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Actualizada: 10 de Diciembre de 2012.    

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  La batalla final de la Guerra Civil española


 Los comunistas de Negrín contra los socialistas de Casado


  Por Eduardo Palomar Baró.


 



El 27 de febrero de 1939, el presidente de la República, Manuel Azaña Díaz, dirigió al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, la siguiente carta de renuncia:

«Excelentísimo señor: Desde que el general en jefe del Estado Mayor Central, director responsable de las operaciones militares, me hizo saber, delante del presidente del Consejo de Ministros, que la guerra estaba perdida para la República, sin remedio alguno, y antes de que, a consecuencia de la derrota, el Gobierno aconsejara y organizara mi salida de España, he cumplido el deber de recomendar y de proponer al Gobierno, en la persona de su jefe, el inmediato ajuste de una paz en condiciones humanitarias, para ahorrar a los defensores del régimen y al país entero nuevos y estériles sacrificios. Personalmente, he trabajado en este sentido cuantos mis limitados medios de acción permiten. Nada de positivo he logrado. El reconocimiento de un Gobierno legal en Burgos por parte de las potencias, singularmente Francia e Inglaterra, me priva la representación jurídica internacional necesaria para hacer oír de los Gobiernos extranjeros, con la autoridad oficial de mi cargo, lo que es no solamente un dictado de mi conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.

Desaparecido el aparato político del Estado, Parlamento, representaciones superiores de los partidos, etc., carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad de gobierno en la forma que las circunstancias exigen con imperio. En condiciones tales, me es imposible conservar, ni siquiera nominalmente, un cargo al que no renuncié el mismo día que salí de España porque esperaba ver aprovechado ese lapso de tiempo en bien de la paz.

Pongo, pues, en manos de V.E., como presidente de las Cortes, mi dimisión de presidente de la República, a fin de que V.E. se digne darle la tramitación que sea procedente».

Collonges-sous-Salève, París, 27 de febrero de 1939. Manuel Azaña (Rubricado).

Hasta el 2 de marzo, la noticia no se dio a conocer en territorio republicano, con ocasión del Consejo de Ministros, que se celebró en la “posición Yuste” el día anterior. De acuerdo con el artículo 74 de la Constitución, asumía el cargo de presidente el de las Cortes Diego Martínez Barrio.

El día 4, “ABC” trazaba la apología de Martínez Barrio, valorando su actitud como “un ejemplo que debemos seguir todos con la mayor decisión y energía”. Pero Martínez Barrio puso una serie de condiciones para hacerse cargo de la presidencia, entre las cuales figuraba el disponer de plena autoridad “para terminar la guerra con el menor número de estragos posibles”. En este sentido, telegrafió al jefe del Gobierno pidiéndole su conformidad y, al no recibir respuesta, el día 6, la Diputación Permanente de las Cortes volvió a reunirse y Martínez Barrio declaró que se veía imposibilitado, no ya de aceptar, sino de decidir si aceptaba o no. De esta manera, fue aprobada la siguiente declaración:

«La Diputación Permanente se da por enterada de las manifestaciones del señor presidente y hace constar que la falta de contestación al radiograma dirigido por el señor Martínez Barrio al señor presidente del Consejo de Ministros utilizando el conducto del agente diplomático de España, ex embajador en París señor Paseva, ha impedido resolver definitivamente sobre la sustitución interina del presidente de la República».

La crisis tomó carácter permanente y la República española se convirtió en una república acéfala.

ARRIBA   



El 2 de marzo de 1939 se celebró en la residencia de Negrín una reunión en la que asistieron Segismundo Casado y Manuel Matallana. El jefe del Gobierno informó de su intención de reestructurar la organización militar para conseguir una mejor resistencia que permitiera lograr un acuerdo de paz. Para este fin Casado era ascendido a general y destinado a la jefatura del Estado Mayor Central, y Matallana pasaba a la jefatura del Estado Mayor del Ejército de Tierra. Con estas dos medidas, Negrín eliminaba del mando directo de las tropas a dos elementos de quienes desconfiaba, sin provocar fricciones, pues les ascendía a puestos de mayor categoría.

Para sustituir a ambos, Negrín dispuso los ascensos de Juan Modesto a general y de Enrique Líster a coronel. El primero se haría cargo de la jefatura de las tropas del Centro y el segundo de las del Ejército de Levante. El general Antonio Cordón pasaría a ser jefe supremo de todos los Ejércitos y el coronel Francisco Galán se haría cargo de la Base Naval de Cartagena.      

Después de la entrevista del 2, Casado vuelve el mismo día a Madrid, decidido a preparar el golpe. Se entrevistó con el gobernador militar de Madrid, general Toribio Martínez Cabrera; con el director general de Seguridad, Vicente Girauta; Ángel Pedrero, responsable del Servicio de Investigación Militar de Madrid; y diferentes jefes del Ejército del Centro, entre los que se encontraba el teniente coronel Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo de Ejército. Este último dato hace suponer cuál fue el grado y la importancia de la participación del anarcosindicalismo en la preparación del golpe. La CNT era la única organización con capacidad para intentar un enfrentamiento con los comunistas. Hay que observar que la CNT estaba ya desde finales de enero, realizando gestiones para eliminar a Negrín y a los comunistas de la dirección política de la República.

José García Pradas, de la Confederación de la región Centro, dio cuenta de un Pleno de dirigentes libertarios del Centro, celebrado en Madrid hacia el 20 de febrero:

«Aquel Pleno fue un arrebato de dignidad. Analizamos con detenimiento la situación de la zona, y la vimos tan desastrosa que en ella nos pareció imposible, no sólo resistir, sino también hacer la paz. Convinimos todos en la necesidad de organizar al ritmo de la lucha, con pasión de combate, nuestras fuerzas y las ajenas, para evitar que entre la guerra a muerte de la que muchos hablaban como si fuese posible el suicidio de un pueblo y la paz honrosa en que muchos empezábamos a pensar, apareciese el caos, el clamor iracundo de las muchedumbres abandonadas o vencidas, el horror a una catástrofe militar seguida por el descoyuntamiento de nuestra retaguardia, que en unas horas podría enloquecer de pánico y desesperación como pasó en Málaga, en Santander, en Asturias y en la misma Cataluña.

Y con el fin de lograr esto, para emprender unas actividades en radio más amplio que el específicamente nuestro, el Pleno acordó crear un Comité Regional de Defensa, al cual habrían de quedar supeditados férreamente los demás, y en el que agruparían las siguientes secciones: organización militar, estadística, policía política, propaganda y orientación, control de nuestra fuerza económica, transporte y utilización de elementos técnicos».

Los comunistas, aun reconociendo la gravedad de la situación, siguieron insistiendo en la consigna de la resistencia. Así “Mundo Obrero” del 1 de marzo de 1939, señalaba que la resistencia debía hacerse “bajo la bandera de los tres puntos de las Cortes de Figueras: independencia de España, libertad de los españoles, convivencia sin represalias”. Sin embargo, esta postura estaba en contradicción con la firme convicción de los comunistas de que el gobierno nacional no aceptaría tales condiciones. Al Partido Comunista no le quedaba otra salida que la resistencia a ultranza, en la esperanza de que se desencadenara cuanto antes el conflicto europeo, que era inminente.

El movimiento libertario insistía en la consigna negrinista “o todos nos salvamos o todos nos hundimos”. Así el artículo publicado el día 1 de marzo en “CNT” que reconocía implícitamente que la guerra estaba perdida, afirmaba:

«Ha llegado la hora en que todos y cada uno de nosotros cumpla de una manera serena y estricta con las obligaciones que con el pueblo tiene contraídas […]. Es la hora de la verdad: de la verdad descarnada, dura, aguda como el filo de un buen acero, como éste rígida y como éste exacta. No ha lugar a dudas; no caben los conceptos sin claridad; no son admisibles las actitudes ambiguas; no son tolerables las palabras numantinas empleadas para tapar la averiada mercancía de la cobardía […]. No, no tratamos de conseguir imposibles. Pero no estamos tampoco dispuestos a tolerar que por traidores o por cobardías, por defecciones o por egoísmos, se comprometa aquello que está en nuestra mano conseguir».

ARRIBA   



Según Casado, en los primeros días del mes de marzo, recibió una invitación de Negrín para trasladarse de nuevo a la “posición Yuste”, a fin de celebrar una entrevista el día 4. Pero Casado pensó que el jefe del Gobierno quería secuestrarle para poder realizar el golpe de Estado pro comunista, y decidió no ir.

Al día siguiente, 5 de marzo, Casado se trasladó, a las siete de la tarde, a los sótanos del Ministerio de Hacienda, cuartel general de Miaja durante la batalla de Madrid. Una hora más tarde llegaron las personas designadas por las organizaciones y partidos representados en el Consejo Nacional de Defensa. El reparto de carteras se llevó a cabo sin dificultades, exceptuando el hecho de que Besteiro se negara a asumir la Presidencia del Consejo, argumentando que debía hacerlo un militar. Por fin, Casado aceptó asumirla con la condición de que Miaja se hiciera cargo de la misma a su vuelta de Valencia. Así quedó constituido el Consejo Nacional de Defensa, que pocas horas más tarde derrocaría a Negrín:

Presidencia: General Miaja. Estado: Julián Besteiro. Defensa: Segismundo Casado. Gobernación: Wenceslao Carrillo. Comunicaciones y Obras Públicas: Eduardo Val. Hacienda y Economía: M. González Marín. Justicia y Propaganda: Miguel San Andrés. Instrucción Pública y Sanidad: José del Río. Secretaría General: J. Sánchez Requena.

Poco después de la media noche del 5 al 6 de marzo, el Consejo Nacional de Defensa dirige al país el siguiente manifiesto leído por el republicano Miguel San Andrés en los micrófonos de Unión Radio:

«Trabajadores españoles. ¡Pueblo antifascista!:

Ha llegado el momento en que es necesario proclamar a los cuatro vientos la verdad escueta de la situación en que nos encontramos. Como españoles y como antifascistas, no podríamos continuar por más tiempo aceptando la imprevisión, la carencia de orientaciones, la falta de organización y la absurda inactividad del Gobierno Negrín. La misma trascendencia del momento que atravesamos y el carácter definitivo de aquellos que se aproximan, hace que no puedan continuar más el silencio y la incertidumbre, origen del más grande desconcierto de un puñado de hombres que todavía continúan aplicándose el nombre de gobierno, pero en el que nadie cree, en el que nadie confía.

Han pasado varias semanas desde que se liquidó con una deserción general la guerra de Cataluña. Todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más solemnes momentos fueron olvidadas; todos los deberes desconocidos; todos los compromisos delictuosamente pisoteados.

Mientras el pueblo en armas sacrificaba en las batallas unos cuantos millares de sus mejores hijos, los hombres que se habían constituido en cabezas visibles de la resistencia abandonaban sus puestos y buscaban en la fuga vergonzante y vergonzosa el camino de salvar sus vidas a costa de su dignidad.

Esto no puede repetirse en el resto de la España antifascista. No puede tolerarse que en tanto se exija al pueblo una resistencia encarnizada, se hagan preparativos para una cómoda y lucrativa fuga.

No puede permitirse que, en tanto el pueblo lucha, combate y muere, unos cuantos privilegiados superen su vida en el extranjero.

Para borrar tanta vergüenza, para evitar que se produzca la deserción en los momentos verdaderamente graves es por lo que se constituye el Consejo Nacional de Defensa y hoy con plena responsabilidad de la misión que nos imponemos, con absoluta seguridad de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro porvenir, en nombre del Consejo Nacional de Defensa que recoge del arroyo los poderes, donde los arrojara el Gobierno Negrín, nos dirigimos a todos los trabajadores, a todos los antifascistas, a todos los españoles y poniéndonos al frente de los deberes que a todos nos incumben, les damos la garantía plena de que nadie podrá regir el cumplimiento de esos deberes y esquivar la responsabilidad.

Constitucionalmente el Gobierno Negrín carecía de base jurídica en la cual apoyar su mandato; realmente carecía también de tranquilidad y de aplomo y de la decisión de sacrificio que es exigible a todos los que de una u otra manera pretenden ponerse al frente de un pueblo tan heroico y abnegado como es el pueblo español.

En estas condiciones, al doctor Negrín y sus ministros les faltó autoridad para mantenerse en el Poder. Nosotros vinimos para señalar el camino, para evitar el desastre y para marchar juntos con el resto de los españoles por ese camino con todas sus consecuencias.

Aseguramos que no desertaremos, ni toleraremos la deserción. Aseguramos que no saldrá de esta zona ninguno de los hombres que en España deben estar hasta que se autorice la salida de los que quieran salir.

Propugnamos la resistencia para no hundir nuestra causa en el ludibrio y en la vergüenza. Para esto pedimos el concurso de todos, pero damos la seguridad que nadie, absolutamente nadie, escapará al cumplimiento de los deberes que le correspondan.

“O nos salvamos todos o nos hundimos todos”. Estas palabras pronunciadas por el doctor Negrín piensa convertirlas en realidad el Consejo Nacional de Defensa. Para ello recabamos vuestro auxilio y vuestra colaboración y nos mostraremos inexorables con los que hurten el pecho al cumplimiento del deber».

 Como se puede comprobar, el manifiesto giraba en torno a la negación de la autoridad del Gobierno de Negrín. No se hablaba de firmar la paz, auténtica finalidad del Consejo, sino de recoger los poderes y continuar la resistencia.

ARRIBA   



Tras el manifiesto del Consejo Nacional de Defensa, llegó el turno de Casado que se dirigió a los españoles de ambos lados de las trincheras, en los siguientes términos:

«Españoles de allende las trincheras: Una vez más me dirijo a vosotros desde Madrid, quicio de la guerra, capital de la Patria y espejo de las virtudes españolas, fijándome poco en las ideas, los extravíos y las ambiciones que nos separan, pero mucho en el dolor que por igual sufrimos, y en el amor que no quiero suponer extinguido en vosotros, a este solar nativo que desde hace treinta y un meses estamos cubriendo de ruinas y de sangre.

Soy lo que siempre fui y estoy donde siempre estuve. Militar que jamás intentó mandar a su pueblo, sino servirle en toda ocasión, por que entiende que la Milicia no es cerebro de la vida pública, sino brazo nacional. Quien os habla juró lealtad y leal a ella sigue; tenía la obligación de luchar por la libertad y la independencia de su pueblo y en defenderlas cifra su mayor orgullo. Desde el infausto día en que estalló la guerra, yo, como todos los militares no sublevados contra el régimen que se dio a España, pacífica y legalmente, no he tenido que hacer abjuración alguna, ni he tenido que renovar promesas de lealtad. Me he limitado a cumplir mi obligación.

Y sin más títulos que éste del deber cumplido, me dirijo a vosotros, compatriotas, con el dolor de España en el corazón y su nombre en los labios, para advertiros que el pueblo ha tenido conciencia y gallardía suficientes para buscar, en medio de los horrores de la guerra, el camino de la paz mediante la conciliación en la independencia y en la libertad.

Estos dos motivos de la guerra defensiva que sostiene la República, son los crisoles en que se funden todos los anhelos populares del lado de acá de las trincheras y así lo hemos proclamado tantas veces cuantas fueron menester y de modo rotundo y decisivo en ocasión reciente.

No luchamos por nada ajeno a nuestra voluntad y a nuestro interés de españoles. Queremos una Patria exenta de toda tutela extraña, libre de toda supeditación a las ambiciones imperialistas que van a devastar, otra vez, a Europa y capaz de regirse internamente con plena libertad. “No hay margen para otra política que la identificación absoluta con este intento supremo de defender la España no invadida, mientras llega el momento de la independencia en la libertad y en la seguridad”. Altas palabras, compatriotas, que también a vosotros van dirigidas y que se quiera o no se quiera os han de obligar, tanto en conciencia como a los españoles del lado de acá de los frentes. Asimismo no nos afectan únicamente a nosotros, sino a vosotros también os atañen en la misma medida, estas frases con que hemos expresado el dilema que tenemos delante y la decisión con que lo mira el pueblo. “O todos nos salvamos o todos nos hundimos en la exterminación y el oprobio”. Nuestra suerte está echada y sólo depende de nosotros mismos el salir del trance difícil, por nuestra voluntad y nuestra resolución común. Escoged, españoles de la zona invadida, entre los extranjeros y los compatriotas. Entre la libertad fecunda y la ruinosa esclavitud; entre la paz y el provecho de España o la guerra al servicio de la locura imperialista. En nuestra zona no hay extranjeros. Para que el carácter de nuestra lucha no quede en dudas mal intencionadas, hemos prescindido de la ayuda que quisieron prestarnos algunos hombres de diversos países sin intervención de ningún Estado. Sólo españoles hay en nuestro Ejército […]. Volved los ojos al interés patriótico. La mirada en España. Es esto lo que nos importa como base de cualquier aspiración que lícitamente podamos tener.

Nuestra guerra no terminará mientras no aseguréis la independencia de España. El pueblo español no abandonará las armas mientras no tenga la garantía de una paz sin crímenes. ¡Establecedla! No soy yo quien así os habla. Os dice esto un millón de hombres movilizados para la guerra y una retaguardia sin fronteras de retirada, dispuesta a batirse y a luchar a muerte por la consecución de estos fines que son la paz.

Asegurar la paz de España y evitar que nuestro país se sumerja en un mar de sangre, de odio y de persecución que hagan imposible por muchas generaciones una patria española unida por algo más que la dominación extranjera, la violencia o el terror.

En vuestras manos, que no en las nuestras, están hoy la paz –necesaria para que España se recobre a sí misma– y la guerra, sangría que la debilita y la desbrava para ponerla al servicio del invasor. Escoged, que si nos ofrecierais la paz, encontraríais generoso nuestro corazón de españoles, y si continuaseis la guerra, hallaríais implacable, segura, templada como el acero de las bayonetas, nuestra heroica moral de combatientes. O la paz por España o la lucha a muerte. Para una y para otra decisión estamos dispuestos los españoles independientes y libres que no tomamos sobre nuestra conciencia la responsabilidad de destruir nuestra Patria».

¡Españoles! ¡Viva la República! ¡Viva España!

ARRIBA    



A las doce y unos minutos, después que el locutor leyera el acostumbrado parte de guerra, Julián Besteiro leyó la siguiente alocución:

«¡Ciudadanos españoles! Después de un largo y penoso silencio, hoy me veo obligado a dirigiros la palabra, por un imperativo de la conciencia, desde un micrófono de Madrid.

Ha llegado el momento en que irrumpir con la verdad, y rasgar la red de falsedades en que estamos envueltos, es una necesidad ineludible, un deber de humanidad y una exigencia de la suprema ley de la salvación de la masa inocente e irresponsable.

¿Cuál es la realidad de la vida actual de la República? En parte, lo sabéis; en parte, lo sospecháis o lo presentís; tal vez muchos, en parte al menos, lo ignoran. Hoy esa verdad, por amarga que sea, no basta reconocerla, sino que es preciso proclamarla en alta voz para evitar males mayores y dar a la actuación pública urgente toda la abnegación y todo el valor que exigen las circunstancias.

La verdad es, conciudadanos, que, después de la Batalla del Ebro, los ejércitos nacionales han ocupado totalmente a Cataluña y el Gobierno de la República ha andado errante durante largo tiempo en territorios franceses. La verdad es que cuando los ministros de la República se han decidido a retornar a territorio español, carecen de toda base legal y de todo prestigio moral necesario para solucionar el grave problema que se presenta ante nosotros.

Por la ausencia, y, más aún, por la renuncia del presidente de la República, ésta se encuentra decapitada. Constitucionalmente, el presidente del Congreso no puede sustituir al presidente dimisionario más que con la obligación estricta de convocar a elecciones presidenciales en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento de este proyecto constitucional en las actuales circunstancias es imposible, el Gobierno del señor Negrín, falto de la asistencia presidencial y de la asistencia de la Cámara, a la cual sería vano intentar dar una apariencia de vida, carece de toda legitimidad y no puede ostentar título ajeno al respeto y al reconocimiento de los republicanos. ¿Quiere decir esto que en el territorio de la República existe un estado de desorden? No. El Gobierno del señor Negrín, cuando aún podía considerarse investido de legalidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la República existe con autoridad indiscutible, y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus manos la solución de un problema gravísimo de naturaleza esencialmente militar. ¿Quiere decir esto que el Ejército de la República se encuentra desasistido de la opinión civil? En modo alguno. Aquí, en torno mío, en este mismo locutorio, se hallan una representación de Izquierda Republicana, otra del Partido Socialista, otra de la Unión General de Trabajadores y otra del Movimiento Libertario. Todos estos representantes, juntamente conmigo, estamos dispuestos a prestar al poder legítimo del Ejército republicano la asistencia necesaria en estas horas solemnes.

El Gobierno del señor Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la masa ciudadana combatiente y no combatiente. Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia en que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo.

De esta política de fanatismo catastrófico, de esta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia completa al dolor de la nación, está sobresaturada ya toda la opinión republicana. Yo os hablo desde Madrid que ha sabido sufrir y sabe sufrir con emocionante dignidad su martirio; yo os hablo para deciros que cuando se pierde es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones y de vilipendios. Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad, que en este momento grave asistáis, como nosotros le asistimos, al poder legítimo de la República, que, transitoriamente, no es otro que el poder militar».

ARRIBA   



A continuación habló el cenetista Cipriano Mera, comandante del IV Cuerpo de Ejército. Acusó al presidente Negrín de ser indigno de los combatientes y de los trabajadores y que su política, no tiene más finalidad que la de hacerse un alijo con los tesoros nacionales y huir, mientras el pueblo queda maniatado frente al enemigo:

«Trabajadores antifascistas: Españoles con dignidad. Un hijo del pueblo, carne de su carne y sangre de su sangre, militar porque desde julio de 1936 siente y cumple el deber ineludible de empuñar las armas para la defensa y la libertad de su patria, se dirige a vosotros con el corazón y la conciencia en los labios, para explicaros con toda sencillez la trascendencia de la actitud que con toda la responsabilidad asume en este momento histórico.

La derrota sufrida por las armas antifascistas en Cataluña me ha resultado, además de dolorosa, inexplicable, mientras que no he tenido el convencimiento de que fue precedida por la traición de unos hombres dispuestos a vender a precio de oro y de orgía la sangre generosa del pueblo español. La traición aludida que nos hizo perder pedazos de nuestra Patria, que ha estado a punto de dar al traste con el movimiento obrero español y que ha puesto en peligro la dignidad del antifascismo que en nuestro interés moral de mayor valía, ha culminado en la actitud alevosa y criminal de Juan Negrín, gobernante indigno de los combatientes y de los trabajadores, cuya política personalista le ha hecho incompatible con los ministros de su Gabinete y no tiene más finalidad que la de hacer un alijo con los tesoros nacionales y huir, mientras el pueblo queda maniatado frente al enemigo.

Durante las últimas veinticuatro horas ha sucedido todo lo que puede suceder donde hay gobernantes traidores a sus promesas, a su pueblo y a todos los principios ideológicos y morales. Esto nos ha creado una situación delicada, ante la cual este militar que os habla con la emoción que le produce el recuerdo de su vida austera y dura de trabajador manual, piensa que sólo se puede servir disciplinadamente a quien sirve a su Patria y que es indispensable enfrentarse con quien la roba, la vende o la traiciona. Las tres cosas ha hecho, como gobernante perjuro y desaprensivo, el doctor Negrín, y Cipriano Mera, el albañil ayer y hoy uno de los jefes del Ejército del Centro, pero siempre leal hijo del pueblo, al pueblo debe y quiere defender. Por eso se une a estos hombres de buena voluntad y de historia inmaculada, representantes del pueblo antifascista que constituyen el Consejo Nacional de Defensa, y por eso también con toda su gente sobre las armas y el pensamiento en la dignidad antifascista y de la Patria, os grita desde Madrid, desde este noble corazón del mundo: A partir de este momento, conciudadanos, España tiene un Gobierno y una misión: la paz. Pero la paz honrosa, basada en postulados de justicia y hermandad. Estas no son para vosotros, sino para toda España. Sin humillaciones, ni debilidades, pero con la conciencia de nuestros actos, queremos la paz para España, pero, si por desgracia para todos nuestra paz se pierde en el vacío de la incomprensión, también os digo serenamente que somos soldados y como tales estamos en nuestro puesto hasta sucumbir defendiendo la independencia de España.

¡Trabajadores y combatientes! ¡Antifascistas dispuestos a morir por el honor de nuestra causa! De cara a todos los traidores y todos los enemigos ¡Viva la España invicta, independiente y libre! Todos en pie de guerra por la vida y el honor del pueblo que nos dio la misión de defenderle. ¡Viva su Consejo Nacional de Defensa!»

ARRIBA   



En una alocución radiada el día 6 por la noche, el general Miaja se dirigió en estos términos a la población:

«Españoles: Hemos tomado la dirección de los destinos de la zona republicana, no por la violencia, puesto que en ninguna población en ella comprendida se ha dado un solo caso de oposición a la medida por nosotros tomada. Creo, y no quiero equivocarme, que hemos interpretado fielmente los deseos del pueblo español que desde hace tiempo se encontraba sin un Gobierno que le comprendiera. Sé que muchos ciudadanos se preguntan por qué no hemos tomado antes esa medida. Se pudo hacer antes, desde luego, pero la pasión de determinado partido político impedía hacer esto sin derramamiento de sangre, y ésta fue la causa que nos obligó a esperar. Ya ha derramado bastante sangre nuestro pueblo español en la guerra para llevarle a una lucha interior entre partidos políticos. No hemos traicionado a nadie y de ello estamos orgullosos, pues no existía Gobierno a quien hacer traición, ya que el que se titulaba Gobierno de la República se encontraba en rebeldía con el presidente de la misma. Sólo hemos cogido un poder que estaba muerto para darle vida.

Estamos satisfechos de la asistencia que el pueblo y el Ejército nos ha prestado y de la confianza que en nosotros depositó. Habéis puesto, una vez más, ante el mundo, el extraordinario sentir que de la responsabilidad tiene nuestro pueblo y nuestro Ejército; nosotros, hombres todos de buena voluntad y de honor, llevaremos la tranquilidad a los hogares españoles con la paz; pero una paz digna como lo fue la guerra, pues en nuestra epopeya el honor de las armas republicanas queda cubierto con creces. Queremos que con la mayor rapidez posible se concierte esta paz, que otros pueblos que se dicen amigos del pueblo español, querían alargar prolongando esta lucha fratricida, en la que han caído millares y millares de hermanos nuestros por no haberse comprendido a tiempo. Nosotros esperamos que, después de esta guerra, los españoles piensen en la paz y en la prosperidad de nuestra Patria y que no se dejarán arrastrar como lo fue en esta guerra nuestro pueblo, a una lucha en que la ganen unos o ganen otros es, al fin, la Patria la que pierde. Españoles: ¡Viva España!».

ARRIBA   



En la noche del 5 al 6 de marzo de 1939, tan pronto como terminaron las declaraciones por la radio, Negrín telefoneó a Casado, manifestándole su extrañeza por lo que acababa de oír. Según el coronel Casado, estos son los términos de la conversación.

Primeramente, el jefe del Gobierno le pregunta: «General, ¿qué está ocurriendo en Madrid?» (Casado replicó inmediatamente que él no era general sino coronel, porque no aceptaba el nombramiento proveniente de un Gobierno sin legitimidad)

El coronel Casado responde: “Me he rebelado”.

Negrín: “¿Contra quién? ¿Contra mí?”.

Casado: “Sí, contra usted”.

Negrín: “He oído el manifiesto y me parece que lo que ha hecho es una locura”.

Casado: “Me siento en paz con mi conciencia porque he cumplido mi deber como soldado y como ciudadano. Todos los representantes políticos y sindicales en el Consejo también están en paz, están convencidos de que han hecho un servicio a España”.

Negrín: “Espero que reflexionará, porque todavía podemos llegar a una solución”.

Casado: “No comprendo qué quiere decir, porque creo que ya está todo solucionado”.

Negrín: “Al menos debería enviar un representante para que yo transfiera los poderes del Gobierno o yo enviaré uno a Madrid con ese objetivo”.

La respuesta de Casado es muy dura: “No se preocupe por eso. Usted no puede transferir lo que no tiene. De hecho, hemos asumido los poderes que usted y su Gobierno han abandonado”.

Negrín: “Entonces, ¿no accede a esta petición?”.

Casado: “No”.

Si hubiera tenido éxito el intento de Negrín de transferir legalmente los poderes de la República, se hubiera evitado el estigma histórico de ser derrocado y de haber abandonado España con una prisa humillante para salvar su vida; pero Casado no estaba dispuesto a salvarle la cara ante la Historia.

Ante esta situación Negrín, se lo pensó y resolvió no resistir, sino huir de España. Cuando recibió esta llamada, Negrín que se encontraba en Elda (Alicante), decidió informar al ministro comunista Álvarez del Vayo, en el cuartel general del Partido Comunista en Elda, cuyo presidente era el ministro de Agricultura Vicente Uribe Galdeano.

El doctor Negrín, dando muestras de una debilidad y sumisión, fue en persona a dar cuenta de lo que pasa al Partido Comunista y recomendarles que se protegieran, ya que el final de la Guerra Civil estaba cercano.

Madrid se convirtió entre el 5 y el 13 de marzo, en el centro de una pequeña guerra civil, dentro de la Guerra Civil. Casado se había negado a ir a Elda, cuando Negrín le convocó a una reunión en el Cuartel General Comunista. Durante estos días, la obstinación de Negrín por continuar con la sangrienta e inútil Guerra Civil y la firme decisión de Casado y Besteiro, para pararla, convirtió el centro de Madrid en la primera línea de fuego del frente de guerra. Casado quería iniciar negociaciones de capitulación con el Cuartel General de Franco y los comunistas se oponían.

ARRIBA   



Por las calles del centro de Madrid, se disparaba unos a otros, siendo todos soldados del Frente Popular. En un espectáculo bochornoso, tanques y piezas de artillería disparando por la Castellana, Recoletos y José Abascal: los comunistas de Negrín contra los socialistas y anarquistas de Segismundo Casado, Julián Besteiro y Cipriano Mera

Durante las negociaciones de la Junta del coronel Casado con el Cuartel general de Franco se habló de la evacuación al extranjero de cuantos quisieran marcharse, especialmente los que más tuvieran temor de ser castigados por sus actividades durante la guerra. El plan disponía que los fugitivos se reunieran en los puertos del Mediterráneo para ser posteriormente evacuados en barcos franceses e ingleses. Pero aquel sueño no se realizó, ni los que quería pudieron llegar a los puertos de Alicante y Cartagena, ni los esperados barcos llegaron a dichos puertos.

ARRIBA   



El 6 de marzo de 1939, informado por Negrín del golpe de Casado –Stalin ya había dado carpetazo a la Guerra Civil española– el Buró Político del Partido Comunista decidió largarse de España rápidamente. Desde Elda, se desplazaron al aeródromo militar de Monóvar (Alicante), donde estaban preparados unos aviones. Se reunieron Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación del bando republicano, el delegado de la Internacional Comunista, Palmiro Togliatti, los más altos jefes militares comunistas, Enrique Líster, Juan Modesto, Manuel Tagüeña y los dirigentes del partido, Vicente Uribe, Manuel Delicado, Checa, Luis Delage y el poeta Rafael Alberti.

También, por orden de Jesús Hernández, se desplazaron a Monóvar dos compañías del XIV Cuerpo Guerrillero, unidad comunista de élite, con el encargo de proteger la huída de sus dirigentes. La mandaba Domingo Ungría y tenía de comisario político a Pelegrín Pérez.

La primera en salir por la mañana en avión de Monóvar con dirección a África (Orán) fue Dolores Ibárruri La Pasionaria. El viaje lo organizó Palmiro Togliatti, acompañando a La Pasionaria, su dama de honor Irene Falcón, su amigo Jesús Monzón, el diputado comunista francés Jean Cattelas y el delegado de la Internacional Comunista, Stepanov. Estas personas salieron de España unas cinco horas antes que Negrín, que lo hizo a las 14:30 horas del 6 de marzo, importante detalle que la historia oficial del PCE ocultó.

ARRIBA   



“Cumplimos con nuestro deber y el pueblo nos comprenderá”.

La Pasionaria, en su discurso de despedida antes de abandonar el país, afirmó que se marchaba obligada por el Partido:

«Los camaradas deciden que yo salga de España. Me resisto. Expongo mis razones. No sirven de nada mis argumentos. La dirección del Partido ha decidido que marche, y debo marchar. Hemos sido derrotados. Las intrigas de gentes sin conciencia, las presiones de las grandes potencias, han roto la resistencia, han prevalecido sobre la voluntad popular de defender a España, de mantener nuestro país en el campo de la democracia y de la paz. La lucha no ha sido vana. No luchar hubiera sido tan ignominioso, que ni el pueblo ni la Historia nos hubiera perdonado. Hay que salir de España, marchar al exilio, lejos de todo lo que es entrañable. ¡No importa! Cumplimos con nuestro deber y el pueblo nos comprenderá.

Hay que separarse, me despido de los camaradas que van a quedar en España. Doy todas mis cosas a las mujeres que trabajan en la casa. Mi vestido nuevo, mis zapatos sin estrenar, regalo de los camaradas madrileños, un pañuelo de seda. Una maravillosa edición de La Barraca de Blasco Ibáñez, obsequio de Julio Justo con afectuosa dedicatoria, la echo al fuego. No quiero que caiga en manos enemigas, no quiero comprometer al donante...»

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Durante el día 7 de marzo, continuaron concentrándose en Monóvar, los dirigentes del Buró Político del Partido Comunista de España. Los mandos comunistas decidieron dar prioridad en la salida a los camaradas que estuvieran en mayor peligro. Lógicamente eran ellos mismos los que primero deberían ser evacuados. Pero dos de los dirigentes presentes esos días en Monóvar se quedaron en tierra: Toggliatti, delegado de la Komintern y Checa, delegado de Organización del Partido. Asumieron la responsabilidad de quedarse en España, primero para coordinar la evacuación de cuántos cuadros pudieran localizar y luego para preparar la organización ilegal del Partido Comunista de España.

Resultó inexplicable que dos héroes militares como Modesto y Líster no permanecieran junto a sus soldados. Los dos continuarían, años más tarde, su triunfal carrera militar en la escuela de oficiales de Frunze en la Unión Soviética.

El día 8 salieron tres aviones de Monóvar. A la 3 de la mañana, el primer avión se dirigió a Toulouse, en el segundo iba Líster, y el tercero con menor autonomía, puso rumbo al Marruecos Francés.

Al general del XIV Ejército de Guerrilleros, Domingo Ungría, nadie le invitó a ocupar un asiento en la gran evasión aérea y junto con El Campesino, protegidos por un guardaespaldas, se fueron en coche a Almería, donde tomaron una motora y huyeron a Orán.

El 21 de marzo de 1939, Palmiro Togliatti fue a Cartagena, ante la posibilidad de encontrar un avión, pero no fue factible. El día 24, después de una serie de peripecias, partía desde Totana (Murcia), a las seis de la mañana y hacia las 10 aterrizaba en Mostaganem (Argelia) en compañía de Jesús Hernández, Pedro Checa, Isidoro Diéguez, Vicente Uribe, Palau, Fernando Claudín y Virgilio Llanos.

En el puerto de Alicante, quedaron esperando a las tropas nacionales, los soldados modestos, los mandos y dirigentes de segunda fila…

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