El 27 de febrero
de 1939, el presidente de la República, Manuel Azaña Díaz, dirigió al presidente
de las Cortes, Diego Martínez Barrio, la siguiente carta de renuncia:
«Excelentísimo señor: Desde que el general en jefe del Estado Mayor Central,
director responsable de las operaciones militares, me hizo saber, delante
del presidente del Consejo de Ministros, que la guerra estaba perdida para
la República, sin remedio alguno, y antes de que, a consecuencia de la
derrota, el Gobierno aconsejara y organizara mi salida de España, he
cumplido el deber de recomendar y de proponer al Gobierno, en la persona de
su jefe, el inmediato ajuste de una paz en condiciones humanitarias, para
ahorrar a los defensores del régimen y al país entero nuevos y estériles
sacrificios. Personalmente, he trabajado en este sentido cuantos mis
limitados medios de acción permiten. Nada de positivo he logrado. El
reconocimiento de un Gobierno legal en Burgos por parte de las potencias,
singularmente Francia e Inglaterra, me priva la representación jurídica
internacional necesaria para hacer oír de los Gobiernos extranjeros, con la
autoridad oficial de mi cargo, lo que es no solamente un dictado de mi
conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de
nuestro pueblo.
Desaparecido
el aparato político del Estado, Parlamento, representaciones superiores de
los partidos, etc., carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de
consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar
la actividad de gobierno en la forma que las circunstancias exigen con
imperio. En condiciones tales, me es imposible conservar, ni siquiera
nominalmente, un cargo al que no renuncié el mismo día que salí de España
porque esperaba ver aprovechado ese lapso de tiempo en bien de la paz.
Pongo, pues,
en manos de V.E., como presidente de las Cortes, mi dimisión de presidente
de la República, a fin de que V.E. se digne darle la tramitación que sea
procedente».
Collonges-sous-Salève,
París, 27 de febrero de 1939. Manuel Azaña (Rubricado).
Hasta el 2 de
marzo, la noticia no se dio a conocer en territorio republicano, con ocasión del
Consejo de Ministros, que se celebró en la “posición Yuste” el día anterior. De
acuerdo con el artículo 74 de la Constitución, asumía el cargo de presidente el
de las Cortes Diego Martínez Barrio.
El día 4,
“ABC” trazaba la apología de Martínez Barrio, valorando su actitud como “un
ejemplo que debemos seguir todos con la mayor decisión y energía”. Pero Martínez
Barrio puso una serie de condiciones para hacerse cargo de la presidencia, entre
las cuales figuraba el disponer de plena autoridad “para terminar la guerra con
el menor número de estragos posibles”. En este sentido, telegrafió al jefe del
Gobierno pidiéndole su conformidad y, al no recibir respuesta, el día 6, la
Diputación Permanente de las Cortes volvió a reunirse y Martínez Barrio declaró
que se veía imposibilitado, no ya de aceptar, sino de decidir si aceptaba o no.
De esta manera, fue aprobada la siguiente declaración:
«La
Diputación Permanente se da por enterada de las manifestaciones del señor
presidente y hace constar que la falta de contestación al radiograma
dirigido por el señor Martínez Barrio al señor presidente del Consejo de
Ministros utilizando el conducto del agente diplomático de España, ex
embajador en París señor Paseva, ha impedido resolver definitivamente sobre
la sustitución interina del presidente de la República».
La crisis tomó
carácter permanente y la República española se convirtió en una república
acéfala.
ARRIBA
El 2 de marzo de 1939 se celebró en la
residencia de Negrín una reunión en la que asistieron
Segismundo Casado y Manuel Matallana. El jefe del Gobierno
informó de su intención de reestructurar la organización
militar para conseguir una mejor resistencia que permitiera
lograr un acuerdo de paz. Para este fin Casado era ascendido
a general y destinado a la jefatura del Estado Mayor
Central, y Matallana pasaba a la jefatura del Estado Mayor
del Ejército de Tierra. Con estas dos medidas, Negrín
eliminaba del mando directo de las tropas a dos elementos de
quienes desconfiaba, sin provocar fricciones, pues les
ascendía a puestos de mayor categoría.
Para sustituir a
ambos, Negrín dispuso los ascensos de Juan Modesto a general y de Enrique Líster
a coronel. El primero se haría cargo de la jefatura de las tropas del Centro y
el segundo de las del Ejército de Levante. El general Antonio Cordón pasaría a
ser jefe supremo de todos los Ejércitos y el coronel Francisco Galán se haría
cargo de la Base Naval de Cartagena.
Después de la
entrevista del 2, Casado vuelve el mismo día a Madrid, decidido a preparar el
golpe. Se entrevistó con el gobernador militar de Madrid, general Toribio
Martínez Cabrera; con el director general de Seguridad, Vicente Girauta; Ángel
Pedrero, responsable del Servicio de Investigación Militar de Madrid; y
diferentes jefes del Ejército del Centro, entre los que se encontraba el
teniente coronel Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo de Ejército. Este último dato
hace suponer cuál fue el grado y la importancia de la participación del
anarcosindicalismo en la preparación del golpe. La CNT era la única organización
con capacidad para intentar un enfrentamiento con los comunistas. Hay que
observar que la CNT estaba ya desde finales de enero, realizando gestiones para
eliminar a Negrín y a los comunistas de la dirección política de la República.
José García
Pradas, de la Confederación de la región Centro, dio cuenta de un Pleno de
dirigentes libertarios del Centro, celebrado en Madrid hacia el 20 de febrero:
«Aquel
Pleno fue un arrebato de dignidad. Analizamos con detenimiento la situación
de la zona, y la vimos tan desastrosa que en ella nos pareció imposible, no
sólo resistir, sino también hacer la paz. Convinimos todos en la necesidad
de organizar al ritmo de la lucha, con pasión de combate, nuestras fuerzas y
las ajenas, para evitar que entre la guerra a muerte de la que muchos
hablaban como si fuese posible el suicidio de un pueblo y la paz honrosa en
que muchos empezábamos a pensar, apareciese el caos, el clamor iracundo de
las muchedumbres abandonadas o vencidas, el horror a una catástrofe militar
seguida por el descoyuntamiento de nuestra retaguardia, que en unas horas
podría enloquecer de pánico y desesperación como pasó en Málaga, en
Santander, en Asturias y en la misma Cataluña.
Y con el
fin de lograr esto, para emprender unas actividades en radio más amplio que
el específicamente nuestro, el Pleno acordó crear un Comité Regional de
Defensa, al cual habrían de quedar supeditados férreamente los demás, y en
el que agruparían las siguientes secciones: organización militar,
estadística, policía política, propaganda y orientación, control de nuestra
fuerza económica, transporte y utilización de elementos técnicos».
Los comunistas,
aun reconociendo la gravedad de la situación, siguieron insistiendo en la
consigna de la resistencia. Así “Mundo Obrero” del 1 de marzo de 1939,
señalaba que la resistencia debía hacerse “bajo la bandera de los tres puntos de
las Cortes de Figueras: independencia de España, libertad de los españoles,
convivencia sin represalias”. Sin embargo, esta postura estaba en contradicción
con la firme convicción de los comunistas de que el gobierno nacional no
aceptaría tales condiciones. Al Partido Comunista no le quedaba otra salida que
la resistencia a ultranza, en la esperanza de que se desencadenara cuanto antes
el conflicto europeo, que era inminente.
El movimiento
libertario insistía en la consigna negrinista “o todos nos salvamos o todos nos
hundimos”. Así el artículo publicado el día 1 de marzo en “CNT” que
reconocía implícitamente que la guerra estaba perdida, afirmaba:
«Ha
llegado la hora en que todos y cada uno de nosotros cumpla de una manera
serena y estricta con las obligaciones que con el pueblo tiene contraídas
[…]. Es la hora de la verdad: de la verdad
descarnada, dura, aguda como el filo de un buen acero, como éste rígida y
como éste exacta. No ha lugar a dudas; no caben los conceptos sin claridad;
no son admisibles las actitudes ambiguas; no son tolerables las palabras
numantinas empleadas para tapar la averiada mercancía de la cobardía
[…]. No, no tratamos de conseguir imposibles. Pero no estamos tampoco
dispuestos a tolerar que por traidores o por cobardías, por defecciones o
por egoísmos, se comprometa aquello que está en nuestra mano conseguir».
ARRIBA
Según Casado, en los primeros días del mes
de marzo, recibió una invitación de Negrín para trasladarse
de nuevo a la “posición Yuste”, a fin de celebrar una
entrevista el día 4. Pero Casado pensó que el jefe del
Gobierno quería secuestrarle para poder realizar el golpe de
Estado pro comunista, y decidió no ir.
Al día
siguiente, 5 de marzo, Casado se trasladó, a las siete de la tarde, a los
sótanos del Ministerio de Hacienda, cuartel general de Miaja durante la batalla
de Madrid. Una hora más tarde llegaron las personas designadas por las
organizaciones y partidos representados en el Consejo Nacional de Defensa. El
reparto de carteras se llevó a cabo sin dificultades, exceptuando el hecho de
que Besteiro se negara a asumir la Presidencia del Consejo, argumentando que
debía hacerlo un militar. Por fin, Casado aceptó asumirla con la condición de
que Miaja se hiciera cargo de la misma a su vuelta de Valencia. Así quedó
constituido el Consejo Nacional de Defensa, que pocas horas más tarde derrocaría
a Negrín:
Presidencia: General Miaja. Estado: Julián
Besteiro. Defensa: Segismundo Casado. Gobernación: Wenceslao
Carrillo. Comunicaciones y Obras Públicas: Eduardo Val. Hacienda y
Economía: M. González Marín. Justicia y Propaganda: Miguel San
Andrés. Instrucción Pública y Sanidad: José del Río. Secretaría
General: J. Sánchez Requena.
Poco después de
la media noche del 5 al 6 de marzo, el Consejo Nacional de Defensa dirige al
país el siguiente manifiesto leído por el republicano Miguel San Andrés en los
micrófonos de Unión Radio:
«Trabajadores españoles. ¡Pueblo antifascista!:
Ha
llegado el momento en que es necesario proclamar a los cuatro vientos la
verdad escueta de la situación en que nos encontramos. Como españoles y como
antifascistas, no podríamos continuar por más tiempo aceptando la
imprevisión, la carencia de orientaciones, la falta de organización y la
absurda inactividad del Gobierno Negrín. La misma trascendencia del momento
que atravesamos y el carácter definitivo de aquellos que se aproximan, hace
que no puedan continuar más el silencio y la incertidumbre, origen del más
grande desconcierto de un puñado de hombres que todavía continúan
aplicándose el nombre de gobierno, pero en el que nadie cree, en el que
nadie confía.
Han
pasado varias semanas desde que se liquidó con una deserción general la
guerra de Cataluña. Todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más
solemnes momentos fueron olvidadas; todos los deberes desconocidos; todos
los compromisos delictuosamente pisoteados.
Mientras
el pueblo en armas sacrificaba en las batallas unos cuantos millares de sus
mejores hijos, los hombres que se habían constituido en cabezas visibles de
la resistencia abandonaban sus puestos y buscaban en la fuga vergonzante y
vergonzosa el camino de salvar sus vidas a costa de su dignidad.
Esto no
puede repetirse en el resto de la España antifascista. No puede tolerarse
que en tanto se exija al pueblo una resistencia encarnizada, se hagan
preparativos para una cómoda y lucrativa fuga.
No puede
permitirse que, en tanto el pueblo lucha, combate y muere, unos cuantos
privilegiados superen su vida en el extranjero.
Para
borrar tanta vergüenza, para evitar que se produzca la deserción en los
momentos verdaderamente graves es por lo que se constituye el Consejo
Nacional de Defensa y hoy con plena responsabilidad de la misión que nos
imponemos, con absoluta seguridad de nuestro pasado, de nuestro presente y
de nuestro futuro porvenir, en nombre del Consejo Nacional de Defensa que
recoge del arroyo los poderes, donde los arrojara el Gobierno Negrín, nos
dirigimos a todos los trabajadores, a todos los antifascistas, a todos los
españoles y poniéndonos al frente de los deberes que a todos nos incumben,
les damos la garantía plena de que nadie podrá regir el cumplimiento de esos
deberes y esquivar la responsabilidad.
Constitucionalmente el Gobierno Negrín carecía de base jurídica en la cual
apoyar su mandato; realmente carecía también de tranquilidad y de aplomo y
de la decisión de sacrificio que es exigible a todos los que de una u otra
manera pretenden ponerse al frente de un pueblo tan heroico y abnegado como
es el pueblo español.
En estas
condiciones, al doctor Negrín y sus ministros les faltó autoridad para
mantenerse en el Poder. Nosotros vinimos para señalar el camino, para evitar
el desastre y para marchar juntos con el resto de los españoles por ese
camino con todas sus consecuencias.
Aseguramos que no desertaremos, ni toleraremos la deserción. Aseguramos que
no saldrá de esta zona ninguno de los hombres que en España deben estar
hasta que se autorice la salida de los que quieran salir.
Propugnamos la resistencia para no hundir nuestra causa en el ludibrio y en
la vergüenza. Para esto pedimos el concurso de todos, pero damos la
seguridad que nadie, absolutamente nadie, escapará al cumplimiento de los
deberes que le correspondan.
“O nos
salvamos todos o nos hundimos todos”. Estas palabras pronunciadas por el
doctor Negrín piensa convertirlas en realidad el Consejo Nacional de
Defensa. Para ello recabamos vuestro auxilio y vuestra colaboración y nos
mostraremos inexorables con los que hurten el pecho al cumplimiento del
deber».
Como
se puede comprobar, el manifiesto giraba en torno a la negación de la autoridad
del Gobierno de Negrín. No se hablaba de firmar la paz, auténtica finalidad del
Consejo, sino de recoger los poderes y continuar la resistencia.
ARRIBA
Tras el manifiesto del Consejo Nacional de
Defensa, llegó el turno de Casado que se dirigió a los
españoles de ambos lados de las trincheras, en los
siguientes términos:
«Españoles de allende las trincheras: Una vez más me dirijo a vosotros desde
Madrid, quicio de la guerra, capital de la Patria y espejo de las virtudes
españolas, fijándome poco en las ideas, los extravíos y las ambiciones que
nos separan, pero mucho en el dolor que por igual sufrimos, y en el amor que
no quiero suponer extinguido en vosotros, a este solar nativo que desde hace
treinta y un meses estamos cubriendo de ruinas y de sangre.
Soy lo
que siempre fui y estoy donde siempre estuve. Militar que jamás intentó
mandar a su pueblo, sino servirle en toda ocasión, por que entiende que la
Milicia no es cerebro de la vida pública, sino brazo nacional. Quien os
habla juró lealtad y leal a ella sigue; tenía la obligación de luchar por la
libertad y la independencia de su pueblo y en defenderlas cifra su mayor
orgullo. Desde el infausto día en que estalló la guerra, yo, como todos los
militares no sublevados contra el régimen que se dio a España, pacífica y
legalmente, no he tenido que hacer abjuración alguna, ni he tenido que
renovar promesas de lealtad. Me he limitado a cumplir mi obligación.
Y sin más
títulos que éste del deber cumplido, me dirijo a vosotros, compatriotas, con
el dolor de España en el corazón y su nombre en los labios, para advertiros
que el pueblo ha tenido conciencia y gallardía suficientes para buscar, en
medio de los horrores de la guerra, el camino de la paz mediante la
conciliación en la independencia y en la libertad.
Estos dos
motivos de la guerra defensiva que sostiene la República, son los crisoles
en que se funden todos los anhelos populares del lado de acá de las
trincheras y así lo hemos proclamado tantas veces cuantas fueron menester y
de modo rotundo y decisivo en ocasión reciente.
No
luchamos por nada ajeno a nuestra voluntad y a nuestro interés de españoles.
Queremos una Patria exenta de toda tutela extraña, libre de toda
supeditación a las ambiciones imperialistas que van a devastar, otra vez, a
Europa y capaz de regirse internamente con plena libertad. “No hay margen
para otra política que la identificación absoluta con este intento supremo
de defender la España no invadida, mientras llega el momento de la
independencia en la libertad y en la seguridad”. Altas palabras,
compatriotas, que también a vosotros van dirigidas y que se quiera o no se
quiera os han de obligar, tanto en conciencia como a los españoles del lado
de acá de los frentes. Asimismo no nos afectan únicamente a nosotros, sino a
vosotros también os atañen en la misma medida, estas frases con que hemos
expresado el dilema que tenemos delante y la decisión con que lo mira el
pueblo. “O todos nos salvamos o todos nos hundimos en la exterminación y el
oprobio”. Nuestra suerte está echada y sólo depende de nosotros mismos el
salir del trance difícil, por nuestra voluntad y nuestra resolución común.
Escoged, españoles de la zona invadida, entre los extranjeros y los
compatriotas. Entre la libertad fecunda y la ruinosa esclavitud; entre la
paz y el provecho de España o la guerra al servicio de la locura
imperialista. En nuestra zona no hay extranjeros. Para que el carácter de
nuestra lucha no quede en dudas mal intencionadas, hemos prescindido de la
ayuda que quisieron prestarnos algunos hombres de diversos países sin
intervención de ningún Estado. Sólo españoles hay en nuestro Ejército
[…]. Volved los ojos al interés patriótico. La mirada
en España. Es esto lo que nos importa como base de cualquier aspiración que
lícitamente podamos tener.
Nuestra
guerra no terminará mientras no aseguréis la independencia de España. El
pueblo español no abandonará las armas mientras no tenga la garantía de una
paz sin crímenes. ¡Establecedla! No soy yo quien así os habla. Os dice esto
un millón de hombres movilizados para la guerra y una retaguardia sin
fronteras de retirada, dispuesta a batirse y a luchar a muerte por la
consecución de estos fines que son la paz.
Asegurar
la paz de España y evitar que nuestro país se sumerja en un mar de sangre,
de odio y de persecución que hagan imposible por muchas generaciones una
patria española unida por algo más que la dominación extranjera, la
violencia o el terror.
En
vuestras manos, que no en las nuestras, están hoy la paz –necesaria para que
España se recobre a sí misma– y la guerra, sangría que la debilita y la
desbrava para ponerla al servicio del invasor. Escoged, que si nos
ofrecierais la paz, encontraríais generoso nuestro corazón de españoles, y
si continuaseis la guerra, hallaríais implacable, segura, templada como el
acero de las bayonetas, nuestra heroica moral de combatientes. O la paz por
España o la lucha a muerte. Para una y para otra decisión estamos dispuestos
los españoles independientes y libres que no tomamos sobre nuestra
conciencia la responsabilidad de destruir nuestra Patria».
¡Españoles! ¡Viva la República! ¡Viva España!
ARRIBA
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A las doce y unos minutos, después que el
locutor leyera el acostumbrado parte de guerra, Julián
Besteiro leyó la siguiente alocución:
«¡Ciudadanos españoles! Después de un largo
y penoso silencio, hoy me veo obligado a dirigiros la
palabra, por un imperativo de la conciencia, desde un
micrófono de Madrid.
Ha llegado el momento en que irrumpir con la
verdad, y rasgar la red de falsedades en que estamos
envueltos, es una necesidad ineludible, un deber de
humanidad y una exigencia de la suprema ley de la salvación
de la masa inocente e irresponsable.
¿Cuál es la realidad de la vida actual de la
República? En parte, lo sabéis; en parte, lo sospecháis o lo
presentís; tal vez muchos, en parte al menos, lo ignoran.
Hoy esa verdad, por amarga que sea, no basta reconocerla,
sino que es preciso proclamarla en alta voz para evitar
males mayores y dar a la actuación pública urgente toda la
abnegación y todo el valor que exigen las circunstancias.
La verdad es, conciudadanos, que, después de
la Batalla del Ebro, los ejércitos nacionales han ocupado
totalmente a Cataluña y el Gobierno de la República ha
andado errante durante largo tiempo en territorios
franceses. La verdad es que cuando los ministros de la
República se han decidido a retornar a territorio español,
carecen de toda base legal y de todo prestigio moral
necesario para solucionar el grave problema que se presenta
ante nosotros.
Por la ausencia, y, más aún, por la renuncia
del presidente de la República, ésta se encuentra
decapitada. Constitucionalmente, el presidente del Congreso
no puede sustituir al presidente dimisionario más que con la
obligación estricta de convocar a elecciones presidenciales
en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento
de este proyecto constitucional en las actuales
circunstancias es imposible, el Gobierno del señor Negrín,
falto de la asistencia presidencial y de la asistencia de la
Cámara, a la cual sería vano intentar dar una apariencia de
vida, carece de toda legitimidad y no puede ostentar título
ajeno al respeto y al reconocimiento de los republicanos.
¿Quiere decir esto que en el territorio de la República
existe un estado de desorden? No. El Gobierno del señor
Negrín, cuando aún podía considerarse investido de
legalidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al
desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército
de la República existe con autoridad indiscutible, y la
necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus
manos la solución de un problema gravísimo de naturaleza
esencialmente militar. ¿Quiere decir esto que el Ejército de
la República se encuentra desasistido de la opinión civil?
En modo alguno. Aquí, en torno mío, en este mismo locutorio,
se hallan una representación de Izquierda Republicana, otra
del Partido Socialista, otra de la Unión General de
Trabajadores y otra del Movimiento Libertario. Todos estos
representantes, juntamente conmigo, estamos dispuestos a
prestar al poder legítimo del Ejército republicano la
asistencia necesaria en estas horas solemnes.
El Gobierno del señor Negrín, con sus
veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus
propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a
ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la
masa ciudadana combatiente y no combatiente. Y esta política
de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar
la morbosa creencia en que la complicación de la vida
internacional permita desencadenar una catástrofe de
proporciones universales, en la cual, juntamente con
nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas
naciones del mundo.
De esta política de fanatismo catastrófico,
de esta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia
completa al dolor de la nación, está sobresaturada ya toda
la opinión republicana. Yo os hablo desde Madrid que ha
sabido sufrir y sabe sufrir con emocionante dignidad su
martirio; yo os hablo para deciros que cuando se pierde es
cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el
valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez
y dignamente, sin negar su fe anonadados por la desgracia.
Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil
veces más que una victoria material lograda a fuerza de
claudicaciones y de vilipendios. Yo os pido, poniendo en
esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad,
que en este momento grave asistáis, como nosotros le
asistimos, al poder legítimo de la República, que,
transitoriamente, no es otro que el poder militar».
ARRIBA
A continuación habló el cenetista Cipriano
Mera, comandante del IV Cuerpo de Ejército. Acusó al
presidente Negrín de ser indigno de los combatientes y de
los trabajadores y que su política, no tiene más finalidad
que la de hacerse un alijo con los tesoros nacionales y
huir, mientras el pueblo queda maniatado frente al enemigo:
«Trabajadores antifascistas: Españoles con
dignidad. Un hijo del pueblo, carne de su carne y sangre de
su sangre, militar porque desde julio de 1936 siente y
cumple el deber ineludible de empuñar las armas para la
defensa y la libertad de su patria, se dirige a vosotros con
el corazón y la conciencia en los labios, para explicaros
con toda sencillez la trascendencia de la actitud que con
toda la responsabilidad asume en este momento histórico.
La derrota sufrida por las armas
antifascistas en Cataluña me ha resultado, además de
dolorosa, inexplicable, mientras que no he tenido el
convencimiento de que fue precedida por la traición de unos
hombres dispuestos a vender a precio de oro y de orgía la
sangre generosa del pueblo español. La traición aludida que
nos hizo perder pedazos de nuestra Patria, que ha estado a
punto de dar al traste con el movimiento obrero español y
que ha puesto en peligro la dignidad del antifascismo que en
nuestro interés moral de mayor valía, ha culminado en la
actitud alevosa y criminal de Juan Negrín, gobernante
indigno de los combatientes y de los trabajadores, cuya
política personalista le ha hecho incompatible con los
ministros de su Gabinete y no tiene más finalidad que la de
hacer un alijo con los tesoros nacionales y huir, mientras
el pueblo queda maniatado frente al enemigo.
Durante las últimas veinticuatro horas ha
sucedido todo lo que puede suceder donde hay gobernantes
traidores a sus promesas, a su pueblo y a todos los
principios ideológicos y morales. Esto nos ha creado una
situación delicada, ante la cual este militar que os habla
con la emoción que le produce el recuerdo de su vida austera
y dura de trabajador manual, piensa que sólo se puede servir
disciplinadamente a quien sirve a su Patria y que es
indispensable enfrentarse con quien la roba, la vende o la
traiciona. Las tres cosas ha hecho, como gobernante perjuro
y desaprensivo, el doctor Negrín, y Cipriano Mera, el
albañil ayer y hoy uno de los jefes del Ejército del Centro,
pero siempre leal hijo del pueblo, al pueblo debe y quiere
defender. Por eso se une a estos hombres de buena voluntad y
de historia inmaculada, representantes del pueblo
antifascista que constituyen el Consejo Nacional de Defensa,
y por eso también con toda su gente sobre las armas y el
pensamiento en la dignidad antifascista y de la Patria, os
grita desde Madrid, desde este noble corazón del mundo: A
partir de este momento, conciudadanos, España tiene un
Gobierno y una misión: la paz. Pero la paz honrosa, basada
en postulados de justicia y hermandad. Estas no son para
vosotros, sino para toda España. Sin humillaciones, ni
debilidades, pero con la conciencia de nuestros actos,
queremos la paz para España, pero, si por desgracia para
todos nuestra paz se pierde en el vacío de la incomprensión,
también os digo serenamente que somos soldados y como tales
estamos en nuestro puesto hasta sucumbir defendiendo la
independencia de España.
¡Trabajadores y combatientes! ¡Antifascistas
dispuestos a morir por el honor de nuestra causa! De cara a
todos los traidores y todos los enemigos ¡Viva la España
invicta, independiente y libre! Todos en pie de guerra por
la vida y el honor del pueblo que nos dio la misión de
defenderle. ¡Viva su Consejo Nacional de Defensa!»
ARRIBA
En una alocución radiada el día 6 por la
noche, el general Miaja se dirigió en estos términos a la
población:
«Españoles: Hemos tomado la dirección de los
destinos de la zona republicana, no por la violencia, puesto
que en ninguna población en ella comprendida se ha dado un
solo caso de oposición a la medida por nosotros tomada.
Creo, y no quiero equivocarme, que hemos interpretado
fielmente los deseos del pueblo español que desde hace
tiempo se encontraba sin un Gobierno que le comprendiera. Sé
que muchos ciudadanos se preguntan por qué no hemos tomado
antes esa medida. Se pudo hacer antes, desde luego, pero la
pasión de determinado partido político impedía hacer esto
sin derramamiento de sangre, y ésta fue la causa que nos
obligó a esperar. Ya ha derramado bastante sangre nuestro
pueblo español en la guerra para llevarle a una lucha
interior entre partidos políticos. No hemos traicionado a
nadie y de ello estamos orgullosos, pues no existía Gobierno
a quien hacer traición, ya que el que se titulaba Gobierno
de la República se encontraba en rebeldía con el presidente
de la misma. Sólo hemos cogido un poder que estaba muerto
para darle vida.
Estamos satisfechos de la asistencia que el
pueblo y el Ejército nos ha prestado y de la confianza que
en nosotros depositó. Habéis puesto, una vez más, ante el
mundo, el extraordinario sentir que de la responsabilidad
tiene nuestro pueblo y nuestro Ejército; nosotros, hombres
todos de buena voluntad y de honor, llevaremos la
tranquilidad a los hogares españoles con la paz; pero una
paz digna como lo fue la guerra, pues en nuestra epopeya el
honor de las armas republicanas queda cubierto con creces.
Queremos que con la mayor rapidez posible se concierte esta
paz, que otros pueblos que se dicen amigos del pueblo
español, querían alargar prolongando esta lucha fratricida,
en la que han caído millares y millares de hermanos nuestros
por no haberse comprendido a tiempo. Nosotros esperamos que,
después de esta guerra, los españoles piensen en la paz y en
la prosperidad de nuestra Patria y que no se dejarán
arrastrar como lo fue en esta guerra nuestro pueblo, a una
lucha en que la ganen unos o ganen otros es, al fin, la
Patria la que pierde. Españoles: ¡Viva España!».
ARRIBA
En la noche del 5 al 6 de marzo de 1939, tan
pronto como terminaron las declaraciones por la radio,
Negrín telefoneó a Casado, manifestándole su extrañeza por
lo que acababa de oír. Según el coronel Casado, estos son
los términos de la conversación.
Primeramente, el jefe del Gobierno le pregunta: «General, ¿qué
está ocurriendo en Madrid?» (Casado replicó inmediatamente que
él no era general sino coronel, porque no aceptaba el
nombramiento proveniente de un Gobierno sin legitimidad)
El coronel Casado responde: “Me he
rebelado”.
Negrín: “¿Contra quién? ¿Contra mí?”.
Casado: “Sí, contra usted”.
Negrín: “He oído el manifiesto y me parece
que lo que ha hecho es una locura”.
Casado: “Me siento en paz con mi conciencia
porque he cumplido mi deber como soldado y como ciudadano.
Todos los representantes políticos y sindicales en el
Consejo también están en paz, están convencidos de que han
hecho un servicio a España”.
Negrín: “Espero que reflexionará, porque
todavía podemos llegar a una solución”.
Casado: “No comprendo qué quiere decir,
porque creo que ya está todo solucionado”.
Negrín: “Al menos debería enviar un
representante para que yo transfiera los poderes del
Gobierno o yo enviaré uno a Madrid con ese objetivo”.
La respuesta de Casado es muy dura: “No se
preocupe por eso. Usted no puede transferir lo que no tiene.
De hecho, hemos asumido los poderes que usted y su Gobierno
han abandonado”.
Negrín: “Entonces, ¿no accede a esta
petición?”.
Casado: “No”.
Si hubiera tenido éxito el intento de Negrín de transferir
legalmente los poderes de la República, se hubiera evitado el
estigma histórico de ser derrocado y de haber abandonado España
con una prisa humillante para salvar su vida; pero Casado no
estaba dispuesto a salvarle la cara ante la Historia.
Ante esta situación Negrín, se lo pensó y resolvió no resistir,
sino huir de España. Cuando recibió esta llamada, Negrín que se
encontraba en Elda (Alicante), decidió informar al ministro
comunista Álvarez del Vayo, en el cuartel general del Partido
Comunista en Elda, cuyo presidente era el ministro de
Agricultura Vicente Uribe Galdeano.
El doctor Negrín, dando muestras de una debilidad y sumisión,
fue en persona a dar cuenta de lo que pasa al Partido Comunista
y recomendarles que se protegieran, ya que el final de la Guerra
Civil estaba cercano.
Madrid se convirtió entre el 5 y el 13 de marzo, en el centro de
una pequeña guerra civil, dentro de la Guerra Civil. Casado se
había negado a ir a Elda, cuando Negrín le convocó a una reunión
en el Cuartel General Comunista. Durante estos días, la
obstinación de Negrín por continuar con la sangrienta e inútil
Guerra Civil y la firme decisión de Casado y Besteiro, para
pararla, convirtió el centro de Madrid en la primera línea de
fuego del frente de guerra. Casado quería iniciar negociaciones
de capitulación con el Cuartel General de Franco y los
comunistas se oponían.
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Por las calles del centro de Madrid, se
disparaba unos a otros, siendo todos soldados del Frente
Popular. En un espectáculo bochornoso, tanques y piezas de
artillería disparando por la Castellana, Recoletos y José
Abascal: los comunistas de Negrín contra los socialistas y
anarquistas de Segismundo Casado, Julián Besteiro y Cipriano
Mera
Durante las negociaciones de la Junta del coronel Casado con el
Cuartel general de Franco se habló de la evacuación al
extranjero de cuantos quisieran marcharse, especialmente los que
más tuvieran temor de ser castigados por sus actividades durante
la guerra. El plan disponía que los fugitivos se reunieran en
los puertos del Mediterráneo para ser posteriormente evacuados
en barcos franceses e ingleses. Pero aquel sueño no se realizó,
ni los que quería pudieron llegar a los puertos de Alicante y
Cartagena, ni los esperados barcos llegaron a dichos puertos.
ARRIBA
El 6 de marzo de 1939, informado por Negrín
del golpe de Casado –Stalin ya había dado carpetazo a la
Guerra Civil española– el Buró Político del Partido
Comunista decidió largarse de España rápidamente. Desde
Elda, se desplazaron al aeródromo militar de Monóvar
(Alicante), donde estaban preparados unos aviones. Se
reunieron Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación
del bando republicano, el delegado de la Internacional
Comunista, Palmiro Togliatti, los más altos jefes militares
comunistas, Enrique Líster, Juan Modesto, Manuel Tagüeña y
los dirigentes del partido, Vicente Uribe, Manuel Delicado,
Checa, Luis Delage y el poeta Rafael Alberti.
También, por orden de Jesús Hernández, se desplazaron a Monóvar
dos compañías del XIV Cuerpo Guerrillero, unidad comunista de
élite, con el encargo de proteger la huída de sus dirigentes. La
mandaba Domingo Ungría y tenía de comisario político a Pelegrín
Pérez.
La primera en salir por la mañana en avión de Monóvar con
dirección a África (Orán) fue Dolores Ibárruri La Pasionaria.
El viaje lo organizó Palmiro Togliatti, acompañando a La
Pasionaria, su dama de honor Irene Falcón, su amigo
Jesús Monzón, el diputado comunista francés Jean Cattelas y el
delegado de la Internacional Comunista, Stepanov. Estas personas
salieron de España unas cinco horas antes que Negrín, que lo
hizo a las 14:30 horas del 6 de marzo, importante detalle que la
historia oficial del PCE ocultó.
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“Cumplimos con nuestro deber y el pueblo nos
comprenderá”.
La Pasionaria, en su
discurso de despedida antes de abandonar el país, afirmó que se
marchaba obligada por el Partido:
«Los camaradas deciden que yo salga de
España. Me resisto. Expongo mis razones. No sirven de nada
mis argumentos. La dirección del Partido ha decidido que
marche, y debo marchar. Hemos sido derrotados. Las intrigas
de gentes sin conciencia, las presiones de las grandes
potencias, han roto la resistencia, han prevalecido sobre la
voluntad popular de defender a España, de mantener nuestro
país en el campo de la democracia y de la paz. La lucha no
ha sido vana. No luchar hubiera sido tan ignominioso, que ni
el pueblo ni la Historia nos hubiera perdonado. Hay que
salir de España, marchar al exilio, lejos de todo lo que es
entrañable. ¡No importa! Cumplimos con nuestro deber y el
pueblo nos comprenderá.
Hay que separarse, me despido de los
camaradas que van a quedar en España. Doy todas mis cosas a
las mujeres que trabajan en la casa. Mi vestido nuevo, mis
zapatos sin estrenar, regalo de los camaradas madrileños, un
pañuelo de seda. Una maravillosa edición de La Barraca de
Blasco Ibáñez, obsequio de Julio Justo con afectuosa
dedicatoria, la echo al fuego. No quiero que caiga en manos
enemigas, no quiero comprometer al donante...»
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Durante el día 7 de marzo, continuaron
concentrándose en Monóvar, los dirigentes del Buró Político
del Partido Comunista de España. Los mandos comunistas
decidieron dar prioridad en la salida a los camaradas que
estuvieran en mayor peligro. Lógicamente eran ellos mismos
los que primero deberían ser evacuados. Pero dos de los
dirigentes presentes esos días en Monóvar se quedaron en
tierra: Toggliatti, delegado de la Komintern y Checa,
delegado de Organización del Partido. Asumieron la
responsabilidad de quedarse en España, primero para
coordinar la evacuación de cuántos cuadros pudieran
localizar y luego para preparar la organización ilegal del
Partido Comunista de España.
Resultó inexplicable que dos héroes militares como Modesto y
Líster no permanecieran junto a sus soldados. Los dos
continuarían, años más tarde, su triunfal carrera militar en la
escuela de oficiales de Frunze en la Unión Soviética.
El día 8 salieron tres aviones de Monóvar. A la 3 de la mañana,
el primer avión se dirigió a Toulouse, en el segundo iba Líster,
y el tercero con menor autonomía, puso rumbo al Marruecos
Francés.
Al general del XIV Ejército de Guerrilleros, Domingo Ungría,
nadie le invitó a ocupar un asiento en la gran evasión aérea y
junto con El Campesino, protegidos por un guardaespaldas,
se fueron en coche a Almería, donde tomaron una motora y huyeron
a Orán.
El 21 de marzo de 1939, Palmiro Togliatti fue a Cartagena, ante
la posibilidad de encontrar un avión, pero no fue factible. El
día 24, después de una serie de peripecias, partía desde Totana
(Murcia), a las seis de la mañana y hacia las 10 aterrizaba en
Mostaganem (Argelia) en compañía de Jesús Hernández, Pedro
Checa, Isidoro Diéguez, Vicente Uribe, Palau, Fernando Claudín y
Virgilio Llanos.
En el puerto de Alicante, quedaron esperando a las tropas
nacionales, los soldados modestos, los mandos y dirigentes de
segunda fila…
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