Después del execrable asesinato de José Calvo Sotelo, y a
propuesta del Presidente de las Cortes, y de acuerdo con el Gobierno, por un
decreto del Presidente de la República, se suspenden las sesiones parlamentarias
durante ocho días, como medida de prudencia para apaciguar los ánimos. Mas como
vence el plazo señalado al estado de alarma y el Gobierno considera necesario
prorrogarlo por treinta días más, se reúne la Diputación Permanente de las
Cortes en la mañana del 15 de julio de 1936, con el fin de someter a aprobación
dicha prórroga.
La Diputación permanente estaba constituida por el presidente
Diego Martínez Barrio; vicepresidente, Francisco Largo Caballero; secretario,
José Tomás Piera; vicesecretario, Álvaro Pascual Leone; vocales, Julio Álvarez
del Vayo, Luis Araquistáin, Indalecio Prieto, Luis Lucia, Geminiano Carrascal,
Rafael Aizpún, Antonio Velao, Emilio Palomo, Luis Fernández Clérigo, Pedro
Vargas, Pedro Rico, José Díaz, Juan Ventosa, José María Cid, Manuel Portela
Valladares, Pedro Corominas y José María Gil Robles.
Desaparecido Calvo Sotelo, el vocal suplente del Bloque Nacional
era el conde de Vallellano.
El ambiente de Madrid en aquella mañana era trágico. Durante la
noche anterior y la madrugada se habían efectuado cientos de detenciones de
elementos de derecha. Por las calles céntricas, cruzaban en todas las
direcciones las camionetas de Asalto. La CNT había puesto en pie de guerra a sus
masas, y el Gobierno se vio precisado a ordenar la clausura de los centros
anarcosindicalistas de Madrid y de algunas provincias. También había ordenado el
director general de Seguridad la clausura del domicilio social de la CEDA en
Madrid. Para evitar el cumplimiento de la medida, hubo de intervenir Geminiano
Carrascal con toda energía, cuando ya el comisario de policía se encontraba en
dicho domicilio situado en la calle de Serrano.
En los alrededores del Congreso había un despliegue inusitado de
fuerza pública. En todas las esquinas de las calles adyacentes formaban retenes
de guardias de Asalto. De la vigilancia del interior de las Cortes estaba
encargado el comisario jefe de la brigada de investigación criminal, señor Lino.
Diputados y periodistas llenaban los pasillos. A las once llegaron los ministros
de la Gobernación y de Estado, quienes permanecieron reunidos con el presidente,
en su despacho, cerca de media hora. El resto del Gobierno se hallaba en la
presidencia del Consejo.
Abrió la sesión, a las once y media, el presidente Martínez
Barrio, y en nombre de las minorías tradicionalistas y de Renovación Española,
integrantes del Bloque Nacional, el conde de Vallellano da lectura a la
siguiente declaración que había sido redactada por el diputado Sáinz Rodríguez:
«No obstante la violencia
desarrollada durante el último período electoral y los atropellos cometidos
por la Comisión de Actas, acudimos al actual Parlamento, cumpliendo así un
penoso deber en aras del bien común, de la paz y de la conveniencia
nacional.
»El asesinato de Calvo Sotelo
–honra y esperanza de España–, verdadero crimen de Estado, nos obliga a
modificar nuestra actitud. Bajo el pretexto de una ilógica y absurda
represalia, ha sido asesinado un hombre que jamás preconizó la acción
directa, ajeno completamente a las violencias callejeras, castigándose en él
su actuación parlamentaria, perseverante y gallarda, que le convirtió en el
vocero de las angustias que sufre nuestra patria.
»Este crimen, sin precedentes
en nuestra historia política, ha sido ejercido por los propios agentes de la
autoridad. Y esto ha podido realizarse merced al ambiente creado por las
incitaciones a la violencia y al atentado personal contra los diputados de
derecha que a diario se profieren en el Parlamento. Tratándose de Calvo
Sotelo, el atentado personal es lícito y plausible, han declarado algunos, y
el propio Presidente del Consejo ha amenazado a Calvo Sotelo con hacerle
responsable personalmente a priori, sin investigación ulterior, de
acontecimientos fáciles de prever que pudieran producirse en España.
»¡Triste sino el de este
gobernante, bajo cuyo mando se convierten en delincuentes los agentes de la
autoridad! Unas veces es la represión criminal de Casas Viejas sobre unos
campesinos humildes; otras, como ahora, el atentado contra un patriota y
político insigne, verdadera gloria nacional; es a él a quien ha
correspondido la triste suerte de hallar en Cuerpos honorables núcleos más o
menos numerosos de asesinos.
»Nosotros no podemos convivir
un momento más con los amparadores y cómplices morales de este acto. No
queremos engañar al país y a la opinión internacional, aceptando un papel en
la farsa de fingir la existencia de un Estado civilizado y normal, cuando en
realidad desde el 16 de febrero vivimos en plena anarquía, bajo el imperio
de una monstruosa subversión de todos los valores morales, que ha conseguido
poner la autoridad y la justicia al servicio de la violencia y del crimen.
»No por esto desertamos de
nuestro puesto en la lucha empeñada, ni arriamos la bandera de nuestros
ideales. Quien quiera salvar a España y su patrimonio moral como pueblo
civilizado, nos encontrará los primeros en el camino del deber y del
sacrificio».
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Al terminar la
lectura, el conde de Vallellano hace ademán de retirarse
pero lo retiene el presidente para decirle que “todo lo que
significa inculpaciones en el escrito que acaba de leerse no
pasarán al Diario de Sesiones, para no envenenar los
ánimos aún más de lo que se hallan”.
Gil Robles
considera excesivo e intolerable que la Mesa se arrogue la
facultad de tamizar manifestaciones hechas por los diputados.
Ello significa un atentado al derecho de las minorías, y
obligará a éstas a considerar si es posible que continúen en la
Diputación Permanente, “porque la investidura parlamentaria no
nos sirve para nada”.
El conde de
Vallellano cree que no es ocasión ni momento de plantear un
debate sobre el Reglamento de la Cámara. Deja en manos de la
representación de las oposiciones el asunto y confía a la propia
conciencia del presidente la solución que deba dársele. “Yo
–termina– he cumplido con mi deber”. El presidente espera y
desea que la retirada de los parlamentarios monárquicos sea
transitoria, y que circunstancias bonancibles permitan de nuevo
contar con la cooperación de aquéllos. El conde de Vallellano
abandona el salón.
El ministro de
Estado considera que las palabras de Gil Robles son injuriosas y
calumniosas. Prefiere, sin embargo, “como hombre de honor,
sofrenar los sentimientos, ahogar la pena, dejar que el dolor me
corroa y hacer frente a la situación difícil”.
Discurso de José
María Gil Robles
«Es la quinta
vez que el Gobierno viene a solicitar de organismos
parlamentarios la prórroga del estado de alarma, y no deja
de ser extraño que, presentada la comunicación el día 14 a
las Cortes, se hayan suspendido ese día las sesiones,
hurtando al Parlamento la discusión de los motivos, sin otro
propósito que sustraer a la publicidad los graves sucesos
que están acaeciendo.
»Si no tiene
eficacia suficiente para garantizar los derechos de los
ciudadanos y el normal funcionamiento de los órganos del
Gobierno, el estado de alarma, resorte normal y legítimo de
todos los Gobiernos, se convierte en una facultad abusiva.
En cierto modo, así lo ha reconocido el propio Presidente
del Consejo de ministros.
»Hace
escasamente un mes, discutiendo precisamente con quien ahora
tiene el honor de dirigirse a la Diputación Permanente, el
señor Casares Quiroga pronunció unas palabras que eran la
promesa formal, venían a ser el compromiso solemne, de la
eficacia de las medidas que el Gobierno estaba dispuesto a
adoptar:
»“El Gobierno
tiene en estudio la posibilidad, incluso, de levantar la
censura, permitiendo a los periódicos emitir libremente su
opinión; pero, desde luego, tenga Su Señoría la seguridad de
que los textos parlamentarios serán respetado”.
»Tanto lo han
sido, que cuando ayer un periódico quiso publicar unas
palabras muy nobles y muy levantadas del señor Calvo Sotelo,
al aceptar toda la responsabilidad que sobre él quisiera
echar en plena sesión, la censura ha sido implacable y las
ha tachado. Ni el homenaje al muerto, ni el respeto debido a
las palabras en que aceptó una responsabilidad y una muerte
con que Dios quiso luego honrarle, ni el respeto tampoco a
la palabra del Presidente, ni a la inviolabilidad de las
palabras contenidas en el Diario de Sesiones, la censura ha
sido implacable para unos y para otros.
»Pero, ¿es que
ha cumplido alguna de las finalidades el estado de alarma en
manos del Gobierno? ¿Ha servido para conocer la ola de
anarquía que está arruinando moral y materialmente a España?
Mirad lo que pasa por campos y ciudades. Acordaos de la
estadística del último mes de vigencia del estado de alarma.
Desde el 16 de junio al 13 de julio, inclusive, se han
cometido en España los siguientes actos de violencia,
habiendo de tener en cuenta los señores que me escuchan que
esta estadística no se refiere más que ha hechos plenamente
comprobados y no a rumores que, por desgracia, van teniendo
en días sucesivos una completa confirmación: Incendios de
iglesias, 10; atropellos y expulsiones de párrocos, 9; robos
y confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5; muertos, 61;
heridos de diferente gravedad, 224; atracos consumados, 17;
asaltos e invasiones de fincas, 32; incautaciones y robos,
16; Centros asaltados o incendiados, 10; huelgas generales,
129; bombas, 74; petardos, 58; botellas de líquidos
inflamables lanzadas contra personas o casas, 7; incendios,
no comprendidos los de las iglesias, 19. Esto en veintisiete
días. Al cabo de hallarse cuatro meses en vigor el estado de
alarma, con toda clase de resortes el Gobierno en su mano
para imponer la autoridad, ¿cuál ha sido la eficacia del
estado de alarma? ¿No es esto la confesión más paladina y
más clara de que el Gobierno ha fracasado total y
absolutamente en la aplicación de los resortes
extraordinarios, que no ha podido cumplir la palabra que dio
solemnemente ante las Cortes de que el instrumento
excepcional que la Constitución le da y el Parlamento pone
en sus manos había de servir para acabar con el estado de
anarquía y subversión en que vive España? Ni el derecho a la
vida, ni la libertad de sindicación, ni la libertad de
trabajo, ni la inviolabilidad del domicilio han tenido la
menor garantía con esta ley excepcional en manos del
Gobierno, que, por el contrario, se ha convertido en
elemento de persecución contra todos aquellos que no tienen
las mismas ideas políticas que los elementos componentes del
Frente Popular.
»Ya sería esto
bastante grave; pero lo es muchísimo más que esos resortes
en poder del Gobierno tampoco han servido para garantizar el
normal funcionamiento de los órganos del Estado. Las
sentencias de los Jurados Mixtos no se cumplen; el Ministro
de la Gobernación puede decir hasta qué punto los
gobernadores civiles no le obedecen; los gobernadores
civiles pueden decir hasta qué punto los alcaldes no hacen
caso de sus indicaciones; los ciudadanos españoles pueden
decir cómo en muchos pueblos del Sur existen Comités de
huelga, los cuales dan el aval, el permiso, la autorización
para que puedan circular por carretera. Diferentes personas
de la provincia de Almería han sido detenidas en cinco
pueblos del trayecto por otros tantos Comités de huelga,
que, a despecho de las órdenes del Ministro de la
Gobernación y de los gobernadores civiles, han impedido la
circulación de vehículos, les han obligado a pasar por
Comités de huelga y Casas del Pueblo para que les den un
volante de circulación, que es el mayor padrón de ignominia,
fracaso y vergüenza para un Gobierno que tolera, al cabo de
cinco meses, que ese estado de cosas continúe en una nación
civilizada.
»Son las
propias organizaciones que apoyan al Gobierno las que no
quieren o no pueden cumplir las órdenes que emanan de la
autoridad. Ahí tenéis los conflictos obreros, que se están
ventilando diariamente a tiros entre las organizaciones
societarias, aunque la censura no permite que se diga ni una
palabra; ahí tenéis esos obreros que han muerto ayer en
Cuatro Caminos bajo las balas de otros hermanos de trabajo,
que, en plena subversión contra el Gobierno, no acatan las
órdenes emanadas de la autoridad. El Gobierno dio un laudo,
fijó un plazo: ese plazo se incumplió. Tomó recientemente el
Consejo de ministros un acuerdo terminante y categórico que
implicaba la reafirmación del principio de autoridad.
Elementos que controlan al Gobierno y que comparten con él
las funciones de autoridad, aunque no la responsabilidad
ante la opinión y ante la Historia, le obligaron a que diera
un nuevo plazo, que venció anteayer; ni anteayer, ni ayer,
ni hoy se ha cumplido el laudo del Ministro de Trabajo. Las
obras paradas, los obreros tiroteándose, Madrid abandonado,
la autoridad por los suelos. ¿Para eso queréis una prórroga
del estado de alarma? ¿Para eso queréis unos resortes
excepcionales? ¿Qué confianza podemos tener ni las
oposiciones ni la opinión pública en lo que vosotros hagáis?
»A nosotros
diariamente llegan voces que nos dicen: “Os están expulsando
de la legalidad; están haciendo un baldón de los principios
democráticos; están riéndose de las máximas liberales
consignadas en la Constitución. Ni en el Parlamento ni en la
legalidad tenéis ya nada que hacer”. Y este clamor que nos
viene de campos y ciudades indica que está creciendo y
desarrollándose eso que en términos genéricos habéis dado en
llamar fascismo, pero que no es más que ansia, muchas veces
nobilísima, de libertarse de un yugo y de una opresión que,
en nombre del Frente Popular, el Gobierno y los grupos que
le apoyan están imponiendo a sectores extensísimos de la
opinión nacional. Es un movimiento de sana y hasta de santa
rebeldía, que prende en el corazón de los españoles, y
contra el cual somos totalmente impotentes los que día tras
día y hora tras hora nos hemos venido parapetando en los
principios democráticos, en las normas legales y en la
actuación normal. Así como vosotros estáis total y
absolutamente rebasados, el Gobierno y los elementos
directivos, por las masas obreras, que ya no controláis, así
nosotros estamos ya totalmente desbordados por un sentido de
violencia que habéis sido vosotros los que habéis creado y
estáis difundiendo por toda España. Cuando habláis de
fascismo no olvidéis, señores del Gobierno y de la mayoría,
que en las elecciones del 16 de febrero los fascistas apenas
tuvieron unos cuantos miles de votos en España, y si hoy se
hicieran unas elecciones verdad, la mayoría sería totalmente
arrolladora, porque incluso está prendiendo en sectores
obreristas, los cuales, desengañados de sus elementos
directivos y de sus directores societarios, están buscando
con ansia una libertad que no encuentran en esas vagas
quimeras que muchas veces encarnan en la fantasía de las
gentes cuando ya están al borde de la desesperación y de la
ruina.
»Cuando la vida
de los ciudadanos está a merced del primer pistolero; cuando
el Gobierno es incapaz de poner fin a este estado de cosas,
no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en
la democracia; tened la seguridad de que derivarán cada vea
más por los caminos de la violencia, y los hombres que no
somos capaces de predicar la violencia, ni de aprovecharnos
de ella, seremos lentamente desplazados por otros más
audaces o más violentos que vendrán a recoger este hondo
sentido nacional…
»Por ser Calvo
Sotelo un hombre consecuente con sus ideas, valiente en la
exposición de las mismas, que no ha claudicado en ningún
momento y que ha mantenido siempre alta y enhiesta la
bandera de su ideal, ha muerto de la manera más criminal y
más odiosa. Yo quisiera que mis palabras fueran
exclusivamente un homenaje a su memoria; pero han sido tales
las circunstancias que han rodeado su muerte, es tal el
contenido que tiene para toda la sociedad española ese
crimen, que es necesario que cuanto antes, aquí ahora, en el
Parlamento en su primera sesión, si es que a ella asistimos,
quede perfectamente claro nuestro pensamiento y queden
planteados los jalones de lo que nosotros creemos gravísimas
responsabilidades que en torno a ese suceso se han
producido.
»Yo sé que
muchas gentes que ahora disminuyen el volumen del suceso
pretenden establecer un simple parangón entre dos crímenes
que se han producido con una leve diferencia de horas. Yo
esos parangones no los admito. En primer lugar, porque tanto
condeno una violencia como la otra. Ante el cadáver del
teniente Castillo tengo yo idéntica condenación que para
todos esos actos de violencia, y no pienso en sus ideas ni
en su actuación; para mí es nefando, para mí es criminal el
modo como se le ha arrebatado la vida. ¡Ah!, pero pretender
ligar un acontecimiento con el otro, como muchos sectores
afectos a la política del Gobierno han hecho, eso es, a mi
juicio, la mayor condenación que puede tener toda la
política que vosotros estáis desarrollando.
»¿Qué tenía que
ver el señor Calvo Sotelo con el asesinato del teniente
Castillo? ¿Quién ha podido establecer la menor relación de
causa a efecto entre su actitud y la muerte de este
teniente? ¿Es que acaso el señor Calvo Sotelo, en pleno
salón de sesiones, no ha condenado de una manera sistemática
la violencia y no anunció que ante la muerte violenta de su
mayor adversario no tendría más que la condenación como
ciudadano, el respeto como caballero y el perdón como
creyente? ¿Es que se puede ni por un momento admitir que el
señor Calvo Sotelo tuvo la menor relación, directa ni
indirecta, por acción, por omisión o por inducción, con el
asesinato del teniente Castillo? ¿Por qué se ligan ambas
cosas? ¡Ah! Porque en el ánimo incluso de aquellos que
pretenden rebajar la gravedad del suceso, hay esta idea
terrible que prende en el corazón de todos los españoles:
que no ha sido una pasión política la que ha quitado la vida
al señor Calvo Sotelo, que no ha sido un momento pasional de
unos cuantos ciudadanos ofuscados, sino que ha sido una
represalia ciega, ejercida por aquellos que tenían una
relación más o menos directa con el teniente Castillo.
»La gravedad
del hecho es enorme, y yo tengo que examinarla con la luz de
los antecedentes del hecho mismo y de las circunstancias en
que se ha producido. Yo sé la gravedad de las
manifestaciones que voy a hacer. Estoy perfectamente
penetrado, incluso, de las consecuencias que para mí,
personalmente, pueden tener. El cumplimiento del deber no se
puede detener ante ese orden de consideraciones.
»Lamento que no
esté aquí el señor Presidente del Consejo de ministros; no
porque no esté aquí muy dignamente representado, sino porque
a él necesariamente, de un modo personal, he de referirme en
este momento.
»El señor
Ministro de Estado, con la vehemencia que le caracteriza –y
tengo la seguridad que con la sinceridad mayor, que es
también una de sus características–, ha venido aquí, en
términos casi conmovidos, a rechazar imputaciones o
acusaciones que se desprendían del escrito a que ha dado
lectura el señor Suárez de Tangil en nombre de las minorías
monárquicas, y de las cuales pudiera deducirse una acusación
directa al Gobierno en el crimen que se ha cometido… Lejos
de mi ánimo el recoger acusaciones en globo, y mucho menos
lanzar sobre un Gobierno, sin pruebas, una acusación de esta
naturaleza. ¡Ah!, pero la responsabilidad del Gobierno no es
sólo criminal; la responsabilidad del Gobierno es tremenda
en el orden político y en el orden moral, y a ella tengo
necesariamente que referirme.
»El miércoles
pasado, señores diputados –hace hoy exactamente ocho días–,
el señor Calvo Sotelo me llamó aparte, en uno de los
pasillos de la Cámara, y me dijo: “Individuos de mi escolta,
que no pertenecen ciertamente a la Policía, sino a uno de
los Cuerpos armados, han recibido una consigna de que en
caso de atentado contra mi persona procuren inhibirse. ¿Qué
me aconseja usted?”. “Que hable usted inmediatamente con el
Ministro de la Gobernación”. El señor Calvo Sotelo fue a
contárselo, el miércoles o el jueves, al señor Ministro de
la Gobernación, el cual, según mis noticias tenidas por el
señor Calvo Sotelo, dijo que en absoluto de él había emanado
ninguna orden de esa naturaleza. Pero el señor Calvo Sotelo
tuvo una confidencia exactísima.
»¿Quién dio esa
orden? ¿Quién dio esa consigna? Me adelanto a decir que el
señor Ministro de la Gobernación, no. No me atrevería a
decir otro tanto de organismos subalternos dependientes del
Ministro de la Gobernación.
»El señor
Ventosa lo sabe, porque yo le comuniqué: “Contra el señor
Calvo Sotelo se prepara un atentado. Ha habido parte de
organismos dependientes del Ministerio de la Gobernación,
nunca del Ministro de la Gobernación, órdenes para que se
deje impune el atentado que se prepara. Usted lo sabe; usted
y yo somos testigos de que esta advertencia se ha hecho al
Gobierno, de que esa amenaza se está cerniendo sobre la
cabeza del señor Sotelo”. Y esa amenaza se ha realizado y
ese atentado ha tenido lugar.
»Tengo la
seguridad de que el señor Ministro de la Gobernación hizo lo
posible, en lo que de él dependía. Pero los organismos que
dependen del Gobierno, ¿lo han hecho así? ¿Se estableció la
debida vigilancia alrededor de una persona seriamente
amenazada para evitar el atentado? No se ha hecho.
»¡Ah! Pero, ¿es
que es ésta la única responsabilidad que al Gobierno y a los
grupos de la mayoría les corresponde en este asunto? ¿Es que
estamos cansados de oír todos los días, en las sesiones de
Cortes excitaciones a la violencia contra los diputados de
derechas? Voy a prescindir de lo que a mí se refiere; bien
claras han estado algunas amenazas en el salón de sesiones.
Me voy a referir exclusivamente a lo ocurrido con el señor
Calvo Sotelo. ¿Es que no recordamos, aunque las facultades
presidenciales, interviniendo oportunamente, quitaran
ciertas palabras del Diario de Sesiones, que el señor
Galarza, perteneciente a uno de los grupos que apoyan al
Gobierno, dijo en el salón de sesiones –yo estaba presente–
que contra el señor Calvo Sotelo toda violencia era lícita?
»¿Es que acaso
esas palabras no implican una excitación, tan cobarde como
eficaz, a la comisión de un delito gravísimo? ¿Es que este
hecho no implica responsabilidad alguna para los grupos y
partidos que no desautorizaron estas palabras? ¿Es que no
implica una responsabilidad para el Gobierno que se apoya en
quien es capaz de hacer una excitación de esa naturaleza?
»En el orden de
la responsabilidad moral, a la máxima categoría de las
personas le atribuyo yo la máxima responsabilidad y, por
consiguiente, la máxima responsabilidad en el orden moral
tiene que caer sobre el señor Presidente del Consejo de
Ministros. El señor Presidente del Consejo de Ministros que
al llegar al más alto puesto de la gobernación del Estado no
ha prescindido del carácter demagógico que impregnan todas
sus actuaciones, dijo un día que frente a las tendencias que
podía encarnar el señor Calvo Sotelo u otras personas de
significación ideológica parecida, el Gobierno era un
beligerante. ¡El Gobierno un beligerante contra unos
ciudadanos! ¡El Gobierno nunca puede ser un beligerante! El
Gobierno tiene que ser un instrumento equitativo de
justicia, aplicada por igual a todos, y eso no es ser
beligerante, como no lo es el juez que condena a un
criminal. Cuando desde la cabecera del banco azul se dice
que el Gobierno es un beligerante, ¿quién puede impedir que
los agentes de la autoridad lleguen en algún momento hasta
los mismos bordes del crimen?
»Pero aun hay
más: En virtud de unas palabras pronunciadas por el señor
Calvo Sotelo en un debate de orden público, haciendo
referencia a acontecimientos que precisamente los grupos que
apoyan al Gobierno airean estos días, pronunció el señor
Presidente del Consejo de Ministros unas frases
provocadoras, que implicaban el hacer efectiva en el señor
Calvo Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que
pudieran sobrevenir, lo cual, como dice muy bien ese
documento leído por el señor conde de Vallellano, equivale a
señalar, a anunciar una responsabilidad a priori, sin
discernir si se ha incurrido o no en ella. “¿Ocurre esto, va
a ocurrir este acontecimiento? Pues Su Señoría es el
responsable”.
»Periódicos
inspirados por elementos del Gobierno han venido estos días
diciendo que se iba a producir ese acontecimiento; que era
inminente en la noche pasada, en la que viene; que el
observatorio está vigilante; que va a surgir en seguida lo
que se teme. Ya se está dibujando la responsabilidad. Y esa
noche cae muerto el señor Calvo Sotelo a manos de agentes de
la autoridad. ¿Creéis que esto no representa una
responsabilidad? ¡Ah! Pero hay otra, todavía mayor, si cabe.
El señor Calvo Sotelo no ha sido asesinado por unos
ciudadanos cualesquiera: el señor Calvo Sotelo ha sido
asesinado por agentes de la autoridad.
En este punto
interrumpe el Presidente Martínez Barrio:
–“Piense Su
Señoría que se trata de un suceso que está sometido en estos
instantes a la investigación de la Justicia. Su Señoría,
anticipadamente, resuelve que la responsabilidad de este
suceso corresponde a personas investidas del carácter de
agentes de la autoridad. Será ello así o no lo será”.
Contesta Gil
Robles:
»Es exacto,
señor Presidente, que está actuando los Tribunales de
Justicia; pero los diputados tenemos, no sólo el derecho,
sino la obligación de traer aquí, como la hubiéramos llevado
a la sesión pública, si nos hubiese sido posible, esta
acusación categórica y terminante. ¿Qué importa que la
censura lo haya tachado y haya obligado a decir a los
periódicos que los autores de ese asesinato han sido unos
individuos, si en la conciencia de todos está la verdad de
lo ocurrido? Tengan en cuenta Sus Señorías y quienes me
oyen, que está bien lejos de mi ánimo arrojar una mancha por
igual sobre todos los agentes de la autoridad, ni muchísimo
menos. Bien lejos de mi pensamiento, igualmente, lanzar
sobre un Cuerpo benemérito del Estado una culpa colectiva.
Han sido determinados agentes de la autoridad, que
probablemente el mismo Cuerpo a que pertenecen estará
deseando en estos momentos que sean expulsados, que sean
arrojados de su convivencia. Pero lo que no puede negarse,
señor Presidente y señores diputados que me escuchan, es que
el señor Calvo Sotelo se resistió a entregarse a los que
llegaban a su domicilio y que únicamente cuando uno de ellos
le exhibió un carné en el que acreditaba su condición de la
Guardia Civil, el señor Calvo Sotelo se entregó. Las
averiguaciones judiciales irán encaminadas a saber quién fue
el oficial de la Guardia Civil; pero que fue un agente de la
autoridad que iba acompañado de guardias de Asalto, de
paisano o de uniforme, y en una camioneta de la Dirección
General de Seguridad, que después fue dejada en el mismo
Ministerio de la Gobernación o en el cuartelillo que está al
lado, esto no puede negarlo nadie. ¿Y es que cuando ocurre
un suceso de ese volumen y de esa magnitud un Gobierno puede
decir: Lo he entregado simplemente a un juez para que
investigue, sin haber tomado ninguna medida para ver quiénes
habían sido esos oficiales que han ido en la camioneta y
acompañando a los guardias de Asalto, los que había
dispuesto el servicio, los que han estado reclutando
voluntarios entre determinada compañía o determinada sección
del teniente Castillo, para con ellos ir a ejercer una
represalia y una venganza sobre la persona del señor Calvo
Sotelo?
»Cuando todo
esto ocurre, el Gobierno ¿no tiene que hacer otra cosa que
publicar una nota anodina, equiparando casos que no pueden
equipararse y diciendo que los Tribunales de Justicia han de
entender en el asunto, como si fuera una cosa baladí que un
jefe político, que un jefe de minoría, que un parlamentario
sea arrancado de noche de su domicilio por unos agentes de
la autoridad, valiéndose de aquellos instrumentos que el
Gobierno pone en sus manos para proteger a los ciudadanos;
que le arrebaten en una camioneta, que se ensañen con él,
que le lleven a la puerta del cementerio, que allí le maten
y que le arrojen, como un fardo, en una de las mesas del
depósito de cadáveres? ¿Es que eso no tiene ninguna
gravedad? ¡Ah!, señores del Gobierno: vosotros en estos
momentos habéis creído que todo lo tenéis libre con nombrar
un juez, con dictar una nota y con acudir el día de mañana a
que la pasión política os dé un bill de indemnidad en
forma de voto de confianza. Tened la seguridad de que eso no
se limpia tan fácilmente.
»Un día el
señor Calvo Sotelo pronunció en la Cámara unas palabras
contestando al señor Presidente del Consejo de Ministros,
que si son su mayor glorificación, constituyen la mayor
condenación para vosotros. «Yo digo –terminaba– lo que Santo
Domingo de Silos contestó a un rey castellano: “Señor, la
vida podéis quitarme, pero más no podéis; y es preferible
morir con gloria a vivir con vilipendio”».
»Esto dijo el
señor Calvo Sotelo; le ha llegado la muerte con gloria. ¡Ah!
Pero vosotros, como Gobierno, aunque no tengáis la
responsabilidad, que yo no la arrojo sobre vosotros, la
responsabilidad criminal directa ni indirecta en el crimen,
sí tenéis la enorme responsabilidad moral de patrocinar una
política de violencia, que arma la mano del asesino; de
haber, desde el banco azul, excitado a la violencia; de no
haber desautorizado a quienes desde los bancos de la mayoría
han pronunciado palabras de amenaza y de violencia contra la
persona del señor Calvo Sotelo. Eso no os lo quitaréis
nunca; podéis, con la censura, hacer que mis palabras no
lleguen a la opinión; podéis, con el ejercicio férreo de
facultades que la ley pone en vuestras manos, hacer
imposible que esto llegue, en sus detalles, a conocimiento
de la opinión pública; podéis ir al Parlamento y pedir una
votación de confianza. Pero tened la seguridad de que la
sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros y sobre la
mayoría y no os la quitaréis nunca. ¡Triste sino el de este
régimen si incurre, frente a un crimen de esta naturaleza,
en el error tremendo de pretender paliar los
acontecimientos! Si exigís las debidas responsabilidades, si
actuáis rápidamente contra los autores del crimen, si ponéis
en claro los móviles, en ese caso, quizá –y no lograréis en
todo– quedará circunscrita la responsabilidad a los autores;
pero si vosotros estáis, con habilidades mayores o menores,
paliando la gravedad de los hechos, entonces la
responsabilidad escalonada irá hasta lo más alto y os cogerá
a vosotros como Gobierno, y caerá sobre los partidos que os
apoyan como coalición de Frente Popular y alcanzará a todo
el sistema parlamentario, y manchará de barro y de miseria y
de sangre al mismo régimen. En vosotros está.
»Quizá muy
pocas palabras más hayamos de pronunciar en el Parlamento.
Todos los días, por parte de los grupos de la mayoría, por
parte de los periódicos inspirados por vosotros, hay la
excitación, la amenaza, la conminación a que hay que
aplastar al adversario, a que hay que realizar con él una
política de exterminio. A diario la estáis practicando:
muertos, heridos, atropellos, coacciones, multas, violencia…
Este período vuestro será el período máximo de vergüenza de
un régimen, de un sistema y de una nación. Nosotros estamos
pensando muy seriamente que no podemos volver a las Cortes a
discutir una enmienda, un voto particular, un proyecto más o
menos avanzado que presentéis, porque eso, en cierto modo,
es decir ante la opinión pública que aquí todo es normal,
que aquí la oposición cumple su papel, que éste es el juego
corriente de los sistemas políticos. No; el Parlamento está
ya a cien leguas de la opinión nacional; hay un abismo entre
la farsa que representa el Parlamento y la honda y gravísima
tragedia nacional.
»Nosotros no
estamos dispuestos a que continúe esa farsa. Vosotros podéis
continuar; sé que vais a hacer una política de persecución,
de exterminio y de violencia de todo lo que signifique
derechas. Os engañáis profundamente; cuanto mayor sea la
violencia, mayor será la reacción; por cada uno de los
muertos surgirá otro combatiente. Tened la seguridad –esto
ha sido la ley constante en todas las colectividades
humanas– de que vosotros, que estáis fraguando la violencia,
seréis las primeras víctimas de ella. Muy vulgar, por muy
conocida, pero no menos exacta, es la frase de que las
revoluciones son como Saturno, que devoran a sus propios
hijos. Ahora estáis muy tranquilos porque veis que cae el
adversario. ¡Ya llegará un día en que la misma violencia que
habéis desatado se volverá contra vosotros! Dentro de poco
seréis en España el Gobierno del Frente Popular del hambre y
de la miseria, como ahora lo sois de la vergüenza, del fango
y de la sangre. Nada más».
* *
* * *
Prosigue la sesión
con diversos discursos parlamentarios. El ministro de
Estado Augusto Barcia Trilles, califica de monstruosos los
términos en que se ha expresado Gil Robles, “arrebatado hasta el
paroxismo”. “Para el jefe de la CEDA la vida política nace con
la llegada del Frente Popular al Poder. ¿Qué hemos recogido
nosotros, sino un país desesperado, que no tenía hora de paz, y
sobre el que la zozobra y la injusticia se cernían por todos
lados? Nosotros creíamos, y continuamos creyendo, que realizamos
una gran misión; que en el fondo servimos supremos intereses,
ante los cuales no cabe hablar para nada de cosas de partido”.
Indalecio Prieto
afirma que Gil Robles ha realizado un acto político, al cual se
sumaron dos factores: “estado pasional, a que es propicia su
palabra, y una premeditación que aparece muy clara a lo largo de
su discurso”. “Estimo, naturalmente, injustas por completo todas
aquellas imputaciones, más o menos concretas, o más o menos
diluidas, que el señor Gil Robles ha hecho, acusando al
Gobierno, no sé si de inducción o de encubrimiento, pero sí de
una responsabilidad accesoria marcadísima, no meramente
política, en cuanto al asesinato del señor Calvo Sotelo”. […]
“La injusticia del señor Gil Robles parte de que al examinar la
situación actual de España, en cuanto a cuya gravedad todo
disimulo sería ocioso, determinar arbitrariamente una fecha como
comienzo de ese estado de perturbación que le arrancaba tan
violentos y elocuentísimos apóstrofes”.
Según Portela
Valladares, “la situación actual no es heredera de la anterior”,
rectificando de esa forma al ministro de Estado: “En aquella que
yo presidí se vivió en régimen de libertad y de pleno respeto a
las garantías constitucionales y con libertad de prensa
absoluta, y con orden, y paz, y entregué el Gobierno en la
plenitud de sus medios a quien me sustituyó y cada uno en su
puesto. ¿Vamos a continuar así? ¿Es posible continuar así? Esta
cuestión es inestable, cruda, hiriente, expuesta a la explosión,
con el temor en la calle, en el hogar. ¿Se puede prolongar
indefinidamente, con estrago para España y para la República?
Piénsese que el hecho que lamentamos y condenamos puede abrir un
nuevo ciclo en la Historia de España. […] Se engañarán los que
crean que de esta situación de violencia puede venir la
tranquilidad. Triunfará una u otra fracción; después vendrá la
reacción del otro lado. Así nunca habrá paz en España”.
El regionalista
catalán Ventosa afirma que la suspensión de garantías ha de
representar de una manera evidente un arma, un medio para que el
Gobierno pueda conseguir la normalidad pública, y por ello exige
que el Gobierno al que se le conceda sea la representación de
todos los ciudadanos, sin excepción alguna. […] Nosotros no
podemos otorgar a un beligerante un recurso excepcional, que no
negaríamos, ciertamente, a un Gobierno que se hubiera movido
dentro de la esfera de la ley y del derecho. Hay otra razón que
justifica también nuestra actitud, y es el notorio fracaso de la
actuación del Gobierno. La situación, lejos de mejorar en los
últimos meses, en los cuales el Gobierno ha tenido el recurso de
la suspensión de garantías, ha empeorado, haciéndose, realmente,
insostenible”.
El diputado
comunista José Díaz Ramos dice “que la mayoría del pueblo
español ha reconquistado la República el 16 de febrero, y lo que
resulta claro y un hecho incontrovertible es que, por parte de
las derechas, no existe la resignación necesaria para acatar los
resultados del triunfo. Pero no podemos consentir que aquellos
mismos hombres que, con responsabilidad de Gobierno,
contemplaron los terribles sucesos, quieran ahora aprovechar la
muerte del señor Calvo Sotelo, con móviles políticos, para
empeorar la difícil situación que ellos han creado a España y a
la República. Yo creo que el Gobierno se ha quedado corto al no
meter la mano a fondo a los elementos responsables de la guerra
civil que hay en España. Por eso nosotros hemos presentado una
proposición de ley para que el Gobierno pueda declarar ilegales
todas las organizaciones que no acaten el régimen en que
vivimos. Entre ellas Acción Popular, que es una de las más
responsables de la situación, y los periódicos que la
representan. No queremos venganza, pero sí queremos justicia;
cuando se haga lo que pedimos no habrá guerra civil, porque los
responsables de los atentados sois vosotros, los de la derecha,
con vuestro dinero y vuestras organizaciones. Por tales actos,
vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel”.
Por Izquierda
Republicana, Marcelino Domingo Sanjuán “se asocia al dolor que
significa la pérdida de uno de nuestros compañeros, y al que
supone la pérdida de todos los que caen víctimas de este estado
de violencia”. Se lamenta de los términos en que se ha producido
la oposición, “con lo cual se excitan los ánimos, se envenena la
guerra y se extreman las diferencias”.
En forma parecida
se expresa Pedro Corominas y Muntanya, de la Esquerra.
Pregunta: “¿Cómo han de acabar nuestras discordias? ¿Cómo hemos
de poner término a este estado de cosas, que está desacreditando
y deshonrando a nuestro país, si no hay confianza, no en las
ideas, pero ni siquiera en los actos de la autoridad de quienes
la encarnan? ¿Pondremos fin a esta situación lanzándonos a la
calle unos contra otros?”
“Los hombres de la
minoría agraria –exclama el diputado José María Cid Ruiz
Zorrilla– vienen recabando de los Gobiernos del Frente Popular
que pongan término a la caza de unos españoles por otros. Al
pedir esto, no coartábamos en lo más mínimo las facultades y
medios del Gobierno para acabar con esta situación; por
consiguiente, si el señor Prieto y el Gobierno estimaban que la
primera arma a emplear era proceder contra los hombres que
consideraban responsables por su pasada actuación ministerial,
pudieron hacerlo. Si el Gobierno tenía en sus manos los medios
para acabar con este estado de oprobio, exigiendo esas
responsabilidades, nosotros lo hubiéramos acatado. Yo no lo
hubiera rehuido, porque soy hombre que responde siempre de sus
actos. Deseando estoy que llegue el momento de discutir lo que
pasó en octubre”. “Condeno por igual todos los crímenes, guardo
mi repulsa y mi execración para sus autores morales y
materiales, y mi conmiseración para quien en un momento de
inconsciencia –se refiere al diputado socialista Ángel Galarza
Gago– pudo declarar lícito y plausible el atentado personal
contra el señor Calvo Sotelo. Se comete un error gravísimo al
rodear de silencio el suceso, en vez de dar los nombres de los
autores del crimen. Este Gobierno no merece la confianza que
solicita, pues por sus debilidades y claudicaciones, en sus
manos se están deshaciendo España y la República. Por todo lo
cual no podemos prestar nuestro voto para la prórroga del estado
de excepción”.
Después de otras
intervenciones, el presidente da por terminado el debate. Se
procede a la votación. Otorgan su confianza al Gobierno: Luis
Fernández Clérigo (diputado de Izquierda Republicana), Vargas,
Marcelino Domingo Sanjuán (diputado de Izquierda Republicana),
Emilio Palomo Aguado (diputado radical-socialista), Pedro Rico
López (diputado de Izquierda Republicana), Pedro Corominas y
Muntanya (diputado de la Esquerra), Julio Álvarez del Vayo
(diputado socialista), Francisco Largo Caballero (diputado
socialista), José Díaz Ramos (diputado del partido comunista),
Luis de Araquistáin Quevedo (diputado socialista), Indalecio
Prieto Tuero (diputado socialista), José Tomás y Piera (diputado
de la Esquerra) y el presidente de las Cortes, Diego Martínez
Barrio. En total, 13.
Votan en contra:
José María Cid Ruiz Zorrilla (diputado agrario), Rafael Aizpún
Santafé (diputado cedista), Geminiano Carrascal Martín (diputado
cedista), José María Gil Robles (jefe de la CEDA) y Juan Ventosa
Calvell (diputado de la Lliga Regionalista Catalana).
Se abstiene Manuel
Portela Valladares (diputado centrista).
Al terminar la
sesión Gil Robles emprende viaje a Biarritz; el conde de
Vallellano en unión de Yanguas Messia, marchan a una finca del
marqués de Albayda, próxima a la frontera de Portugal. Hacia el
mismo destino sale el concejal Luis María Zunzunegui que lleva
en su coche al líder monárquico Antonio Goicoechea Cosculluela,
a quien le busca la policía para detenerle. Alejandro Lerroux,
avisado por un confidente se dirige a Portugal y el catedrático
y diputado socialista Luis Jiménez de Asúa, prevenido por
Indalecio Prieto, sale con dirección a Francia.
Fueron muchas las
familias de derechas de Madrid que hicieron precipitadamente sus
maletas y se pusieron en camino hacia zonas más seguras. Navarra
atraía la preferencia de los más. Aquellos a quienes sus
recursos económicos se lo consentían, buscaron las garantías en
las playas portuguesas, que agregaban a la seguridad, los
encantos veraniegos. Muchos aristócratas se ocuparon, además de
su seguridad personal, de la de sus pinturas y joyas. La
carretera de La Coruña tenía un tráfico más abundante que el
normal en ese mismo período del año y los vehículos iban
excesivamente lastrados, sin una plaza libre y sin lugar en sus
portamaletas ni en sus estribos para recibir un kilo de peso
más…
El inicio de la
guerra civil estaba a punto de estallar. Lo que ocurrió el 17 de
julio de 1936, con la sublevación de la guarnición militar de
Marruecos.
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