Por José Javier Esparza. La Gaceta, 21 de noviembre de 2010.
Los que utilizan los casos de abusos sexuales para atacar a la
Iglesia olvidan los precedentes progresistas
Numerosos medios de comunicación están utilizando los casos de
abusos sexuales contra menores como un arma contra la Iglesia
católica. Es una manipulación de la realidad: la verdad es que esos
abusos han formado parte de la cultura “progresista” occidental
durante los años setenta y ochenta, bajo el dudoso imperativo de
“liberar la sexualidad infantil”. Un caso muy alejado del ámbito
católico soliviantó hace pocos años las conciencias: el del
eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit, icono de Mayo del 68, que
reconoció haber abusado de menores. Para quienes hayan olvidado lo
que sucedió, vamos ahora a recordarlo.
Historia de progres
Quien levantó la liebre fue Bettina Röhl, hija de la terrorista
alemana Ulrike Meinhof, de la famosa Fracción del Ejército Rojo (la
banda Baader-Meinbhof). En 2001, Bettina, hija abandonada, pidió en
su web explicaciones a los viejos portavoces de la marea
sesentayochista: Joschka Fischier y Daniel Cohn-Bendit, entre otros.
Y en su sitio de Internet publicaba ciertos extractos de un libro de
Cohn-Bendit aparecido en 1975 y que despertaron gran polémica. Así
escribía Dani el Rojo:
“Muchas veces me ocurrió que algunos chavales abrían mi bragueta
y comenzaban a hacerme cosquillas. Yo reaccionaba de manera
distinta según las circunstancias, pero su deseo me planteaba un
problema. Yo les preguntaba: “¿Por qué no jugáis juntos, entre
vosotros? ¿Por qué me habéis elegido a mí y no a los otros
chavales?”. Pero si ellos insistían, yo les acariciaba” (Le
Grand Bazar, Belfond, 1975).
La prensa europea difundió estos textos y Cohn-Bendit empezó a ser
interrogado sobre la pederastia. El eurodiputado se hundió.
Reconocía que era “inadmisible” haber escrito aquellas líneas “de
una inconsciencia insostenible”. Para justificarse, el francés se
remontaba a una época en la que se interrogaba a una época en la que
se interrogaba acerca de la sexualidad infantil, bajo el efecto de
la lectura de Freud y de Wilhelm Reich. “Sabiando lo que yo sé hoy
de los abusos sexuales –decía ahora-, tengo remordimientos por haber
escrito todo eso”.
La cuestión, más allá del caso de Cohn-Bendit, es de dónde proceden
posiciones de ese tipo: cómo alguien pudo pensar y sentir así. Y
aquí es donde aparecen las verdaderas raíces del problema, porque
Cohn-Bendit no era un caso único.
Más bien da la impresión de que todo esto es producto directo de su
tiempo: en 1968, una generación joven que nunca había sido tan libre
ni nunca había estado tan educada, buscó liberarse de convenciones
sociales oponiéndose sistemáticamente a todas las ideas recibidas
(“está prohibiendo prohibir”). Como consecuencia de eso surgió una
ideología de la liberación sexual que, entre otras cosas, introducía
la tolerancia hacia la pederastia. Al fin y al cabo, ¿no era una
libertad suplementaria que había que conquistar? Había que liberar
la sexualidad de los niños. “De lo que no se daban cuenta era de que
eso equivalía a entregar a los niños al deseo sexual de los
adultos”, comentaba entonces el médico belga Marc Reisinger, célebre
por su compromiso contra el maltrato infantil.
Sartre y Simone
¿Exageramos? No. El propio Reisinger aporta los datos. Hagamos
memoria. En 1977, medio centenar de intelectuales –entre ellos,
Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Gilles Deleuze, Philippe
Sollers, Bernard Kouchner, ect.- firman un manifiesto en Le Monde
para liberar a tres hombres acusados de haber tenido relaciones
sexuales sin violencia con menores de quince años. El pensamiento de
Mayo del 68 había abierto la puerta. Había servido como cobertura a
los depredadores.
Jean-Claude Guillebaud, periodista en el Nouvel Observateur,
escribía acerca de los años setenta: “Aquellos cretinos llegaban
hasta a predicar la permisividad en este terreno sin que eso
suscitara protestas. Pienso en aquellos escritores que exaltaban en
las columnas de Libération lo que llamaban “la aventura pedófila”.
¿Quiénes eran esos cretinos? Los escritores Tony Duvert y Gabriel
Matzneff, por ejemplo. En la estela del caso Cohnn-Bendit, el muy
aclamado novelista francés Alain Robbe-Grillet se permitía bromear,
y en unas declaraciones sobre la censura decía: “Se ha acentuado
mucho. Sobre todo, en dos puntos: las jovencitas y las cámaras de
gas. No se tiene derecho a escribir que las menores son sexualmente
atractivas ni que las cámaras de gas no han existido” (Livre-Hebdo,
enero de 2001).
El diario izquierdista Libération recordó entonces el periodo en el
que cedía amablemente la palabra a un pederasta que describía actos
sexuales con una niña de cinco años en un artículo titulado “Mimosos
infantiles”. En aquella época, el periódico vestía el texto con este
comentario: “Cuando Benoît habla de los niños, sus ojos de pastor
griego se preñan de ternura” (Libération, 20 de junio de 1981).
Veinte años después, Libération lo juzgaba así: “Es terrible,
ilegible, helador” (23 de febrero de 2001).
Marc Reisinger decía espera que, gracias al caso Cohn-Bendit, el
público intelectual comprendiera por fin que la pederastia era un
problema social real. Es verdad que en aquel momento, 2001, la
pederastia se convirtió en asunto de primera plana en todos los
grandes medios franceses. Muchos lo enfocaron de tal manera que Cohn
Bendit parecía la víctima. “Pero, al contrario –señalaba Reisinger-,
hay que subrayar que las verdaderas víctimas son los niños, sobre
todo porque las violencias sexuales ejercidas contra ellos no fueron
consideradas un problema social en los años 1970-1980”. Por eso
–decía el médico belga- había que agradecer a la hija de Ulrike
Meinhof que exigiera responsabilidades a la generación de sus
padres.
Hoy, nueve años después del caso Cohn-Bendit, tenemos todos los días
denuncias sobre abusos sexuales a menores. Está muy bien
denunciarlo, pero también hay que recordar de dónde viene toda esta
porquería. Hay demasiada hipocresía en torno a todo este asunto.
Conviene subrayar la frase de Reisinger: bajo el pretexto de liberar
la sexualidad infantil, se ha entregado a los niños al deseo sexual
de los adultos. Y ése es el gran pecado de los progres de ayer.