contra el trotskismo; el asesinato de Andrés Nin,
etc., surgen de las páginas del libro con un vigor y una fuerza extraordinarios.
Ahora, ¿ha sido Krivitsky objeto de una depuración? ¿Es su
muerte el punto final o el epílogo de sus “Memorias”? Como tantas otras
muertes y desapariciones, en el fondo de las cuales bailan las fatídicas letras
GPU, el drama del hotel de Washington, probablemente, quedará entre tinieblas».
ARRIBA
El precio
político que pagaron los republicanos por la ayuda soviética
fue uno de los factores determinantes de su derrota final. A
cambio de la ayuda militar, Stalin exigió la transformación
de la República en un prototipo de las llamadas democracias
populares que se iban a establecer tras la Segunda Guerra
Mundial en el centro y este de Europa. Además de generales y
pertrechos, Stalin envió la policía secreta soviética, la
NKVD (Naródniy Komissariat Vnútrennij Del) (Comisariado del
pueblo para asuntos internos) precursora del KGB, y el
servicio de inteligencia militar soviético, el GRU (Glavnoe
Razvedyvatelnoe Upravleniye) que estableció prisiones
secretas, llevó a cabo asesinatos y secuestros, y funcionó
con sus propias reglas y leyes, independientemente del
Gobierno republicano.
Uno de los primeros desertores soviéticos de la NKVD, Walter
Krivitsky aseguró que «parecía que la Unión Soviética tenía cogida a la España
leal por el gaznate, como si ya fuera su dominio soviético».
El historiador británico E. H. Carr, cuyas simpatías estuvieron
siempre de parte de la Unión Soviética, escribió en su último libro, publicado
póstumamente, que la República española se había convertido en «lo que sus
enemigos afirmaban de ella, la marioneta de Moscú». |
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ARRIBA
En su libro
póstumo editado en 1945, Walter Krivitsky, jefe del servicio
Secreto Militar Soviético en la Europa Occidental de los
años 30, comienza diciendo: «La historia de la
intervención soviética sigue constituyendo el misterio más
trascendental de la Guerra Civil Española. El mundo sabe que
hubo Intervención y eso es todo lo que se sabe...».
Esta afirmación, con algunos matices, podría ser totalmente
válida hoy en día.
Mucho se ha escrito
sobre este episodio de nuestra historia, la apertura de los
archivos soviéticos a los investigadores internacionales, ha
traído algo de luz, sin embargo, poco se sigue sabiendo sobre
las intenciones militares y políticas que Stalin perseguía al
intervenir en esa guerra. Hay que recordar a este respecto, que
España no mantenía relaciones diplomáticas normales con la URSS.
Marcel Rosenberg, embajador soviético en España, llegó a Madrid
el 29 de agosto de 1936, y el Gobierno republicano en el momento
del alzamiento militar no era ni tan siquiera afín a las tesis
soviéticas.
Las conjeturas, por
lo tanto, son varias: “Formación de un estado bolchevique en la
Península Ibérica; fortalecimiento del poderío soviético
político y militar fuera de sus fronteras; defender a un pueblo
proletario hermano; ocultar las purgas en Rusia con una guerra
popular, etc.”
La verdad es que se
desconoce por completo las intenciones reales, sin embargo esta
guerra representaba para Stalin y la camarilla dominante una
amenaza real, ya que Stalin pensaba que una revolución
triunfante daría lugar a una nueva oposición dentro del PC
alrededor de figuras que todavía tenían vínculos directos con el
Octubre Revolucionario y pudiera significar el final del régimen
estalinista.
A finales de los
años 30, la URSS se enfrentó al episodios de su historia más
cruel y dramático que pudo conocer ese país: “las purgas
estalinistas”, donde miles de personas fueron
indiscriminadamente y con el pretexto de opositar en contra del
gobierno estalinista, encerradas y masacradas en los campos de
trabajo y de exterminio.
Las purgas
diezmaron igualmente al Ejército Rojo. Entre 1937 y 1938, se
liquidó entre 20 y 35.000 oficiales del Ejército Rojo. El 90% de
los generales y el 80% de todos los coroneles fueron asesinados
por la OGPU (Directorio Político del Estado), tres mariscales,
13 comandantes, 57 comandantes de cuerpo, 111 comandantes de
división, 220 comandantes de brigada y todos los comandantes de
los distritos militares, fueron fusilados por los pelotones de
ejecución de la OGPU.
En los documentos
del Comisariado Popular de Defensa de la URSS, la ayuda militar
Rusa fue denominada con el nombre en clave "Operación X", en la
que X era España (Yuri Rybalkin, coronel de artillería ruso,
autor del libro “Stalin y España”). La decisión parece que fue
tomada en la reunión del Politburó del Partido Comunista de la
URSS el 29 de septiembre de 1936, sin embargo está más que
demostrado que respecto a las cuestiones técnicas, el acuerdo
sobre la ayuda fue alcanzado mucho antes. Puede demostrarse esta
afirmación por el hecho que la llegada del embajador Rosenberg a
Madrid coincide con la llegada de un número importante de
asesores y especialistas militares, cuya función fue la de
evaluar técnicamente el material existente, así como los medios
con que contaba la República española y que muchos de estos
hombres tuvieron una actuación importante y directa a partir de
octubre de 1936.
José Díaz Ramos,
Secretario General del Partido Comunista de España, se puso en
contacto con Rusia desde el principio de la sublevación militar,
aunque Dimitrov le pidió prudencia el 23 de julio de 1936, con
la rúbrica de Stalin. Walter Krivitsky, por su parte, asegura
que el Gobierno republicano intentó en agosto de 1936 comprar
directamente a la URSS material de guerra y afirma que se
presentaron en Odesa tres funcionarios de la República española
que venían a Rusia para comprar pertrechos de guerra y ofrecían
a cambio sumas enormes de oro español.
El 6 de septiembre
de 1936 el embajador Rosenberg envió un despacho a Stalin dando
a entender que si no se intervenía de forma masiva en España, la
República estaba perdida.
Este despacho muy
probablemente respondía a una gestión directa del Gobierno
republicano y a la información recibida por parte de los
precursores soviéticos que venían realizando labores de
evaluación del material. Estos hechos pueden considerarse como
el momento en que Rusia decidiera intervenir en España.
El 14 de septiembre
de 1936, el jefe del OGPU Genrij Pagoda, convocó una reunión
especial y urgente en su Cuartel General de la Lubianka en
Moscú. En ella participaron Mikhail Frinovsky, entonces al mando
de las fuerzas militares de la OGPU, Slutsky, jefe de la
división Extranjera de la OGPU y el General Semyon Petrovich
Uritsky del Estado Mayor del Ejército Rojo.
La reunión se
encargó a Alexander Orlov. En esa reunión también se encargaría
a la policía secreta de los soviets de las operaciones del
Komintern en España y se decidió que coordinaran las actividades
del PCE conjuntamente con las del OGPU.
Otra decisión de
esta reunión fue que la OGPU vigilase secretamente el movimiento
de los voluntarios en España de todos los demás países.
Las principales
directrices de la ayuda militar de la URSS a la España
republicana fueron marcadas como asistencia técnica y militar;
es decir: envío de asesores y especialistas militares para la
organización de las fuerzas Aéreas de la República; preparativos
de operaciones bélicas del Ejército Popular y la Armada;
preparación del personal del Ejército Popular y participación
directa en acciones bélicas de voluntarios soviéticos.
No cabe duda que el
material enviado por Rusia, en el campo aeronáutico correspondía
a la última generación de Cazas y Bombarderos Soviéticos y eran
superiores a todos los que se habían empleado en España desde el
comienzo de la Guerra Civil.
Tal como hemos
mencionado, la decisión de ayudar militarmente a la República
española se tomó a finales de septiembre de 1936. La llegada
masiva de personal y material soviético, se produjo en octubre
cuando la situación para el bando republicano se había
convertido en insostenible. Sin embargo la llegada de los
soviéticos a España tuvo dos resultados: el primero, fue parar
la ofensiva y salvar Madrid del cerco de los Nacionales, y el
segundo, motivó a Mussolini y Hitler, a decidirse a
proporcionar a los Nacionales más tropas y mejor material de
guerra para contrarrestar el potencial soviético y asegurar la
victoria.
Otro tema debatido,
es la cantidad de personal soviético que participó en la Guerra
Civil española. Al respecto hay informaciones dispares. Así M.
Alpert en una obra recientemente publicada en la Unión Soviética
da las siguientes cifras: 772 aviadores, 351 tanquistas, 222
consejeros e instructores militares, 77 miembros de la marina,
100 artilleros, 52 expertos militares de otras clases, 130
ingenieros y trabajadores de la industria aeronáutica, 156
especialistas en radio y comunicaciones, 204 intérpretes. En
total: 2.064, de los cuales sólo hubo entre seiscientos y
ochocientos a la vez en España. Estas son las cifras que daba
también Vittorio Vidali (Carlos Contreras) en un artículo en el
diario italiano “Avanti”. Indalecio Prieto, mantuvo que
nunca hubo más de 500 soviéticos a la vez, y como se realizaron
tres o cuatro relevos, sitúa la cifra en torno a 2.000 personas.
Si consideramos la situación a finales de 1936, momento en que
volaban varios grupos de escuadrillas totalmente rusas, que la
primera formación de carros también lo era y que había gran
cantidad de consejeros en todas las demás armas así como muchos
policías, burócratas y traductores, se ha de admitir que al
menos en aquel momento había en España mucho más de 500 hombres.
Podemos comprobar
otras referencias en otros autores sobre la cantidad de rusos
que actuaron en España. Brasillach y Bardache aceptan la cifra
de no más de 500 a la vez; Broué y Terminé elevan a nunca más de
1.000 y Krivitsky da la cifra de un total de 2.000. Muy pocos de
los que componían el contingente soviético permaneció en España
por periodo superior a un año.
La estructura del
aparato de consejeros militares soviéticos estaba organizada de
forma que la ayuda abarcaba tanto a los órganos centrales de la
República así como a las unidades, divisiones y destacamentos
militares. Este aparato estaba dirigido por un Consejero Militar
jefe con Cuartel General propio, a este le subordinaban los
consejeros. El grupo fundamental de consejeros trabajaba de
forma directa en las Unidades Militares y Flota. Desempeñaron el
cargo de consejero Militar jefe en España Janis Berzin
(1936-1937) que tenía bajo sus órdenes a los Generales Jakob
Shmuschkievitch, alias «Douglas», jefe de la Aviación
Republicana; a Berzin le fue confiado en octubre de 1936 toda la
responsabilidad del frente Centro debido a la situación tan
caótica por la que atravesaba; G. Stern reemplazó a Berzin en
1937 y K. Kachanov hizo lo propio en 1938.
ARRIBA
«La historia de
la intervención soviética en España es todavía el mayor
misterio de la gran tragedia española que toca ahora a su
fin. El mundo sabe que hubo intervención soviética en
España, pero este simple hecho es todo lo que se sabe.
Ignora el por qué Stalin intervino en España, como
desarrolló allí sus actividades, quienes eran los hombres
que detrás de la escena estaban encargados de su realización
y lo que obtuvo de su aventura en España.
Ocurre,
precisamente, que soy yo él único superviviente en el extranjero
del grupo de empleados y oficiales del ejército soviético
encargado personalmente de organizar la intervención soviética
en España y también yo el único libre en estos momentos de poder
exponer este episodio dramático e histórico contemporáneo digno
de ser conocido. Como Jefe del Soviet Military Intelligence de
la Europa Occidental estaba en el intríngulis de todas las
resoluciones de carácter internacional tomadas por el Kremlin.
Tenia en mis manos los principales resortes de la política
extranjera de Stalin de la cual formaba parte la cuestión
española.
No fue por mera
casualidad que la nave del Estado de Stalin fuese a parar a los
lejanos puertos españoles. Desde la subida de Hitler al poder en
1933, la política extranjera seguida por Stalin ha sido
desastrosa, motivada por el temor al aislamiento. Cogido entre
la creciente amenaza japonesa en el Este y la amenaza alemana en
el Oeste, Stalin fue a la caza de un aliado fuerte entre las
grandes potencias del mundo. Todos sus esfuerzos para llegar a
un acuerdo con Hitler, eran estimulados unas veces y desairados
otras. Nuevamente trató de restablecer el antiguo tratado
zarista con Francia, pero no le fue posible obtener la estrecha
alianza en la forma que él esperaba. Sus intentos de darse la
mano con Gran Bretaña tuvieron aún menos éxito. En 1935 Anthony
Eden y el Presidente Laval habían hecho una visita oficial a
Moscú. El Comisario de Relaciones Exteriores Litvinof, había
estado en Washington, logrando el reconocimiento norteamericano
y luego había jugado un papel de primera magnitud en Ginebra.
Consiguió un renombre mundial pero esto es todo lo que obtuvo.
Londres no quería entrar en compromisos formales y el tratado
con Francia era un sostén muy endeble en que apoyarse.
ARRIBA
Stalin, en
busca de seguridad y después de la sublevación de Franco,
dirigió su mirada hacia España. Su actuación fue muy lenta,
como todas las suyas. Al principio adoptó una posición
expectante y de tanteo. Stalin quería estar seguro que la
victoria de Franco no seria fácil ni rápida.
Entonces, Stalin
intervino en España con la idea de hacer de Madrid un vasallo
del Kremlin. Con un tal vasallo, obtendría, por un lado
estrechas relaciones con París y Londres y por el otro,
reforzaría su posición para un tratado con Berlín y Roma. Una
vez dueño de España, posición de vital y estratégica importancia
para Francia y Gran Bretaña, su nave del Estado encontraría la
seguridad que deseaba y entonces vendría a ser una potencia con
la que habría que contar y un aliado codiciado.
Pero Stalin, al
revés de Mussolini, quería jugar en España sin arriesgar nada.
La intervención soviética pudo, en ciertos momentos, haber sido
decisiva si Stalin hubiese arriesgado del lado gubernamental lo
que Mussolini hizo del lado de Franco. Pero Stalin no arriesgó
nada. Hasta se aseguró con anterioridad que había bastante oro
en el Banco de España para cubrir con creces el costo de su
aventura material a Madrid. Stalin procuró siempre por todos los
medios evitar que la Unión Soviética se viera envuelta en una
conflagración. Su intervención fue bajo la consigna de:
“Mantenerse fuera del alcance del fuego de la
artillería”. Esta consigna trazó nuestra línea de conducta
durante toda nuestra campaña de intervención.
El día 19 de Julio
de 1936, en que el general Franco se sublevó contra el Gobierno
de España, me encontraba en la oficina central de La Haya
(Holanda). Vivía allí con mi esposa y mi hijo de corta edad,
haciéndome pasar como anticuario austriaco. La simulación de
anticuario justificaba admirablemente mi lujosa residencia, los
fondos cuantiosos que me suministraban y mis frecuentes viajes a
distintos puntos de Europa.
Casi todas mis
energías las había dedicado a organizar una red de servicio
policíaco secreto en Alemania. Los esfuerzos de Stalin para
conseguir mi acuerdo con Hitler fracasaban siempre. El tratado
Alemán-Italo-Japonés que entonces acababa de negociarse en
Berlín, tenía al Kremlin sumamente preocupado. Secretamente, yo
estaba siguiendo de cerca las negociaciones.
Al primer estruendo
de los cañones del otro lado de los Pirineos desplacé un agente
a Hendaya en la frontera Franco-Española y otro a Lisboa a fin
de organizar el servicio secreto de información en el territorio
de Franco.
Estas no eran para
mi sino medidas rutinarias. No había recibido instrucciones de
Moscú referentes a España y no existía en ese tiempo contacto
entre mis agentes y el gobierno de Madrid. Como jefe responsable
del servicio secreto europeo del gobierno soviético, procuraba
simplemente obtener informes y comunicarlos a Moscú.
Mis agentes de
Berlín, Roma, Hamburgo, Brennen, Ginebra y Nápoles, me
informaban escrupulosamente de la inmensa ayuda material que
Franco recibía de Italia y Alemania.
Todos esos informes
los enviaba al Kremlin donde eran recibidos con silencio. No
obstante, no recibía instrucciones referentes a España.
Solamente el
Komintern –La Internacional Comunista con ramificaciones en
lodos los países del mundo– rompió el silencio de Moscú.
Desde hacía mucho
tiempo, la oficina central del Komintern había sido relegada a
un humilde suburbio y sus manifiestos carecían de toda
influencia en nuestros consejos privados. El mismo Stalin había
calificado desdeñosamente al Komintern de “la vachka”
–aglutinante– y éste calificativo era el apodo que se le daba en
las altas esferas soviéticas.
Desde la antorcha
luminosa de la que tenía que prender la revolución mundial, el
Komintern había degenerado a poco menos que a un simple
accesorio de la política extranjera de Stalin. A propia
conveniencia podía emplear “la vachka” para promover en
cualquier país una agitación interior en contra de un gobierno
hostil, o crear, ambiente sobre determinado problema
internacional.
En 1935, puso en
juego al Komintern para establecer la nueva política del «Frente
Popular». En lodos los países democráticos los afiliados
disciplinados del Partido Comunista cesaron su oposición al
gobierno y en nombre de la «democracia» juntaron sus fuerzas a
las de otros partidos. La técnica consiste en elegir, con la
ayuda de unos incautos v otros varios crédulos, un gobierno
nacional de simpatía hacia la Unión Soviética. En Francia el
Frente Popular eleva a León Blum al poder, pero fue León Blum
quien con la ayuda de Londres, creó la política, de
no-intervención en España.
Dimitrov,
secretario general del Komintern en Moscú, héroe del juicio
sobre el incendio del Reichstag que se había infiltrado en el
régimen, lo cual motivó la creación del Nazismo en Alemania, era
también encargado del Partido Comunista Español, el cual después
de cinco años de una propaganda muy costosa y con toda clase de
agitación revolucionaria solamente había podido reunir 3.000
comunistas en España.
Las organizaciones obreras españolas al igual que todos los
partidos políticos más avanzados, se mantenían obstinadamente
anticomunistas. La República Española, después de cinco años de
existencia, no había reconocido aún al gobierno soviético ni
tenia relaciones diplomáticas con Moscú.
ARRIBA
Naturalmente,
el Komintern emprendió una campaña virulenta contra Franco
organizando en todos los países grandes mítines de
propaganda y recaudando fondos para Madrid. La Unión
Soviética envió cientos de comunistas extranjeros, quienes
expulsados de sus respectivos países, vivían en Rusia como
refugiados.
Para algunos
antiguos líderes del Komintern que permanecían fieles al
postulado de una revolución mundial, la lucha en España
significaba para ellos un rayo de esperanza, pero esos antiguos
revolucionarios, supervivientes de la primera depuración
sangrienta del proceso Kamenev-Zinoviev, eran unos cuantos
timoratos. Toda su palabrería no produjo municiones ni tanques
ni aviones, ni ninguno de los elementos de guerra que Madrid
pedía a gritos y que las potencias fascistas suministraban a
Franco.
Las confidencias
obtenidas sobre la ayuda militar de Italia y Alemania a Franco y
las angustiosas demandas de los jefes revolucionarios españoles
en petición de ayuda al extranjero, no obtuvieron respuesta
alguna por parte del Kremlin. La guerra civil española se había
convertido en una enorme conflagración y aún así Stalin
permanecía callado e inmóvil.
Por toda Europa y
América los comunistas y sus simpatizantes se preguntaban el por
qué la Unión Soviética no hacia nada para ayudar a la defensa de
la revolución española, mientras que ellos por si solos
levantaban la opinión pública y recababan donativos.
A pesar de que el
gobierno de Madrid poseía reservas en oro en el Banco de España
por valor de 700.000.000 de dólares, los esfuerzos de la
República Española para comprar armamento de la casa Vickers de
Inglaterra, de la fábrica Skoda de Checoslovaquia, de la de
Schneider de Francia e inclusive de los productores más
importantes de municiones de Alemania, fracasaron debido a la
no-intervención.
Esta era la
situación internacional a la que mis agentes secretos estaban
ojo avizor y sobre la cual me enviaban informaciones en
profusión constante a La Haya, las que retransmitía urgentemente
a Moscú. A todo lo cual Stalin permanecía callado.
A fines de agosto
de 1936, y con el permiso de Moscú, tres altos empleados de la
República Española llegaban en secreto a Odesa para adquirir
material de guerra soviético ofreciendo a cambio sumas enormes
de oro español. En vez de permitírseles llegar a Moscú, fueron
retenidos calladamente en un hotel de Odesa.
El jueves 28 de
agosto de 1936 Stalin firmó un decreto por el cual el Comisario
de Relaciones Exteriores prohibía «la exportación, reexportación
o tránsito a España de toda clase de armamentos, municiones,
material de guerra, aeroplanos y barcos de guerra».
Este decreto fue
publicado y emitido por radio para conocimiento de todo el
mundo. Este decreto oficial del soviet estaba en armonía con la
política de no-intervención de León Blum. Ello levantó severas
críticas por parte de todos los grupos del occidente europeo y
de América, donde el Komintern procuraba a toda prisa crear un
ambiente de simpatía en favor de la desesperada República
Española.
Entre tanto, Stalin
convocó al Politburó a sesión extraordinaria.
El Buró político es
la suprema autoridad del partido y por lo tanto del gobierno
soviético. Contra las decisiones del Politburó no hay apelación
posible. Tienen la fuerza de una orden militar dada sobre el
campo de batalla.
En esta sesión del
Politburó Stalin se manifestó en favor de una acción inmediata
en España. En aquellos momentos, los primeros días de septiembre
de 1936, había formado gobierno en Madrid el Frente Popular
Español. Con la intensa ayuda del Komintern, Largo Caballero
había formado un gobierno de coalición, en el cual entraron dos
miembros comunistas, figurando él como Presidente del Consejo y
Ministro de la Guerra. Largo Caballero era uno de los jefes
socialistas. Al igual que León Blum era partidario de la
cooperación con el Soviet.
Stalin argüía que
la vieja España había desaparecido y que la nueva España no
podía subsistir por sí sola. O tendría que aliarse con Italia y
Alemania o bien con los contrarios de esas dos potencias. Stalin
dijo que ni Francia ni Inglaterra podrían permitir que España,
que domina la entrada al Mediterráneo, fuera controlada por Roma
y Berlín.
Para Paris y
Londres, la amistad de España era asunto de primordial
importancia. Stalin era de opinión que él podría crear en España
un régimen controlado por Moscú. Con España en el bolsillo
podría realizar una alianza permanente con Francia e Inglaterra.
Al mismo tiempo su intervención haría avivar la fe de los
partidarios del Soviet en el extranjero, que habían sufrido un
rudo golpe con la depuración de la vieja guardia Bolchevique.
Con referencia a
los 700.000.000 de dólares de oro acumulados en España, el
gobierno de Largo Caballero estaba dispuesto a invertirlo en
material de guerra. La cantidad de oro que podía transportarse a
Rusia en pago de las municiones entregadas a España constituía
un problema a estudiar sin demora por cuanto el gobierno
soviético se había adherido oficialmente a la política de
estricta no-intervención.
El Politburó se
pronunció a favor de una acción inmediata. Stalin hizo hincapié
a sus comisarios de que la ayuda a España por parte del Soviet,
debía llevarse con todo secreto con el fin de eliminar toda
posibilidad de que su gobierno se viera envuelto en un conflicto
armado. Su última frase que debían tener presente los reunidos
por el Politburó y que se retransmitió como una orden a todos
los empleados fue: «Podalshe el artilleiskavo ognia»
(«Mantenerse fuera del alcance del fuego de la artillería»).
Dos días después,
un enviado especial que vino a Holanda en avión, me trajo
instrucciones de Moscú. Las órdenes fueron: «Amplíe
inmediatamente sus actividades a la guerra civil española.
Movilice todos los agentes disponibles y dé todas las
facilidades para la pronta creación de un sistema de compra y
transporte de armamento a España. Sale un agente especial para
París para ayudarle en este trabajo. Se presentará a Vd. y
trabajará bajo su dirección».
Al mismo tiempo,
Stalin en Moscú daba instrucciones a Yagoda, entonces jefe de la
GPU, de establecer una ramificación de la policía secreta
soviética en España.
El 14 de
septiembre, Yagoda convoca una conferencia urgente de la
Lubianka, en su oficina central de Moscú, en la que estaban
presentes: el General Uritaky del Estado Mayor del Ejército
Rojo; Frinovsky, actual Comisario de Marina, en aquel entonces
Jefe de las Fuerzas Militares de la GPU, pero considerado ya en
el seno de los círculos soviéticos como uno de los hombres de
Stalin que más prometía; y mi camarada Sloulsky, jefe del
departamento extranjero de la GPU.
Supe por Sloulsky,
con quien me encontraba con frecuencia en París y otros puntos,
que en dicha conferencia había sido nombrado un antiguo oficial
de su departamento para establecer la GPU en la España
republicana. Este era Nikilsky, alias Schewed, alias Lyova,
alias Orlov.
La conferencia de
la Lubianka puso también bajo el control de la policía secreta
soviética las actividades del Komintern en España. Decidió
coordinar o armonizar las actividades del Partido Comunista
Español con la política de la GPU.
Otras de las
decisiones de esta conferencia fue que la policía de la GPU se
hiciese cargo del movimiento de voluntarios de cada país hacia
España. En el Comité Central de cada partido comunista del mundo
hay un miembro que desempeña una misión secreta de la GPU.
En muchos países,
incluyendo los Estados Unidos, la cruzada para salvar la
revolución española se apreció como una noble expedición
internacional para rescatar la democracia y mantener la justicia
en nombre de la humanidad. Jóvenes de todo el mundo se alistaban
voluntarios para luchar en España por estos ideales. Pero la
España Republicana que luchaba contra Franco, no estaba de
ningún modo unida en ideologías ni tácticas políticas. Estaba
constituida por muchas fracciones demócratas, anarquistas,
socialistas y sindicalistas. Los comunistas lo eran en gran
minoría. El éxito de Stalin en asegurarse el control y hacer uso
de él como arma para conseguir una alianza Franco-Inglesa con el
gobierno Soviético, dependía de que antes diera al traste con la
poderosa oposición anticomunista en el campo gubernamental. Era
primordial, por lo tanto, controlar el movimiento de estos
voluntarios idealistas extranjeros hacia España, para evitar que
ellas se uniesen con los elementos opuestos a la política y
ambiciones de Stalin.
El principal
problema de organizar los embarques de armamento a España fue
resuelto por la conferencia de la Lubianka con la decisión de
llevarla a efecto simultáneamente desde Rusia y desde el
exterior. La labor en el extranjero se me encargó a mí. La
relativa al interior fue atendida por Yagoda personalmente. La
de éste presentaba mayores dificultades que la mía, porque era
absolutamente necesario no dejar el menor rastro en territorio
soviético, de la participación oficial del gobierno en el
asunto.
ARRIBA
Yagoda, llamó
al capitán Oulansky de la GPU encargándole que organizase un
sindicato privado de comerciantes de municiones en la Unión
Soviética. El capitán Oulansky era un hombre
excepcionalmente hábil en trabajos de servicios secretos. La
GPU le había confiado inclusive el servicio de escolta de
Anthony Eden y del presidente Laval en su visita a la Unión
Soviética.
«Vd. encontrará
en Odesa a tres españoles que desde hace algún tiempo se les
han enfriado los pies», dijo Yagoda al capitán Oulansky.
«Están aquí para comprar armamento nuestro
extraoficialmente. Constituya una firma de carácter privado
y neutral para tratar con ellos».
Puesto que en la
Rusia Soviética nadie puede comprar ni un simple revólver al
gobierno, el cual es el único fabricante de armas, la idea de
una firma privada dedicada al negocio de municiones en
territorio soviético es tan absurda que ningún ciudadano
soviético podría, por un momento, creer en ello. Pero esa farsa
era un caso olvidado ante el extranjero en previsión de
sobrevenir alguna complicación internacional. En realidad, el
trabajo del capitán Oulansky era el de organizar y dirigir una
cadena de contrabandistas de armas y llevarlo a cabo de una
manera tan inteligente que no pudiera ser descubierto rastro
alguno por agentes secretos extranjeros.
«Si tiene
éxito», le dijo Yagoda, «vuelva con un ojal en la solapa
para colocarle la ‘Orden de la Bandera Roja’».
El capitán Oulansky
salido para Odesa con instrucciones de tratar solamente a base
de pago al contado y con la información de que los españoles
facilitarían sus propios barcos para transportar las municiones,
las cuales naturalmente serian entregadas de los arsenales del
Ejército Rojo. Iba provisto con documentación en la que se le
otorgaban plenos poderes y por las que se ponían bajo su control
todas las autoridades de Odesa, desde el Jefe local de la
policía secreta, hasta el Presidente de la región.
ARRIBA
El general
Urisky representaba la Intelligence Service del Estado Mayor
del Ejército Rojo en la conferencia de la Lubianka. Era
función propia de su departamento entender en la cuestión
técnico-militar de nuestra empresa. Fue su sección la que
determinó las cantidades y clases de tipo que los arsenales
debían proveer, fijar el número y personal de los expertos
militares, pilotos, oficiales de artillería y tanques a
enviar a España. Concerniente a los asuntos de índole
militar, estos hombres quedaron bajo las órdenes del Estado
Mayor del Ejército Rojo; de todos modos eran vigilados por
la policía secreta.
La intervención de
Stalin en España estaba ya en marcha: Yo me puse en acción como
si estuviese en el frente en verdad, yo había sido designado
para activo servicio militar. Llamé a un agente importante de
Londres, a otro de Estocolmo, un tercero de Suiza y dispuse que
nos encontráramos en París para celebrar una conferencia en
unión de un agente especial desplazado de Moscú. Este agente
llamado Zimin, era experto en municiones y miembro de la sección
militar de la GPU.
El 21 de septiembre
y con absoluto secreto nos encontramos en París. Zimin, trajo
instrucciones explícitas y concretas de que nosotros debíamos
evitar toda posibilidad de mezclar al gobierno soviético con
nuestro tráfico de armamento. Debíamos llevar el asunto de las
municiones “privadamente” por medio de firmas comerciales
creadas a este fin.
Nuestro primer paso
fue estudiar la creación de una nueva red europea de empresas
comerciales aparentemente «privadas e independientemente»,
aparte de las que ya teníamos, para dedicarse a la importación y
exportación de materiales de guerra, lo cual se trata de una
antigua profesión en Europa.
El éxito dependía
de la selección de personal apropiado. Contábamos ya con
elementos de esta clase. Algunos de ellos figuraban en las
organizaciones aliadas con los distintos centros del Partido
Comunista en el extranjero, tales cono los amigos de la Unión
Soviética y las muchas Ligas para la Paz y la Democracia. La GPU
y el Military Intelligence del Ejército Rojo veían a ciertos
miembros de estas sociedades como reservas de guerra, y como
auxiliares del sistema de defensa soviética. Nosotros podíamos
escoger hombres de los ya suficientemente probados en trabajos
extraoficiales para la Unión Soviética. Unos cuantos eran
aprovechados y arrivistas pero los más eran sinceros idealistas.
Todos ellos eran discretos, de confianza, contaban con las
relaciones indispensables y eran aptos para jugar un papel sin
delatarse así mismos en ninguna ocasión. Nosotros suministramos
el capital, montamos sus oficinas y garantizamos sus beneficios.
En el término de
diez días se estableció una red de firmas de importación y
exportación de reciente constitución en París, Londres,
Copenhague, Ámsterdam, Zurich, Varsovia, Praga, Bruselas y otras
ciudades europeas. En cada firma había un socio comanditario que
era el agente de la GPU, el cual suministraba el dinero y
controlaba todas las operaciones. En caso de equivocarse pagaría
su error con la vida. Mientras esas firmas recorrían los
mercados de Europa y América para encontrar material de guerra
disponible, el problema del transporte preocupaba mi atención de
manera urgente. En Escandinavia, podían conseguirse barcos
apropiados para este objeto a buen precio. La dificultad
consistía en conseguir permisos para el envío de armamento a
España. Esperábamos consignar los envíos a Francia y
reembarcarlos desde Francia para los puertos gubernamentales.
Pero el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia se negó a
conceder la documentación de despacho.
Pero había otra
salida, la de proveerse de documentación consular de otros
gobiernos certificando que el armamento había sido adquirido
para importarlo a sus países.
De determinados
consulados Latinoamericanos pudo conseguirse un sinnúmero de
certificados de importación y, de vez en cuando, tuvimos la
suerte de obtener otros similares de consulados europeos y
asiáticos.
Con tales
certificados obtuvimos el despacho de aduanas. Los barcos
continuaron, no para Suramérica o China, sino para los puertos
de la España gubernamental.
Hicimos grandes
compras a las fábricas Skoda de Checoslovaquia, a varias firmas
de Francia y a otras de Polonia y Holanda. Tal está el comercio
de municiones, que llegamos a comprar armamento de la Alemania
Nazi. Envié un agente que representaba a una firma nuestra de
Holanda a Hamburgo, donde averiguamos que había en venta una
cantidad de fusiles y ametralladoras anticuadas. El director de
la firma alemana solamente se interesaba por el precio, las
referencias bancarias y la documentación legal del embarque.
ARRIBA
No todos los
materiales que compramos eran de primera clase, ya que en
Europa, y sobre todo en la actualidad, el armamento se
vuelve anticuado muy rápidamente. Pero nuestro objeto era el
de suministrar al gobierno de Largo Caballero fusiles y
cañones que disparasen y el suministrarlos sin demora. La
situación de Madrid se agravaba.
A mediados de
octubre empezaron a llegar cargamentos de armas a la España
gubernamental. La ayuda soviética se realizó de dos maneras. Mi
organización empleaba únicamente vapores extranjeros, la mayoría
de los cuales arbolaban bandera escandinava. «El Sindicato
privado de Odesa» del capitán Oulansky empezó utilizando barcos
españoles si bien en número limitado. Moscú, debido a la
insistencia de Stalin de guardar absoluto secreto ante el miedo
de verse envuelto en una guerra, no permitió autorizar barcos
soviéticos provistos de documentación soviética, especialmente
después que los submarinos y auxiliares empezaron a atacar y
apresar buques mercantes en el Mediterráneo con destino a las
costas españolas.
Sin embargo, el
capitán Oulansky era hombre de recursos. Llamó a Mueller, jefe
de la Sección de Transportes de la GPU para que le suministrara
documentación de despacho falsa y extranjera. El departamento de
Mueller había llevado el arte de la falsificación a una
perfección inimaginable debido a los inagotables recursos del
gobierno.
«Ah, se trata
nada menos que de un nuevo campo de operaciones: forjar
documentación de embarque», –me declaró Mueller en Moscú
cuando algunos meses después le jaleé por haber recibido la
condecoración de La Estrella Roja». «¿Pensaba Vd. que era
cosa fácil?» –Preguntó. Hemos trabajado día y noche».
Con esas
documentaciones falsas, los barcos soviéticos que llevaban
materiales de guerra partían de Odesa bajo nuevos nombres y
bandera extranjera y conseguían pasar el Bósforo, donde
agentes de contraespionaje alemán e italiano guardaban una
vigilancia contumaz. Cuando los transportes llegaban
fácilmente a los puertos gubernamentales y habían descargado
sus cargamentos, sus nombres se sustituían por sus
primitivos nombres rusos y volvían a Odesa bajo su propia
bandera.
Madrid pedía
desesperadamente aeroplanos. Moscú se hizo eco de ello
dándome órdenes. Franco avanzaba sobre la capital; sus
escuadrillas de aviación italiana y alemana eran las dueñas
del aire. Nuestros aviadores y mecánicos iban llegando a
Madrid, pero los aeroplanos gubernamentales eran pocos e
inferiores. Tuve que buscar en cualquier punto de Europa una
partida de aeroplanos de bombardeo y de caza que pudiera
adquirirse rápidamente. Naturalmente, ninguna firma privada
puede suministrar a rajatabla una considerable cantidad de
aviones de guerra. Esto puede solamente hacerlo un gobierno.
Con los rápidos
adelantos de la aviación, era razonable suponer que un
gobierno amigo consentiría la venta de sus aparatos de
aviación en uso, lo que le permite modernizar su fuerza
aérea. A tal efecto me decidí a visitar a un gobierno de tal
naturaleza en el Este de Europa el cual poseía alrededor de
50 aviones de combate de modelo antiguo fabricados en
Francia. Naturalmente, para esa empresa se necesitaba un
agente excepcional. Tenía para ello el hombre apropiado. Era
de sangre azul, hijo de una antigua familia aristocrática
europea, estaba relacionado con lo mejor y tenia,
inmejorables referencias bancarias. Ambos, él y su esposa
eran amigos incondicionales de la Unión Soviética y
entusiastas colaboradores de la causa gubernamental
española. Nos había prestado algunos servicios y sabía que
podía contar con él.
Le pedí que me
viniera a ver a Holanda y le expuse la situación. Al día
siguiente se trasladó a la capital del Este europeo. Aquella
noche llamó por teléfono a mi agente de París, quien a su
vez llamó a La Haya y dispuso que yo por la mañana del día
siguiente esperase una llamada directa en lugar y hora
determinado. Cuando mi aristócrata me llamó, me dio en
cuidadoso lenguaje de clave, un informe de su deplorable
gestión.
Obtuvo una
recomendación para el Ministro de la Guerra. Al presentar al
Ministro su tarjeta, que llevaba el nombre de uno de los más
grandes héroes del mundo, le expuso lisa y llanamente su
misión. «He venido aquí a comprar una cantidad de aviones de
guerra a su gobierno. Desearía saber si su excelencia
permitiría su venta. Necesitamos comprar cincuenta aviones,
por lo menos, al precio que su excelencia indique».
El Ministro de
la Guerra se levantó de su asiento. Se volvió pálido. Miró
nuevamente la tarjeta del visitante. Examinó la carta de
recomendación y volviéndose hacia mi agente le dijo
secamente: «Le ruego salga inmediatamente de mi oficina».
Mi agente se
levantó para marcharse pero no podía resignarse al fracaso
de su gestión sin hacer otro esfuerzo añadiendo: «Perdóneme
su excelencia. Permítame añadir una palabra. No hay nada
misterioso en mi misión. Se trata de ayudar al Gobierno
español. He venido aquí como representante de distintos
grupos de mi país que creen que nosotros debemos por
humanidad proteger a la República Española. Creemos que su
país tiene manifiesto interés en mantener las potencias
fascistas fuera del Mediterráneo, privando al efecto lo que
pueda Italia dominarlo».
«Soy el
ministro de la guerra; no un comerciante». El ministro
terminó fríamente: «Buenos días, señor».
«Lo veo mal;
mal del todo», me dijo mi agente por teléfono.
«Abandónelo
como si se tratase de un mal negocio y a otra cosa», le
dije. «Le encontraré en el aeropuerto».
«Aún no –me
dijo–. No estoy dispuesto a abandonarlo todavía». Tres días
después fui informado de que volvía a La Haya en avión.
Cuando salió de la cabina, vi que llevaba la cabeza vendada.
Le vi agotado y le llevé rápidamente a mi coche.
Tan pronto
estuvimos en él me dijo que había tenido éxito; había
comprado los cincuenta aviones. Me explicó «Al día siguiente
de llamar a Vd. me pasaron en mi hotel una tarjeta de un
caballero que representaba el mejor Banco del país. Le
invité a que entrase. No hizo referencia alguna a mi visita
al ministro de la guerra, pero si dijo que él pensaba que yo
deseaba comprar aviones de guerra. De estar yo dispuesto a
realizar la operación podríamos discutir el asunto en su
despacho».
ARRIBA
Mi agente
compró los cincuenta aviones al gobierno por 20.000 dólares
cada uno, previa inspección. Con respecto al consignatario,
ofreció escoger entre un país Latinoamericano o Chino; el
vendedor prefirió China. «Le aseguré que la documentación
estaría en regla y a favor del gobierno chino».
«¿Pero como se
hizo Vd. eso»? le pregunté señalando la venda que llevaba
puesta en la frente.
«Oh, fue un
fuerte trompazo que me di al montar en este maldito avión»,
contestó riéndose.
Inmediatamente
tuvieron que hacerse diligencias para examinar y tasar los
aviones. Fui a Paris y contraté para este objeto a un francés
experto en aviación y a dos ingenieros como ayudantes. Todos
partieron para la capital del Este europeo y dictaminaron
favorablemente. Ordené que desmontaran los aviones y que los
embalaran con la mayor rapidez.
Por todo el mundo
se extendía un clamor de fuerte angustia por el bombardeo sin
piedad del indefenso Madrid. Mi organización obró milagros en el
rápido transporte de los cincuenta aviones de caza y bombardeo.
A mediados de octubre se cargaron en un barco noruego.
Entonces recibí
instrucciones concretas de Moscú de no permitir que el barco
dejase su cargamento en Barcelona. Bajo ninguna circunstancia
estos aviones debían pasar por Cataluña que tenía su propio
gobierno dentro de España y era, muy parecido al de un Estado
independiente. El gobierno de Cataluña estaba dominado por
revolucionarios de convicciones anti-estalinistas. Moscú no
tenía confianza con ellos aunque defendían desesperadamente uno
de los sectores más vitales del frente gubernamental contra
terribles ataques del ejército de Franco.
Se me ordenó que
enviase los aviones al puerto de Alicante. Pero aquel puerto
estaba bloqueado por los barcos de guerra de Franco. El capitán
hizo ruta para Alicante pero tuvo que retroceder con el fin de
salvar el vapor. Intentó dirigirse a Barcelona, lo que impidió
mi agente de abordo. Entre tanto, la España gubernamental
luchaba desesperadamente, a la vez que carecía desgraciadamente
de aviones. Mi agente de abordo permitió que hiciera rumbo a
Marsella.
Este desarrollo
fantástico era parte de la batalla feroz pero callada que hacia
Stalin para conseguir el control completo del gobierno legal,
una batalla que se libraba entre los bastidores del teatro de la
guerra. Si Stalin quería hacer de España un peón de su juego de
ajedrez para conseguir una sólida alianza con Francia y Gran
Bretaña debía reducir a todo lo que fuera oposición en la
República Española. La fuerza principal de esta oposición estaba
en Cataluña. Stalin estaba decidido a sostener con armamentos y
hombres solo aquellos grupos de España que estuviesen dispuestos
a aceptar su dirección sin reservas de ninguna clase. Estaba
resuelto a no dejar que los catalanes pusieran mano a nuestros
aviones, con los cuales hubieran podido conseguir una victoria
militar que hubiera aumentado su prestigio y fuerza política en
las filas republicanas.
Durante esos días,
mientras con una mano privaba a Barcelona de ayuda militar con
otra dirigía su primer mensaje abierto a José Díaz, jefe del
Partido Comunista de España. El 16 de octubre Stalin telegrafió
a Díaz: «Los obreros de la Unión Soviética solo cumplen con
su deber cuando toda la ayuda de su fuerza sirve a las masas
revolucionarias de España. La lucha española –continuaba
Stalin– no es un asunto privado de los españoles, es causa
común de la humanidad avanzada y progresista». Naturalmente,
este mensaje fue enviado con vistas a los afiliados al Komintern
y al Soviet por todo el mundo.
El barco noruego se
deslizó finalmente por entre el bloqueo de Franco y descargó sus
aviones en Alicante. Al mismo tiempo llegaban de la Unión
Soviética otros suministros de guerra incluyendo tanques y
artillería. Toda la España gubernamental vio que era de la Rusia
Soviética de donde venía actualmente la ayuda. Los republicanos,
socialistas, anarquistas y sindicalistas no tenían otra cosa a
ofrecer que teorías e ideales. Los comunistas producían camiones
y aviones a emplear contra Franco. El prestigio del Soviet
aumentaba. Los comunistas –satisfechos de esta oportunidad–
sacaron de ella el mejor partido posible.
ARRIBA
El 28 de
octubre de 1936, Largo Caballero lanzó –como Ministro de la
Guerra– una proclamación a la República Española. Era una
llamada a la victoria: «Por fin en este momento tenemos
en nuestras manos un armamento formidable; tenemos tanques y
una poderosa aviación».
Largo Caballero,
que había abierto las puertas de par en par a los mensajes de
Stalin, ignoraba de qué suerte y calibre era la mano que llegaba
en socorro de la España republicana. No se daba cuenta de que
esta ayuda seria la causa de su propia caída.
El movimiento de
suministros de guerra hacia España iba al unísono con el
movimiento mundial de hombres hacia Madrid. Voluntarios de las
Islas Británicas, de los Estados Unidos, del Canadá, de América
Latina, de Escandinavia y de los Balcanes; de toda Europa, hasta
de la Alemania Nazi e Italia fascista; de Australia y de las
Filipinas, estaban ansiosos por luchar por la causa
gubernamental. La famosa Brigada Internacional estaba en vías de
formación.
En estos momentos,
si Stalin quería controlar España a la que empezaba ya a
sostener con armamento, era necesidad imperiosa organizar y
dirigir estas cruzadas venidas de lejos en grandes oleadas y
amalgamarlas en una fuerza común. El gobierno de Frente Popular
de Largo Caballero era una coalición de partidos políticos
antagonistas entre sí. El reducido duro y disciplinado grupo de
comunistas mandado por la GPU sostenían el gobierno de Largo
Caballero pero no lo controlaban. Para Moscú era importante
coger las riendas de la Brigada Internacional.
El núcleo central
de la Brigada Internacional, la formaban de quinientos a
seiscientos comunistas extranjeros. Entre ellos no había un solo
ruso. Más tarde, cuando la Brigada se elevó a quince mil
combatientes no se permitió enrolar a ningún ruso.
Intencionalmente se levantó un muro impenetrable entre dichas
fuerzas y las unidades del Ejército Rojo que habían sido
desplazadas a España para otros servicios. En cada país,
incluyendo los Estados Unidos, las agencias de reclutamiento
para la Brigada Internacional estaban formadas por el Partido
Comunista de cada localidad. Algunos grupos independientes de
socialistas y otros grupos avanzados intentaron organizar
columnas, pero la mayoría abrumadora de reclutas los alistaban
los comunistas, que los atraían por medio de una amplia red y
frecuentemente ignoraban en absoluto el control que ejercían los
«fellow travelers» (compañeros viajeros) sobre ellos.
En cada centro
comunista importante del mundo la GPU había desplazado un
agregado militar. Este agente y nadie más que él, es enlace de
unión entre el Partido Comunista y el Military Intelligence del
gobierno soviético.
ARRIBA
Al ofrecerse un
voluntario, se le dirigía a una oficina secreta de
alistamiento. Llenaba un cuestionario y se le decía que
esperase aviso. La GPU estudiaba su historial político y si
parecía aceptable se le volvía a llamar y a interrogar por
un agente de la GPU. Entonces se le enviaba a un médico
comunista, a ser posible, para su examen físico. Si este era
satisfactorio, se le suministraba con los medios de
desplazamiento y con instrucciones de presentarse en Europa
a determinada dirección. Allí improvisamos un número de
controles secretos, donde nuestros agentes hacían una nueva
y definitiva investigación de cada solicitante. En España mi
departamento traspasó esa responsabilidad a la GPU que
destacó delatores entre los voluntarios para limpiar a los
sospechosos de espionaje, eliminar aquellos otros cuyas
ideas comunistas no eran de pura ortodoxia y vigilar sus
lecturas y conversaciones.
Cuando los
voluntarios llegaban a España se les quitaba su pasaporte que se
les devolvía raramente. Incluso cuando se licenciaba a alguno,
se le decía que su pasaporte se había extraviado. Solo de los
Estados Unidos llegaron unos dos mil voluntarios siendo de notar
que los auténticos pasaportes norteamericanos eran muy
apreciados por la oficina central de la GPU en Moscú. Casi todas
las valijas diplomáticas que llegaban a la Lubianka, procedentes
de España, contenían una remesa de pasaportes pertenecientes a
individuos de la Brigada Internacional.
Algunas veces,
durante mi estancia en Moscú en la primavera de 1937, vi el
contenido de ese correo en las oficinas de la sección extranjera
de la GPU. Un día llegó una remesa de cerca de cien pasaportes,
la mitad de ellos eran americanos. Habían pertenecido a soldados
muertos. Una adquisición tan importante daba motivo para su
celebración. Los pasaportes de los caídos son fácilmente
adaptados a otros individuos, agentes de la GPU, después de
haber investigado durante algunas semanas el historial familiar
de los primitivos propietarios.
Mientras la Brigada
Internacional –ejército del Komintern– se formaba a toda prisa
en el frente, las unidades puramente rusas del Ejército Rojo
llegaban calladamente y tomaban posiciones en la retaguardia del
frente. Esta fuerza militar soviética en España no pasó de los
dos mil hombres, de los cuales solo los pilotos y oficiales de
tanques dieron activo servicio. La mayoría de los rusos eran
técnicos, hombres de Estado Mayor, instructores militares,
ingenieros, especialistas en montaje de industrias de guerra,
expertos en química de guerra, mecánicos de aviación, operadores
de radio y expertos artilleros. A estos hombres del Ejército
Rojo se les apartó de la gente civil española tanto como fue
posible, se les acomodó en viviendas aparte y nunca se les
permitió mezclarse en ninguna forma con los grupos o figuras de
relieve político. Se les vigilaba constantemente por la GPU a
fin de guardar en secreto su presencia en España y evitar que
cualquier herejía política corrompiese al Ejército Rojo.
Esta fuerza
expedicionaria estaba bajo el control personal del general Ian
Berzin, una de las dos figuras soviéticas nombradas por Stalin
para conducir su intervención en España.
El otro era Arturo
Stashevskv, enviado comercial soviético con carácter oficial y
residencia en Barcelona. Estos eran los verdaderos hombres
misteriosos de Moscú que funcionaban entre los bastidores del
teatro de la guerra española, cuya misión permaneció
completamente a la sombra, mientras se hacían dueños de todos
los controles del gobierno republicano.
El general Berzin
había servido durante quince años como jefe del Military
Intelligence del Ejército Rojo. Nativo de Latvia, dirigió a la
edad de dieciséis años una banda de guerrilleros durante la
lucha revolucionaria contra el Zar. Fue herido, hecho prisionero
y condenado a muerte en 1906, sin embargo, el gobierno zarista
conmutó dicha sentencia por la de cadena perpetua a Siberia,
debido a su juventud. Escapó y hacía ocultamente la vida de
revolucionario cuando el Zar fue derribado. Berzin se incorporó
al Ejército Rojo bajo el mando de Trotsky, escalando una de las
posiciones más elevadas del alto mando. De gran estatura,
canoso, de pocas palabras, el astuto Berzin fue seleccionado por
Stalin para organizar y dirigir el Ejército gubernamental.
El jefe comisario
político de Stalin en España era Arturo Stashevsky. Era de
origen polaco. Bajo, pagado de sí mismo, parecía un hombre de
negocios. Oficialmente, era el enviado comercial soviético en
Barcelona. Stashevsky había servido también en el Ejército Rojo.
Stalin le designó para el trabajo de llevar las riendas de la
política y economía de la España gubernamental.
ARRIBA
Mientras Berzin
y Stashevsky operaban entre bastidores, la Brigada
Internacional absorbía la mayor atención de la espectacular
campaña gubernamental. Para los corresponsales de guerra
extranjeros que se hallaban en el frente, Emilio Kleber era
una de las figuras más dramáticas de la heroica defensa de
Madrid.
A Kleber se le
presentó mundialmente en entrevistas y reseñas como el hombre
fuerte «providencial» a quien el destino ha reservado un papel
de suma importancia en la historia de España y del mundo. Su
aspecto físico dio color a las leyendas creadas en torno a su
figura. Era alto y de facciones rudas, impresionante pelo canoso
que desmentía sus cuarenta y un años. A Kleber se le introdujo
mundialmente como a soldado afortunado, naturalizado canadiense,
nativo de Austria y que como prisionero de guerra austriaco en
Rusia, se había incorporado a la Guardia Blanca en sus luchas
contra los Bolcheviques para convertirse más tarde al comunismo.
Esta descripción de Kleber fue compuesta en las oficinas
centrales de la GPU en Moscú, las cuales facilitaron a Kleber su
falso pasaporte canadiense. Kleber tuvo que moverse al dictado
de la GPU. Sus intervenciones se las hacían los agentes del
Kremlin. Yo conocía a Kleber, a su esposa e hijos, así como a su
hermano, desde hacía muchos años.
El verdadero nombre
de Kleber era el de Stern. Era nativo de Bokavina, entonces
perteneciente a Austria y actualmente a Rumania. Fue oficial
durante la guerra mundial, se le hizo prisionero por las fuerzas
del Zar y se le envió a un campo de concentración de Krasnoyersk
en la Siberia. Después de la revolución soviética se incorporó
al partido bolchevique y al Ejército Rojo, luchando al lado del
Soviet a través de la guerra civil rusa. Luego estudió en la
Academia Militar Frunze del Ejército Rojo, de la que se graduó
en 1924. Durante algún tiempo trabajamos juntos en el
Intelligence Departament del Estado Mayor. En 1927, Kleber fue
destinado a la sección militar del Komintern, actuando en
calidad de instructor en sus Escuelas Militares. Fue enviado por
el Komintern a China en misiones confidenciales.
ARRIBA
Kleber no había
estado nunca en el Canadá ni relacionado con la guardia
blanca. Esta pequeña patraña sirvió para ocultar el hecho de
haber sido oficial del Estado Mayor del Ejército Rojo. Ello
hacia más plausible su papel de jefe de la Brigada
Internacional. En realidad y no obstante la parte dramática
que se le designó, no tenia fuerza alguna dentro de la
política soviética.
En noviembre de
1936 el citado general del Komintern fue nombrado jefe supremo
de las tropas gubernamentales en el sector norte del frente de
Madrid. Yo salí de Marsella en avión hacia Barcelona. Un coche
me llevó a un hotel de la parte vieja de la ciudad que hacia las
veces de oficina central del Soviet en Barcelona. No se permitía
estar en dicho hotel a ningún huésped extraño. Allí encontré a
Stashevsky, nuestro enviado comercial y a su plana mayor y allí
residía y trabajaba la plana mayor de nuestra Intelligence
Service en Cataluña bajo la inspección del general Akulov.
Fui a Barcelona
para poner a mis agentes de la zona de Franco bajo las órdenes
del Estado Mayor que estaba encargado de las operaciones
militares que el general Berzin dirigía secretamente, pues pensé
que la información que se recibía de la zona rebelde sería más
útil tenerla en Madrid y Barcelona que en Moscú, que es a donde
iba a parar.
El general Akulov
había organizado eficazmente nuestro Servicio Secreto de
Espionaje en el campo enemigo. Nuestros operadores de radio
trabajaban sin interrupción y diariamente se transmitía valiosa
información del lado de Franco por medio de aparatos de radio
portátiles.
Mis primeras
preguntas fueron naturalmente acerca de las posibilidades de una
victoria militar. Su contestación fue la siguiente: “Aquí las
cosas están en un desorden horrible. Nuestro único consuelo es
que las del otro lado están en un desorden peor”.
El general Berzin
trabajaba infatigablemente para formar un ejército de los
milicianos indisciplinados y de sus unidades sin conexión a la
vez que presionaba a Largo Caballero para la movilización
general.
Berzin reunió a un
grupo de oficiales del Estado Mayor ruso, para hacer de ellos la
piedra angular del mando militar gubernamental. Tomó una parte
principalísima en la organización de la defensa de Madrid
durante los días angustiosos de noviembre y diciembre. Tanto
había disfrazado Berzin su identidad que su persona era
solamente conocida en España por media docena de altos
personajes del régimen.
Berzin insistía en
el nombramiento de un Jefe militar supremo. El Gobierno
republicano, sostenido por partidos y fracciones celosas unas de
otras, se resistía a establecer autoridad de tal naturaleza.
Berzin encontró en el General Miaja a un candidato apropósito,
buen soldado y sin ambiciones políticas, y en pocas semanas
–noviembre de 1936– consiguió el nombramiento en favor de Miaja,
el cual se ha mantenido en el mando supremo desde entonces hasta
el fin.
Entre tanto, Arturo
Stashevsky desplegaba todos sus esfuerzos para asegurar el
control de las finanzas de la República en manos del Soviet,
sentando la teoría de que la fuerza política dimana de una base
económica. Quería a España y a los españoles. Estaba encariñado
con su cargo porque creía revivir sus experiencias de la
revolución rusa de hacía veinte años.
Descubrió en Juan
Negrín, Ministro de Hacienda del gobierno de Madrid, un
colaborador que se prestaba con voluntad a sus planes
financieros. Madrid se vio en la casi imposibilidad de comprar
armamento libremente en el mercado mundial, ni importa en que
país fuese. La República Española había depositado en los Bancos
de Paris una cantidad considerable de sus reservas oro, en
espera de importar materiales de guerra de Francia. Pero surgió
una dificultad insuperable; los bancos franceses se negaron a
desprenderse del oro que era parte del Tesoro Nacional, porque
Franco amenazaba con proceder contra ellos en el caso de una
victoria. Tales reclamaciones tenían al Kremlin sin cuidado.
Stashevsky ofreció enviar el oro español a la Rusia Soviética y
a cambio del mismo, suministrar armamento y municiones a Madrid.
Por mediación de Negrín hizo el convenio con el gobierno de
Largo Caballero.
ARRIBA
Sea como fuere,
en el extranjero se corrió rumor de la existencia de ese
convenio. La prensa extranjera acusó a Largo Caballero de
haber hipotecado parte de la reserva de oro nacional a
cuenta de la ayuda soviética. El 3 de diciembre, mientras se
preparaba el transporte del oro, Moscú desmentía
oficialmente que un convenio tal se hubiese consumado, de la
misma manera que se desmentía constantemente todas las
noticias concernientes a la intervención soviética en
España. Entre nosotros y de una manera íntima llamábamos
irónicamente a Stashevsky «el hombre más rico del mundo»
debido al control que ejercía sobre la tesorería española.
Durante mis
conversaciones con Stashevsky, en el mes de noviembre en
Barcelona, empezaban ya a vislumbrarse los próximos pasos de
Stalin. Él no me ocultó el hecho de que Juan Negrín sería el
próximo Presidente del Consejo de Ministros. En aquel entonces
todo el mundo consideraba a Largo Caballero como favorito del
Kremlin. Pero Stashevsky había ya escogido a Negrín como
sucesor.
Largo Caballero era
radical de pura cepa, hombre de ideas revolucionarias. Además,
no favorecía la actuación de la GPU, la cual bajo Orlov,
empezaba a efectúa en España la acción depuradora de todos los
disidentes independientes y anti estalinistas, los cuales el
partido agrupaba bajo la denominación de trotskistas.
Por otra parte, el
doctor Negrín tenía todas las características propias de un
político. Aunque profesor, era hombre de negocios con aspecto de
comerciante. Era exactamente el tipo que se ajustaba a la
política de Stalin acerca del Frente Popular. Al igual que el
general Miaja, Negrín haría una buena impresión a Londres, Paris
v Ginebra. En el extranjero personificaría la «cordura» y la
«propiedad» de la causa republicana española; él no atemorizaba
a nadie con arengas revolucionarias. Su esposa era rusa. Como
hombre práctico, el Doctor Negrín deseaba la depuración de los
“incontrolables” y “alborotadores”, a nombre de quien fuese,
aunque éste fuera Stalin.
Además, el Dr.
Negrín vio que la única salvación de su país estaba en la más
estrecha cooperación con la Unión Soviética. No estaba
interesado en reforma política alguna pero si en la victoria de
su gobierno. Como se había puesto en evidencia, la ayuda
práctica sólo podía venir de la Rusia Soviética y estaba
dispuesto a sacrificar toda clase de consideraciones para la
obtención de dicha ayuda.
Todo ello se
discutió durante mi estancia en Barcelona; seis meses antes de
la caída de Largo Caballero. Stashevsky le tomó todo ese tiempo
en llevarlo a cabo pero al fin lo consiguió con la ayuda de un
complot tramado por la GPU en Barcelona. Marcelo Rosenberg,
embajador ruso acreditado en España, era el que se mostraba en
público y le hablaba, pero el Kremlin nunca consideró importante
su representación. Callada y prácticamente Stashevsky hacía el
trabajo de Stalin.
ARRIBA
Mi camarada
Sloutski, jefe del Departamento Extranjero de la GPU,
recibió órdenes especiales de Moscú de montar un sistema de
policía secreto a hechura del de Rusia. Sloutski llegó un
día o dos después de mi salida. En aquel entonces la GPU
florecía en todo el territorio gubernamental y se
concentraba en Cataluña donde los grupos independientes eran
fortísimos y donde los verdaderos trotskistas tenían el
cuartel general de su partido.
La organización de
Orlov sirvió a Sloutski de núcleo central. Con la ayuda de
expertos llegados de Moscú y de comunistas españoles escogidos,
montó en España el sistema completo de la GPU.
«Allá disponen de
buen material –me dijo, cuando una semana más tarde regresó a
París– pero carecen de experiencia». «No podemos permitir que
España se convierta en refugio accesible a todos los elementos
anti soviéticos que han acudido de todo el mundo. Después de
todo, ahora España es nuestra y forma parte del Frente
Soviético. Debemos asegurarla para nosotros. ¿Se sabe, acaso,
cuantos espías hay entre esos voluntarios? En cuanto a los
anarquistas y trotskistas, a pesar de ser soldados
antifascistas, son enemigos nuestros. Son contrarrevolucionarios
y debemos extirparlos de raíz».
Sloutski había
hecho un valioso trabajo. En diciembre de 1936, el terror se
enseñoreaba de Madrid, Barcelona y Valencia. La GPU había
establecido sus prisiones especiales propias. Tenían tribunales
y patrullas de control propias. Los que los formaban llevaban a
cabo asesinatos y detenciones. Llenaban calabozos ocultos y
hacían razias a toda prisa. Naturalmente, funcionaban
independientemente del gobierno legal. El Ministro de Justicia
no tenía autoridad sobre la GPU. Esta era un imperio dentro de
un imperio; era una fuerza ante la cual llegaban a temblar
alguna de las más altas figuras del gobierno de Largo Caballero.
La Unión Soviética parecía haber cercado la España
gubernamental, como si se tratara ya de una posesión soviética.
El 16 de diciembre,
Largo Caballero hizo una vibrante alocución desafiando a Franco:
«Madrid no caerá. Ahora va a empezar la guerra porque ahora
tenemos los materiales de guerra necesarios».
Al día siguiente,
el periódico Pravda, portavoz oficial de Stalin en Moscú,
hacía explícita declaración de que la depuración en Cataluña,
que había ya empezado, «se llevaría a cabo con la misma
energía que lo había sido en la Unión Soviética».
La heroica y
desesperada defensa de Madrid había llegado a su punto
culminante. Las escuadrillas de la aviación de Franco destruían
la capital, sus tropas estaban casi en los suburbios. Pero los
gubernamentales tenían ya bombarderos y pilotos, tanques y
artillería. Nuestra ayuda militar llegó a tiempo de salvar
Madrid cuando casi todo estaba ya en las garras de Franco. El
general Berzin y su Estado Mayor dirigían calladamente la lucha
en la cual el general Miaja aparecía como General en Jefe,
mientras que Kleber, general del Komintern la dramatizaba ante
el mundo.
Las brillantes
hazañas de la Brigada Internacional y la ayuda material recibida
de la Unión Soviética, favoreció el crecimiento del Partido
Comunista en España de tal manera que, en enero del 1937, el
número de sus afiliados excedió de 500.000.
El haberse salvado
Madrid elevó el prestigio soviético enormemente. Al mismo
tiempo, ello determinaba el fin de la primera parte de la
intervención de Stalin en la guerra civil de España. El problema
de estalinizar España se veía favorecida de una manera resuelta.
De ello se encargaba la GPU. El Komintern había sido relegado a
segundo término.
El 4 de febrero de
1937, el general Kleber fue destituido del mando de la Brigada
Internacional. Se anunció que el general del Komintern había
pasado a Málaga a organizar la defensa gubernamental. Nunca más
se supo de él.
Algunas semanas
después, encontrándome en Moscú, me enteré que la desaparición
de Kleber estaba relacionada con la depuración del Ejército Rojo
y los numerosos arrestos de la oficialidad de la Plana Mayor con
que estaba relacionado. Muchos de sus mejores camaradas,
acusados de conspiración, eran fusilados por los pelotones de
ejecución de Stalin. Me apresuré a visitar al hermano de Kleber
que había sido llamado a regresar del extranjero en el mes de
abril. Él también dos días después fue arrestado por la GPU.
ARRIBA
La desaparición
del general del Komintern durante la gran depuración
significaba simplemente que él era de los que ya no eran
útiles a Stalin. Estaba, además, demasiado enterado.
Stalin decidió que
el Komintern había ya hecho su trabajo en España. Para ese
tiempo, Berzin y Stashevsky tenían bien dominado al Gobierno
español. La desaparición sin el menor rastro del general Kleber
de los escenarios del Soviet y Komintern, no dio lugar a
comentarios por parte de los que cantaron sus proezas en el
mundo.
El éxito de la
defensa de Madrid con armamento soviético, dejó nueva ocasión a
la GPU de extender su poder. Se arrestó a miles, incluyendo a
muchos voluntarios extranjeros que habían venido a luchar contra
Franco. Cualquier critica sobre métodos, cualquier opinión
contraria o desagradable para la dictadura de Stalin en la Rusia
Soviética, toda relación con hombres de heréticas creencias
políticas era considerada traición. La GPU empleaba todos los
procedimientos sumarísimos.
Ignoro el número de
anti estalinistas fusilados en la España gubernamental. Podría
describir un sinnúmero de casos pero me limitaré a uno, ya que
quizás la víctima aún vive. Los escasos hechos que relataré
acaso ayuden a su familia a salvarle. Un joven inglés ingeniero
de radio llamado Friend, tenía un hermano en Leningrado casado
con una muchacha rusa. Era un antifascista entusiasta y
consideraba a la Rusia Soviética como la tierra de promisión.
Consiguió, después de muchos esfuerzos, ser admitido en la Unión
Soviética donde emplazó su residencia.
Al empezar la
intervención soviética, fue desplazado a España en calidad de
técnico de radio. En los comienzos de 1937, el cuartel general
de la GPU en Moscú recibió uno información que indicaba que
Friend demostraba simpatías trotskistas. Yo conocí al muchacho y
no me cabe la menor duda de que sentía una verdadera devoción
para la causa gubernamental y la Unión Soviética. Ciertamente,
él se asoció con socialistas y otros elementos radicales lo cual
al fin y al cabo, era natural para un joven que no estaba
enterado de la invisible ‘muralla china’ que separaba el
personal ruso de los españoles.
Más tarde, pregunté
a uno de los personajes de la GPU en Moscú acerca del muchacho a
lo que me contestó con evasivas. Por otras investigaciones supe
que Friend había sido llevado a Odesa en calidad de prisionero.
Se me relató el engaño de que se le hizo objeto para cogerle. La
GPU en España le condujo a un barco ruso con la excusa de que se
le necesitaba para reparar el aparato de radio transmisor del
vapor. Friend no sospechaba que la GPU le iba a la zaga. Una vez
a bordo fue detenido y el 12 de abril de 1937 fue puesto en los
calabozos de la GPU en Moscú. Hasta ahora su hermano de
Leningrado y su familia de Inglaterra ignoran su paradero. Nunca
pude saber si había sido fusilado «por espía» o si se le tenía
en algún campo de concentración lejano.
Hubo un sinnúmero
de desapariciones de índole semejante. A unos se les raptaba y
llevaba a la Rusia Soviética. A otros se les asesinaba en
España. Uno de los casos más espectaculares fue el de Andrés
Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Nin
era trotskista y algunos años antes, un elemento activo del
Komintern. Con un grupo de compañeros, Nin se evadió de la
cárcel donde había sido puesto por la GPU. Sus cadáveres fueron
hallados por una comisión de diputados del parlamento inglés que
fueron a España a efectuar investigaciones sobre su desaparición.
[N. del A.] Las observaciones de Krivitsky no coinciden con la
realidad. Como es sabido, Nin no se fugó sino que fue
secuestrado por agentes del GPU y su cadáver nunca apareció.
Otro caso notable
fue el del joven Smille asesinado en una cárcel de GPU en
España. Era hijo del famoso jefe laborista inglés Robert Smille.
Otro caso fue el de Camilo Berneri, intelectual anarquista que
se distinguía por su labor documental antimarxista.
La actuación de la
GPU en territorio español era causa de división en las filas
antifascistas de la República Española. Empezaba ya el declive
de Largo Caballero y de sus compañeros, que todavía no se habían
dado cuenta de lo que significaba su colaboración con el Partido
Comunista en el frente único. El Presidente del Consejo de
Ministros, Largo Caballero, no tenía estómago para digerir el
terror soviético que diezmaba su propio partido y conmovía a sus
aliados políticos. El gobierno autónomo de Cataluña se resistía
con uñas y dientes y con el beneplácito de Largo Caballero a la
depuración de la GPU. En España se incubaba una crisis interna.
En estos momentos
yo recibía instrucciones con regularidad para liquidar nuestro
trabajo de compra y suministro de material de guerra a España.
Deliberadamente, nuestra ayuda se facilitaba en la medida justa
que permitiese sostenerse en los frentes. Ella se efectuaba a
modo de mazazo sobre la cabeza de Largo Caballero.
Desde Moscú, en
donde se decidían los asuntos interiores de España, veía yo como
se desarrollaba la crisis en el campo gubernamental, y llegaba
ésta a su punto álgido.
En marzo de 1937,
leí un informe confidencial del general Berzin al comisario de
guerra Vorochilov, el cual fue asimismo leído por Yezhov, nuevo
jefe de la GPU. Tales informes eran naturalmente transmitidos
únicamente para Stalin, aunque iban dirigidos a mi superior
jerárquico.
Después de darle
una opinión optimista de la situación militar y la del
comandante en jefe, Generalísimo Miaja, Berzin le informaba de
los resentimientos y protestas que se producían en las altas
esferas españolas en contra de la GPU. Le manifestaban que
nuestros agentes de la GPU comprometían la autoridad del Soviet
en España por interferencia y espionaje injustificado en las
dependencias ministeriales. Terminaba haciendo una demanda
enérgica para que Orlov regresara a España inmediatamente.
«Berzin tiene toda
la razón», fue el comentario que me hizo Sloutski después de
leer el informe. Sloutski, jefe del departamento extranjero de
la GPU, se daba cuenta que nuestros hombres se conducían en
España como si estuvieran en país conquistado, llegando a tratar
a los jefes políticos españoles como seres inferiores. Al
preguntarle si se podía hacer algo para hacer regresar a Orlov,
Sloutski me dijo que ello era de la competencia de Yezhov.
Yezhov, como gran
mariscal de la inmensa depuración que aquel entonces se llevaba
a cabo, miraba a España como si fuera una provincia rusa.
Además, los
compañeros de Berzin en el Ejército Rojo iban siendo detenidos
por toda la Unión Soviética, no estando su propia vida más
segura que la de otro cualquiera. La desaparición de sus
camaradas en las redes de la GPU significaba que su informe
habría sido visto con sospecha en el Kremlin.
ARRIBA
En abril,
Stashesvky llegó a Moscú para informar personalmente a
Stalin de la situación en España.
Slashevsky aunque
estalinista de cuerpo y alma y afiliado incondicional del
partido ortodoxo, también consideraba que la conducta de la GPU
en los ámbitos gubernamentales era un error. Al igual que el
general Berzin, era opuesto a una depuración en España hecha al
estilo ruso.
Stashevsky no
perdonaba a los disidentes o trotskistas de Rusia por lo que
aprobaba los métodos de la GPU al encararse con aquellos, si
bien era de opinión que la GPU no debía meterse con los partidos
políticos serios de España. Con precaución insinuó que Stalin
podía acaso cambiar la política de la GPU con respecto a España.
El gran amo de Rusia parecía estar de acuerdo con él y
Stashevsky salió del Kremlin enteramente satisfecho.
Stashesvky y yo
sostuvimos varias conversaciones, él esperaba la caída próxima
de Largo Caballero y la subida de Negrín al poder, el hombre que
él había apadrinado. «Grandes sucesos nos esperan en España»,
hizo resaltar más de una vez.
Era evidente para
algunos de nosotros que en España iban a desarrollarse
acontecimientos de la mayor importancia. El plan de Stalin había
progresado lo suficiente para hacer de España un vasallo del
Kremlin y estaba ahora en condiciones para darle otro empujón.
El Komintern iba desapareciendo del ambiente. Berzin mantenía en
sus manos el control del Ejército español. Stashevsky había
transferido la mayor parte de la reserva oro del Banco de España
a Moscú. La GPU marchaba a todo gas. La intervención rusa
procedía de acuerdo con la consigna de Stalin: «Mantenerse
fuera del alcance del fuego de la artillería». Hasta este
momento habíamos evitado los riesgos de una guerra
internacional. El objetivo de Stalin parecía estar a su alcance.
El obstáculo grande
que se le interponía en su camino era Cataluña. Los catalanes
eran anti estalinistas y además constituían uno de los
principales puntos de apoyo de Largo Caballero. Para conseguir
el control absoluto Stalin tenía todavía que poner a Cataluña
bajo su dominio y echar a Largo Caballero.
Stalin había
designado a la GPU la labor de elevarle a la cumbre de España.
Esto me fue revelado en un informe procedente de uno de los
jefes de los grupos anarquistas rusos de París, que era un
agente secreto de la GPU. A éste se le había enviado a
Barcelona, en donde, por tratarse de un destacado anarquista
gozaba de la confianza de los anarcosindicalistas del Gobierno
autónomo. Su misión era la de actuar como agente provocador para
incitar a los catalanes a lanzarse a actos que justificaran la
intervención del Ejército a manera de sofocar una revuelta en la
retaguardia.
Su informe se
componía de treinta páginas por lo menos. Como todos nuestros
informes secretos, había sido trascrito en rollos diminutos de
película fotográfica. En el cuartel general de Moscú existe un
departamento especial provisto de los aparatos norteamericanos
más modernos, para revelar y ampliar esa clase de películas.
Cada página de informe era impreso en un negativo ampliado.
El espía
anarquista, informó detalladamente de sus entrevistas con los
distintos jefes del partido de cuya confianza gozaba y de las
medidas que había tomado para inducirles a cometer actos que
fueran una excusa para la GPU para aniquilarles. Tenía la
seguridad de que pronto habría una revuelta en Barcelona.
Se recibió otro
informe de José Díaz, jefe del Partido Comunista Español y
dirigido a Dimitrov, secretario del Komintern. Dimitrov lo envió
inmediatamente al Cuartel General de la GPU puesto que él sabia
bien desde hacia tiempo quien era su verdadero amo. Díaz acusaba
a Largo Caballero de ser un soñador y amigo de hacer frases, que
nunca llegaría a ser un aliado de confianza de los estalinistas
y ensalzaba a Negrín. Seguidamente describía el trabajo que
hacían los comunistas entre los socialistas y los
anarcosindicalistas para minar su fuerza en el interior de sus
organismos.
Estos informes
mostraban claramente que la GPU tramaba aplastar los elementos
«incontrolables» de Barcelona y conseguir para Stalin el control
de la situación.
ARRIBA
El 2 de mayo de
1937, Sloutski me telefoneó al Hotel Savoy en donde me
hospedaba y me pidió que fuera a ver a un destacado
comunista español llamado García. Este era jefe del servicio
secreto del gobierno de la República cuya sede estaba
entonces en Valencia. Había sido enviado a Rusia para
asistir a la celebración del primero de Mayo. Debido a la
depuración que se efectuaba en aquel entonces, se había
diferido la transmisión de un telegrama anunciando su
llegada. Por este motivo nadie fue a esperarle,
encontrándose completamente solo en el lejano hotel Nuevo
Moscú. Sloutski, me pidió que excusara la negligencia lo
mejor que pudiese.
Con otro camarada
fui a visitar a García encontrándonos frente a un hombre de
aspecto fuerte y pulcro y de unos treinta años. García me dijo
que su buen amigo Orlov había tenido la delicadeza de
proporcionarle estas pequeñas vacaciones en la capital
soviética.
«Me ha gustado
venir –me dijo– pero nadie vino a recibirme y no pude
obtener un pase para entrar a la Plaza Roja el día primero
de Mayo. Todo lo que he podido ver de la revista fueron
simples ojeadas a través del río desde esta ventana».
Dimos las excusas
de rigor al camarada García y lo llevamos a cenar al Savoy. Hizo
resaltar que los trabajadores soviéticos, a juzgar por su
aspecto en la calle, estaban en peores condiciones que los
trabajadores españoles aún durante la guerra civil. También
había observado escasez de suministros y me preguntó por que el
Gobierno soviético no había conseguido elevar el estándar de
vida de las masas.
Cuando vi a
Sloutski le pregunté, ¿por qué motivo se trajo aquí a ese
español? «Orlov se lo quiere quitar de encima» dijo Sloutski.
«Debemos hacer que se divierta aquí, hasta fines de mayo».
Habiendo leído los
informes ni siquiera pregunté lo que Orlov se proponía hacer en
mayo. Las noticias de Barcelona produjeron sensación en todo el
mundo. Los titulares de los periódicos anunciaban con grandes
títulos: Revuelta Anarquista en Barcelona.
Los corresponsales
telegrafiaban la noticia de una conspiración anti estalinista en
la capital de Cataluña, la lucha por la Telefónica, tanques,
tiroteos y tumultos en las calles, barricadas, fusilamientos.
Hasta hoy, las jornadas de mayo en Barcelona aparecen en la
historia de nuestros días como una guerra fraticida entre
antifascistas mientras Franco atacaba en el frente. Según los
partes oficiales, los revolucionarios catalanes pretendían
conquistar alevosamente el poder en el preciso momento que se
necesitaba de todas las energías para resistir al fascismo. La
versión dada a la prensa de la tragedia de Barcelona y de la que
todo el mundo se hacia eco, es de que se trataba de una rebelión
hecha por algunos elementos incontrolables que se habían
introducido en las avanzadas del partido anarquista, con el fin
de provocar disturbios en favor de los enemigos de la República.
ARRIBA
Lo absurdo de
este informe salta de inmediato a la vista. Los
revolucionarios catalanes controlaban ya al gobierno. ¿Por
qué habían de «pretender conquistarlo»?
El hecho es que la
revuelta de Barcelona era una conspiración fraguada con éxito
por la GPU. La lucha empezó por un ataque a la Telefónica
dirigido por los agentes de la GPU. A ello siguieron cinco
sangrientos días; hubo más de quinientos muertos y más de mil
heridos. Por esta operación la GPU convirtió a Cataluña en una
cuestión de vida o muerte para el gobierno de Largo Caballero.
Después de los
sangrientos sucesos de Barcelona, los comunistas españoles,
dirigidos por Díaz, pidieron la supresión de todos los otros
partidos y organizaciones obreras de Cataluña; poner los
periódicos, emisoras y lugares de reunión política o mítines,
bajo la GPU y la inmediata y completa eliminación de todo
movimiento anti estalinista en territorio gubernamental.
Largo Caballero no
quería ceder a esas demandas y el día cinco de mayo se vio
obligado a dimitir. El Dr. Juan Negrín advino presidente del
nuevo gobierno, tal como lo había planeado Stashevsky. Su
gobierno fue llamado el ‘Gobierno de la Victoria’. Negrín estuvo
en el poder hasta el colapso del Ejército gubernamental, en
marzo de 1939.
Al enterarse García
de lo que ocurría en Barcelona, vino corriendo a verme en un
estado de gran excitación. Había ya estado en la Embajada
española. Quería regresar inmediatamente a España. No podía
comprender el por que no podía marcharse. Pero Sloutski no podía
permitirle partir; Orlov en Barcelona no quería verle por allí.
Verdaderamente, García era un comunista prominente pero que
podría causar trastornos. La GPU en Barcelona hacia miles de
prisioneros. Sloutski ofreció a García un viaje al Cáucaso y a
Crimea, insistiendo que el gobierno del Soviet quería que lo
visitara todo. Pero García quería volver a casa. Pero,
naturalmente, no regresó.
En la embajada
española García mantuvo relación con otros cuatro españoles, que
también querían volver a casa. A estos cuatro se les había
facilitado dos grandes habitaciones en el hotel Metropol. Se les
llevó a visitar todos los museos de Moscú centro y alrededores
de la capital. Habían estado en Crimea, en el Cáucaso, en
Leningrado y hasta en la presa de Nieprostrou. Habían
permanecido en la Unión Soviética durante cinco meses.
Diariamente iban a
la Embajada española para saber noticias de España y trataban de
que se les devolvieran sus pasaportes, a fin de poder conseguir
el permiso para regresar a su país. Hablando con ellos sospeché
que se daban cuenta de que eran prisioneros. Su gobierno no les
podía prestar ayuda alguna, puesto que el amo de su gobierno era
Stalin. Pregunto a Sloutski quienes eran. «Estos cuatro –dijo–
son cajeros del Banco de España. Vinieron con el cargamento del
oro. Se han pasado tres meses día y noche contándolo y repasando
las cifras. Y ahora quieren volver a casa». Añadió que podían
darse por muy satisfechos si alguna vez regresaban.
Con anterioridad
había visto en la prensa de Moscú una lista de altos empleados
que habían sido agraciados con la orden de la Bandera Roja.
Entre ellos había algunos nombres que me eran familiares. Se me
ocurrió preguntar a Sloutski, cual era el servicio tan meritorio
que habían realizado para otorgarles estas codiciadas
condecoraciones. Me contestó que los hombres objeto de dicha
distinción habían sido los jefes de un grupo especial de treinta
agentes declarados y de confianza quienes durante el mes de
diciembre habían sido enviados a Odesa para trabajar en calidad
de trabajadores del muelle.
Una enorme cantidad
de oro había llegado a Odesa procedente de España. Stalin no
confiaba a nadie sino a los más altos empleados de su policía
secreta el trabajo de descargar el precioso metal, por miedo de
que no se supiera una palabra de ello. Encargó a Yezhov que
personalmente seleccionase los hombres para dicho cometido. Toda
la operación se llevó a cabo con tal extraordinario secreto que
ésta fue la primera vez que yo supe de ella.
ARRIBA
Uno de mis
camaradas que había formado parte de esta expedición
excepcional, me describía la escena de Odesa. Toda la
vecindad del muelle había sido evacuada y rodeada de
cordones de tropas especiales. Por entre ese espacio
desocupado que va del muelle a la línea de tren, los más
altos empleados de la GPU habían transportado los cajones de
oro sobre sus espaldas. Durante días y días estuvieron
haciendo el traslado del oro colocándole en vagones de carga
que fueron luego conducidos a Moscú bajo escolta.
Intentó darme un
cálculo de la cantidad de oro que habían descargado en Odesa
mientras atravesábamos la enorme plaza Roja. Me señaló una
superficie de varios acres de terreno a nuestro alrededor y
dijo: «Si todas las cajas de oro que apilamos en los
almacenes de Odesa se colocasen una al lado de otra en esta
plaza la cubrirían de uno a otro extremo».
El tesoro que
Stalin obtuvo en España se eleva con seguridad a cientos de
millones de dólares, tal vez a quinientos. Poco después de la
caída de Largo Caballero, estaba yo sentado en la oficina de
Slouski, cuando sonó el teléfono. Era una llamada de la Sección
Especial. Querían saber si la señorita Stashevsky había salido
de la Unión Soviética.
Sloulski que era
amigo de Stashevsky y su familia, quedó preocupado. Por otro
teléfono llamó al Departamento de Pasaportes. Cuando colgó el
receptor suspiró tranquilamente. La señorita Stashevsky había
pasado la frontera y pasó esta información a la Sección
Especial.
Los dos sabíamos
que dicha llamada no significaba nada bueno para Stashevsky. Se
había reintegrado a su puesto de Barcelona y Regina, su esposa,
estaba en Paris trabajando en el pabellón soviético de la
Exposición. Stashevsky lo había dispuesto todo para que su hija,
de 19 años, se fuera con su madre para trabajar juntas. La
muchacha llegó a Paris al cabo de un mes. En junio recibió
instrucciones de regresar a Moscú llevándose consigo ciertos
objetos exhibidos en el Pabellón soviético. Sin sospechar nada,
regresó a la Unión Soviética donde quedó en rehén, respondiendo
por su padre.
Al mismo tiempo, se
ordenó a su padre que regresase de España. Esto era en julio de
1937. Yo me encontraba de regreso en París. Estuve
constantemente telefoneando a la señora Stashevsky para saber
cuando llegaría su esposo. Un día me dijo que él y el general
Berzin se habían encontrado, pero fue solamente el tiempo justo
que media entre la llegada y salida de trenes, continuando él
hacia Moscú a toda prisa. Ella no podía disimular su ansiedad.
En el mes de junio, Stalin había barrido casi todo el alto mando
del Ejército Rojo, con el mariscal Tujachevsky a la cabeza.
La depuración
soviética era una monstruosidad enorme de dimensiones
inimaginables.
A la señora
Stashevsky la veía constantemente. No tenía noticias de su hija
ni de su esposo. Empezó por telefonear a su casa de Moscú. Sabía
que si ellos no estaban algún amigo estaría en ella. Durante
algunos días y noches hizo llamar constantemente desde su casa a
conferencia telefónica. La respuesta era siempre la misma: «No
contestan».
Dos semanas pasaron
sin noticias. A primeros de agosto, la señora Stashevsky recibió
una nota lacónica de su esposo pidiéndole que lo empaquetara
todo y regresara a Moscú. Después de sus llamadas telefónicas
comprendía ella que indudablemente la carta había venido de la
cárcel. Lo empaquetó todo y regresó a la Unión Soviética a
juntarse con todo lo que le quedaba en este mundo.
El general Berzin
también desapareció. El fusilamiento de los jefes del alto mando
del Ejército Rojo, le auguraron mala suerte. Al igual que
Stashevsky, Berzin, había estado íntimamente relacionado con los
comisarios y generales depurados, desde el comienzo de la
revolución soviética, hace cerca de veinte años. Contra este
hecho, sus éxitos en España y su rigurosa y obediente lealtad de
nada le valieron. Hasta hoy, Berzin figura entre el gran número
de jefes soviéticos que han desaparecido y cuyo destino uno
puede solamente suponerse pero, acaso, no saberse nunca de
cierto.
En aquel entonces,
en el verano de 1937, precisamente cuando parecía conseguido su
objetivo en la lejana España, el Japón arremetió contra China.
La amenaza contra la Unión Soviética en Extremo oriente se hizo
alarmarte. Las fuerzas japonesas tomaron Peiping, bombardearon
Shangai, avanzaron hacia Nankin. El gobierno de Chang-Kai-Chek
hizo la paz con Moscú y solicitó la ayuda soviética.
ARRIBA
Simultáneamente, las potencias fascistas se volvieron más y
más agresivas en el Oeste. Italia y Alemania intervinieron
descaradamente en favor de Franco. La situación militar de
la República Española se agravó progresivamente. Si Stalin
fuera a capitalizar sus éxitos en España, tendría que rendir
todo el esfuerzo necesario para poder derrotar a Franco y
sus aliados. Ahora quería menos que nunca arriesgarse a una
mayor contienda. Desde el comienzo de esa aventura el lema
por el anotado había sido «Mantenerse fuera del alcance
del fuego de la artillería». Esta consigna se hizo más
imperativa después de la invasión de China por el Japón y
sus amenazas en la frontera siberiana.
El rol de Stalin
iba eclipsándose. Stalin había intervenido con la esperanza de
que podría con la ayuda de un régimen español de vasallaje,
construir un puente desde Moscú a Londres y París. Fracasó su
maniobra. León Blum y Anthony Eden dimitieron. París y Londres
adoptaron una actitud más amistosa hacia Franco. En 1938 Stalin
se retiró gradualmente del círculo de acción de España. Todo lo
que obtuvo de su aventura fue el oro español. No había podido
conseguir su objetivo primordial de sacar la nave del Estado
Soviético de su aislamiento de entre las grandes potencias del
mundo».
ARRIBA
La sombra de la
NKVD que se proyectó en España fue la causante de todo el
horror, el terror, las mentiras, el odio y los manejos de la
Komintern para hacerse con el poder en España. Lo de la
República fue una cortina de humo.
ARRIBA
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