A los 72 años del Alzamiento Nacional

Rendición del general Manuel Goded Llopis (I)

 

Por Eduardo Palomar Baró. 21/07/2008.

 

Manuel Goded Llopis nació en San Juan de Puerto Rico en el año 1882. Empezó su carrera militar a los 14 años cuando ingresó en la Academia Militar de Infantería. Hizo una brillante carrera en la campaña de Marruecos (1924-1927), alcanzando el generalato en el año 1926. Participó en el desembarco de Alhucemas.

En un principio estuvo de acuerdo con la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, aunque en las postrimerías del régimen del marqués de Estella, intrigó abiertamente contra el mismo, siendo sancionado por ello y quedando en situación de disponible. Al proclamarse la República, Manuel Azaña, que no le profesaba gran simpatía, reconociéndole sus cualidades profesionales y los méritos políticos contraídos anteriormente, le nombró jefe del Estado Mayor Central del Ejército. 

Protagonizó un incidente con el teniente coronel Mangada (*) a propósito de un ¡Viva la República! que Goded consideró extemporáneo.

Conspirador vocacional, estuvo presente en la Sanjurjada del 10 de agosto de 1932, por lo que fue de nuevo retirado de la actividad militar por parte del Gobierno.

En 1934 colaboró con Franco en la represión de la revolución de Asturias, por lo que el gobierno de la CEDA le otorgó el cargo de director general de Aeronáutica y de la III Inspección del Ejército.

A raíz del triunfo electoral de febrero de 1936 del Frente Popular, volvió a conspirar contra el Gobierno, lo que motivó que fuera alejado de Madrid, siendo enviado como comandante general de Baleares, desde donde mantuvo constantes contactos con sus compañeros de conjura.

El 19 de julio de 1936, al producirse la sublevación que dio origen a la Guerra Civil, aprovechó este puesto para rebelar las plazas de Mallorca e Ibiza y dejarlas en manos de los nacionales. Después -para encabezar el alzamiento militar de la IV División Orgánica- acompañado de su Plana Mayor y de su hijo Manuel, a bordo de 4 hidroaviones de la Aeronáutica Naval, Savoia “S-62”, amerizaron en el mismo puerto de Barcelona.

(*) Julio Mangada Rosenörn, republicano histórico, estuvo implicado en la sublevación republicana de Jaca y tuvo un incidente con el general Goded en Carabanchel, en 1931, al responder con un “¡Viva la República!” al “¡Viva España!” de éste. Por sus compañeros de armas estaba considerado como un extravagante y el presidente Azaña lo consideró en sus Memorias, como “un desequilibrado mental”. Al estallar la guerra civil se puso a las órdenes del Gobierno de Madrid, organizando e instruyendo, por su cuenta, unidades de milicias  populares e instalando en las inmediaciones de la Casa de Campo madrileña unos tribunales sumarísimos que se encargaron de juzgar a algunos militares que se habían sumado a la sublevación y habían caído prisioneros, tribunales que acordaron la ejecución de muchos de los acusados. En más de una ocasión se proclamó poeta, teósofo, masón, nudista y vegetariano. Hablaba el esperanto y fue un gran impulsor de este idioma.

La rendición del general Goded

Al posarse en la base naval el hidroavión salieron a su encuentro los oficiales que había enviado el general Burriel con la misión de darle escolta. Fue recibido con gritos de “vivas”, que alertaron a los “auxiliares” de la base, quienes habían creído que el alzamiento era “un movimiento anarquista contra la República”, comprendiendo ahora claramente que la sublevación era de carácter militar.

El recibimiento hecho a Goded era más protocolario que entusiasta, y pese que le atraían esta clase de recibimientos, en esta ocasión, por entusiastas que hubiesen sido, no hubieran podido borrar la imagen que Goded había recibido a la vista de la situación en Barcelona.

El comandante Lázaro, Jefe del Estado Mayor del general, se acercó un momento a Goded y deslizó a su oído:

- Mi general, creo que nos metemos en una ratonera...

- Ya lo sé. Pero he dado mi palabra y aquí estoy.

Mientras este diálogo se sostenía en voz baja, claramente se oía el fragor del combate por las descargas de fusilería y el tableteo de las ametralladoras.

Un oficial se acercó a Goded para prevenirle de que el camino a seguir hasta Capitanía era muy peligroso. A lo lejos tronó un cañón.

- ¿Está la artillería en la calle? preguntó Goded.

- Sí, mi general, le repuso un oficial. Esta mañana salieron unas baterías pero cayeron en poder del populacho.

En estas circunstancias, subieron en un coche blindado que les condujo a Capitanía hacia las 13 horas. Goded, al ver a Llano de la Encomienda rodeado de
oficiales, no pudo reprimir su cólera:

- ¡Traidor!

- El traidor eres tú.

Goded echó mano a la pistola, pero Burriel se interpuso:

- Un tribunal de honor juzgará su traición.

Llano de la Encomienda sonrió sarcástico.

La presencia del general Goded levantó los decaídos ánimos de la oficialidad sublevada que se encontraba en Capitanía, esperando que el prestigioso general hiciera el milagro de transformar una derrota en victoria. Pero pocas ilusiones se pudo hacer Goded cuando fue enterándose de los pormenores de la lucha. Pensó que podría ganarse a la Guardia Civil, y con esta fuerza, transformar el giro de los acontecimientos.

 

Como primera medida, hizo prisionero a Llano de la Encomienda, y después se puso al habla por teléfono con el general Aranguren, que se encontraba en Gobernación, mandándole que se pusiese bajo sus órdenes.

Aranguren le contestó:  

-Yo sólo obedezco órdenes de la República.

Goded exhaló una exclamación:

-Es increíble que usted, mi general, ante la ruina de España no sepa decirme otra cosa.

Y Aranguren, con su calma imperturbable, le preguntó:

-Pero, Goded, contra quién se subleva usted, contra el Gobierno o contra el Régimen.

-Contra el Gobierno. Lo del Régimen es cosa aparte, que se resolverá cuando convenga.

-Si es así -le informó Aranguren-, deberá usted saber que desde esta mañana tenemos nuevo Gobierno.

-No es nuevo Gobierno -replicó Goded- sino los mismos partidos, e insistió de nuevo:

-Piense usted, general Aranguren, que el Ejército está en pie y no se podrá evitar nuestro triunfo.

-Y usted debe tener en cuenta la realidad de los hechos: el Gobierno domina la situación y el alzamiento de ustedes es un fracaso completo...

Goded cortó:

-¿Es su última palabra, Aranguren?

-Mi última palabra, Goded.

-Entonces será muy triste para nosotros tener que luchar contra la Guardia Civil, pero no habrá más remedio, general Aranguren.

Aquella calma del general de la Guardia Civil sacó de quicio a Goded, y mirando despreciativamente al general Llano de la Encomienda, que seguía imperturbable las idas y venidas de Goded alrededor de la gran sala de Capitanía, le dijo:

- ¡Aranguren es un traidor como tú!

Llano de la Encomienda pasó en silencio el insulto. Burriel, nervioso, trataba de achicarse para no recibir la cólera de Goded. Era un trío de generales frente afrente, con un séquito de coroneles y oficiales que no sabían qué hacer...

Goded tomó el teléfono y pidió contacto con el Regimiento de Alcántara. El coronel Roldán, que ya tenía conocimiento de la llegada de Goded atendió la llamada.

- ¿Eres tú, Roldán? Te llamo para comunicarte que me he hecho cargo de la División, y que voy a lanzar una operación de reconquista.

¿Qué fuerzas tienes ahí?

- Dispongo de casi todo el Regimiento..., pero el cuartel está rodeado por el populacho... Dos compañías que han intentado salir han quedado deshechas. Los soldados creen que luchamos para defender la República, pero esta situación no se podrá aguantar por mucho tiempo, y sólo Dios sabe lo que puede suceder tan pronto sepa la tropa que nos levantamos contra ella

- Espera mis órdenes, le respondió Goded.

El comandante Lázaro seguía repitiendo al general:

-Ya se lo decía yo, mi general, que esto era una ratonera...

Eran las 14 horas 45 minutos.

- Comandante Lázaro, tenía usted razón, mucha razón. Estamos abandonados..., le dijo Goded a su ayudante.

Pero Goded no se daba por vencido, y volvió de nuevo a ponerse en contacto con Roldán:

- Envía fuerzas al cuartel de Artillería de los Docks. Sal tú mismo al frente de ellas, y allí espera mis órdenes para salir escoltando una batería que mandará el propio comandante Unzué.

Y después, por teléfono, ordenó lo mismo al comandante Unzué:

- Comandante Unzué: urge la salida de dos baterías apoyadas por las fuerzas de infantería, que le llegarán o le han llegado ya al mando del teniente coronel Roldán.

El comandante Unzué respondió a Goded:

- Si mi general lo manda, se cumplirán sus órdenes, pero antes debo informarle de lo que ocurrió esta mañana, antes de llegar usted. Salí con dos baterías con sus piezas completas y otras con mosquetones para la protección de ellas, pero fuimos tan terriblemente atacados por grupos de paisanos y Guardias de Asalto, que la que iba en avanzada cayó en manos del enemigo, así como sus oficiales, entre ellos el capitán Varela. Sólo con grandes dificultades pude retirar la otra. Ahora, la salida del cuartel es mucho más difícil, puesto que el populacho ha levantado una barricada a menos de cien metros, desde la cual dominan la entrada principal del cuartel; así que, en estos momentos, estamos sufriendo un duro tiroteo, porque los que se encuentran en la barricada y otros puntos se han dado cuenta de la entrada de refuerzo de Roldán. Puedo decirles que estos refuerzos nos han llegado por verdadero milagro... Esta es mi situación, mi general.

Goded:

- Permanezca ahí, hasta ver si es posible organizar otra cosa.

- Abandonado, abandonado..., repetía Goded.

Y Llano, desde el otro extremo, escoltado por los oficiales:

- Derrotado, que no es lo mismo, Goded.

Y Goded, mirando a Llano:

- Aún no, Llano.

- Lázaro, ordenó Goded, envía un radiotelegrama a Palma, para que nos manden urgentemente un batallón de infantería y una batería de Montaña.

- Otro cable a Zaragoza, solicitando envío rápido de fuerzas. Ponte al habla con Mataró y Gerona para que sus tropas marchen sobre Barcelona.

A los pocos minutos el comandante Lázaro venía con la respuesta:

- Mi general, los radios han sido cursados...

- Imposible relacionarse con Mataró y Gerona; las comunicaciones están cerradas...

- Envía un oficial a Mataró para que personalmente cumpla esa orden.

A los cinco minutos, el enviado a Mataró volvía al despacho de Goded:

- Imposible salir de Capitanía, estamos rodeados.

La atmósfera que se respiraba en los salones de Capitanía era asfixiante. Los  oficiales que,  por la mañana querían abatir a pistoletazos al general Llano, lo miraban ahora con una cierta deferencia, como deseando borrar las tensas escenas de la mañana. Entre ellos cuchicheaban ya sin recato y sin importarles la presencia de Goded, que se mantenía aislado de los grupos de oficiales y jefes que se dividían en dos grupos, los que propugnaban por una rendición inmediata, entre ellos el general Burriel, y los que querían resistir a ultranza...

Goded seguía paseándose por el amplio salón y, a su lado, el asustado comandante Lázaro seguía murmurándole:

- La ratonera..., la ratonera...

Hacia el mediodía de aquel domingo se produjo el fenómeno del contagio revolucionario. A medida que fueron conociéndose las derrotas que sufrían los militares, la multitud fue aumentando en la calle, sumándose a ella incluso hasta los más timoratos.

Considerando pasado el peligro, ¿todo el mundo quería demostrar haber hecho acto de presencia en la lucha? Posiblemente. Para muchos, que temían consecuencias personales de la victoria proletaria, era ése el pensamiento que les guiaba; pero, en general, para la masa obrera, ella sí se sentía parte integrante del
triunfo, aunque no hubiera disparado un solo tiro y, por tanto, quería vivir ese instante de delirio revolucionario participando de cualquier manera en aquel magno
acontecimiento.

 

Los cafés o restaurantes más próximos a las barricadas fueron abiertos y convertidos en comedores o cantinas, donde los combatientes se refrescaban la garganta seca por el calor y la respiración de una atmósfera enrarecida por el humo de la pólvora.

Los coches, siempre pintados con las letras “CNT”, iban de un lado para otro informando sus ocupantes en las barricadas sobre las vicisitudes de la lucha. Un
grupo de la FAI, se decía, en complicidad con unos soldados, se había apoderado del cuartel de Pedralbes, disponiendo a partir de entonces de buenos fusiles para
terminar pronto con los facciosos que aún resistían.

 

Esa noticia, dada al vuelo, era verdad. Un grupo anarquista de la Torrassa, entre los que se encontraba José Peirats, (**) ocupó, al comienzo de la tarde, el cuartel de Pedralbes, el cual pronto pasaba a hacerse famoso bajo el nombre de “Cuartel Bakunin”. Y allí nació el primer Comité de Guerra, organizando milicias obreras,
idea que iba a extenderse muy pronto a los otros cuarteles, a medida que fueron cayendo en manos de los trabajadores.

 

(**) José Peirats Valls, periodista, escritor y militante anarquista, fue uno de los fundadores de las Juventudes Libertarias y director del diario Solidaridad Obrera de Barcelona. Fue secretario de la sección barcelonesa de la FAI (Federación Anarquista Ibérica).

En los cuerpos armados se había producido también el fenómeno del contagio revolucionario. La disciplina había quedado completamente rota, y guardias y obreros formaban un solo cuerpo que, colectivamente, gritaba: “¡Viva la CNT!” “¡Viva la FAI!” Los nombres de Durruti, Ascaso y García Oliver habían eclipsado los de otros personajes. A ellos se les había visto, en todos los momentos más difíciles, poniendo el hombro y animando a los combatientes en los sectores más comprometidos. Hacía escasamente unas horas que casi habían mendigado armas para los combatientes, recibiendo por respuesta la negativa. Ahora la CNT no sólo disponía de centenares de fusiles ganados en la lucha, y de ametralladoras y cañones arrancados de las manos de los sublevados, sino que la opinión popular la reconocía como cabeza de la lucha y animadora del combate...

 

A las 2 de la tarde, todos los combatientes de primera hora se preguntaron qué era lo que hacía la Guardia Civil concentrada en la Plaza de Palacio. ¿Estaba con
el pueblo o contra el pueblo? La hora de la decisión había llegado, y se le presentó a Aranguren categóricamente la cuestión: “La Guardia Civil debía salir a pacificar la zona Cataluña-Universidad”.

 

La tarea se le encomendó al 19 Tercio del citado cuerpo, cuyo jefe era el coronel Escobar. Éste salió al frente de su gente para cumplir la misión encomendada.

 

Al ponerse en marcha la columna, entre la primera comandancia y la segunda, para aislar ambos grupos se instalaron las tropas de Intendencia al mando del comandante Neira, que se habían mantenido fieles a la República desde el primer momento.

 

En columna abierta y en doble fila, arrimándose a los edificios, avanzó la Guardia Civil por la Vía Layetana hasta Urquinaona, para ganar la Plaza de Cataluña y
la Plaza Universidad. Las fuerzas obreras flanqueaban dicha columna, observándola con verdadera desconfianza. La Plaza de Cataluña hormigueaba de gente acantonada en las calles adyacentes y en las bocas de los Metros. Era el momento del asalto final. La Guardia Civil inició un recio tiroteo, y el cañón del portuario Lecha comenzó también atronar. Las ametralladoras situadas en el Hotel Colón segaban la avalancha de gente que se lanzaba tras la Guardia Civil, mientras otros daban el asalto delante de ella. Al
frente de estos grupos se encontraba lo más aguerrido y consciente de la militancia proletaria. Al cabo de media hora de lucha, en que se ganaba y perdía terreno
a cada instante, y en que la plaza se cubría de muertos, se vieron aparecer banderas blancas de rendición en los edificios.

 

Al otro extremo de la plaza, entre Fontanella y Puerta del Ángel, los grupos anarquistas, llevando a su frente a Buenaventura Durruti, se lanzaban en tromba al asalto de la central Telefónica, dejando tras sí también cadáveres, entre ellos el del anarquista mexicano Enrique Obregón. No fue fácil alcanzar la puerta; pero una vez ante ella, se penetró en tromba. La lucha en el interior fue dura; no obstante, la CNT había ganado la Telefónica y, desde aquel momento, quedó en manos de un Comité Obrero.

 

La ocupación del Hotel Colón y de la Central de Teléfonos se produjo casi paralelamente, y en unas circunstancias de verdadera confusión. La Guardia Civil, que probablemente fue movilizada por Gobernación con el propósito de evitar, con su intervención, que el pueblo se tomase la justicia por su mano, quiso detener que entrasen los obreros en el Hotel Colón; pero ese propósito lo impidió un grupo del POUM, dirigido por José Rovira, que desde la mañana se encontraba allí presente, y fueron ellos los que ocuparon realmente el Hotel Colón.

 

Terminados los focos de resistencia de la Plaza de Cataluña, los militares que se habían atrincherado en el edificio de la Universidad, comprendiendo que ya era inútil toda resistencia, izaron bandera blanca y se entregaron a las fuerzas de la Guardia Civil. Cuando se ocupó la Universidad, se liberaron a los apresados que los militares detuvieron en la mañana, entre quienes se encontraba Ángel Pestaña, quien seguramente salvó la vida debido a que no fue identificado por sus captores.

 

A las 15 horas de aquel domingo, los pocos centros de resistencia que quedaban estaban localizados en el Convento de los Carmelitas, dependencias Militares y cuartel de Atarazanas. La rendición de Capitanía sería ya cuestión de minutos.

 

Desde Capitanía, el general Goded hizo un último intento, llevado más por el aspecto formal que por la esperanza que le animara en conseguir su éxito. Habló con el general Aranguren por teléfono, recordándole el espíritu que tradicionalmente había animado a la Guardia Civil. Pero aquella llamada no tenía sentido, aun en el caso de que al general Aranguren pudiera conmoverle. Primero, porque el general Aranguren no era dueño de sus movimientos, y segundo, porque en la Guardia Civil muchos de sus hombres, contagiados por el entusiasmo popular, habían roto la disciplina y aparecían envueltos entre los trabajadores, liberados del tricornio y de la chaqueta.

- General Aranguren, me valgo de usted para que solicite a la Generalitat la rendición del pueblo, pues la jornada me ha sido favorable.

- Lo siento mucho, respondió Aranguren a Goded, pero mis informes son opuestos a los suyos, y ellos me dicen que la rebelión está dominada. Así que le ruego haga cesar el fuego donde aún se mantiene para evitar inútil derramamiento de sangre.

Además, pongo en su conocimiento que hemos resuelto darle a usted media hora para rendirse. Al expirar este plazo, nuestra artillería comenzará a bombardear Capitanía...

Goded debió responderle de mala manera; pero Aranguren, sin inmutarse, le comunicó nuevamente la orden de rendición con garantías para la vida de los sitiados.

A las 16:30 horas expiró el plazo sin que Capitanía diera la más ligera muestra de rendición y, a esa hora, comenzó el cañoneo, por lo que las balas resultaron más elocuentes que las palabras de Aranguren.

El cañoneo aumentó aún más la confusión entre los sitiados. El general Fernández Burriel, comprendiendo que toda resistencia era inútil, y sin consultar con el general Goded ni oponerse éste a ello, comunicó a Gobernación la rendición de Capitanía. Desde Gobernación le dijeron que sacaran bandera blanca, y que entonces se darían órdenes de cesar el asedio. El coronel Sanfeliz comunicó a Goded las condiciones, sin que éste hiciera el más leve comentario.

 

Gobernación envió, para hacerse cargo del personal de Capitanía, al comandante de Intendencia Neira, quien avanzó por entre la multitud seguido de un pelotón de Guardias de Asalto y Guardias Civiles; pero en el momento en que se alcanzaba la puerta principal, desde un balcón, una ametralladora abrió fuego contra el gentío, causando diversas víctimas. Ese acto absurdo encolerizó a la multitud que, sin respetar ya las condiciones del cese de fuego, se abalanzó hacia la puerta principal con la intención de linchar a los que no respetaban sus propias condiciones. Los detenidos se libraron del linchamiento gracias a la intervención de varios militantes obreros que se encontraban allí, y la vida de Goded fue respetada, porque el comandante de Mossos d'Esquadra tenía órdenes de Companys de conducir a Goded a la Generalitat.

 

Una vez frente afrente Goded y Companys, éste le dijo a aquél que hablara por radio ordenando a los que aún resistían que abandonaran las armas. En principio Goded se negó a ello, pero ante la insistencia de Companys, después de meditar un momento, pronunció su histórica declaración:

“La suerte me ha sido adversa y yo he quedado prisionero. Por lo tanto, si queréis evitar el derramamiento de sangre, los soldados que me acompañáis quedáis libres de todo compromiso”.

 

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